María, estrella de la evangelización y madre de misericordia

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Dentro de pocos días celebraremos la clausura del “Año Jubilar de la Misericordia” y en nuestra Diócesis realizaremos una magna procesión, desde la parroquia de San Lorenzo hasta la Catedral de Pamplona, con las tallas más significativas de la Virgen María. El Papa Francisco nos ha invitado a poner en el centro de este año, tan significativo, a la Virgen María como “Madre de Misericordia”. En esta reflexión, tomando ciertos hitos de la exhortación apostólica del beato Pablo VI sobre el “Anuncio del Evangelio”, quiero hacer un recorrido sobre cómo María evangeliza con sus palabras y sus silencios. La denomina “Estrella de la Nueva Evangelización”. Y así nos la imaginamos, y con acierto, austera, sobria en palabras, pero dulcemente comunicativa. Tenemos varios ejemplos en el Evangelio.

En la Anunciación pregunta lo indispensable para entender el alcance del mensaje del ángel Gabriel; y esclarecido su excelente contenido, pronuncia las palabras precisas, que aún no hemos desmenuzado plenamente: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). El mismo Jesús proclama la excelencia del silencio que escucha la palabra de Dios y la cumple (Lc 11, 28). Y el evangelista subraya el comportamiento reflexivo de la Virgen, de hondura interior ante las palabras del ángel: «Guardaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón» (Lc 2, 19). Silencio en los labios, pero su corazón era un volcán de amor en ebullición para con su Hijo, para Dios. En su interior había diálogo constante, continuo sobre lo que veía y oía en su Jesús.
María evangeliza siendo testigo cualificado de la vida de Jesús. El misterio de Cristo es inseparable del misterio de María. “Los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que ella vive de él y para él” (Juan Pablo II, Rosar. V.M. n. 24). La Encarnación del Verbo de Dios, «misterio escondido desde los siglos en Dios» (Ef 3, 1) se realiza en el tiempo en el seno purísimo de la Virgen por expreso y formal consentimiento de Ella. Su ‘SI’ es identificación total, completa, sin fisuras alguna: «Hágase en mi según tu Palabra» (Lc 1, 30).

No se puede evangelizar sobre el misterio inefable de la Encarnación del Hijo de Dios sin evangelizar sobre María, en cuyas virginales entrañas se realiza el admirable y sobrecogedor misterio del anonadamiento (Fil 2, 7). Si Jesús evangeliza manifestándose verdadero Dios y verdadero hombre, la Virgen evangeliza aceptando ser Madre de Jesús de Nazaret, el mismo Hijo de Dios. El ángel le anuncia el mensaje de salvación y ella hace suyo el mensaje angélico diciendo sí y consistiendo en ser Madre de Dios. La celebración del misterio asombroso de la Encarnación es igual y necesariamente la celebración y proclamación del misterioso e inefable ‘SÍ’ de la Virgen que, para siempre, será bellísimo y singular ejemplo de fidelidad a la voluntad de Dios para todo el que quiera recibir la palabra de Dios dócilmente y cumplir el querer divino; modelo de escucha, diálogo y obediencia.

Si habla más, será únicamente para cantar las grandezas del Señor que ha hecho las maravillas más sorprendentes al ver la humillación y la humildad de su esclava (Lc 1, 46-55). Canto de alabanza, verdaderamente singular y programa de vida cristiana para los que desean y aspiran sinceramente a la perfección. Evangelización y catequesis espléndida para los que buscan a Dios por los senderos que conducen indefectiblemente a Él. Espíritu de misericordia para los que aman al Señor. Sólo desde la humildad se puede vivir la misericordia que es la entraña y garantía del auténtico amor.

Jesús dice que ha venido a evangelizar a los pobres y sanar los corazones desgarrados (Lc 4, 18). La Virgen en su canto del «Magníficat» muestra y anuncia la conducta de Dios con los humildes, a los que amorosamente acoge y llena, mientras rechaza a los soberbios y poderosos. Es suficiente desgranar y meditar sus palabras para percibir el latido del Corazón del Evangelio. Escucha, acepta, se ofrece, canta la misericordia infinita de Dios. Llevaba muy dentro, en el corazón de Madre, las necesidades de sus hijos. En las bodas de Caná padece anticipadamente el apuro y vergüenza de aquellos privilegiados novios y abre sus labios para decir a Jesucristo algo que parece nada: «No tienen vino» (Jn 2, 3) y por si el «desplante» de Jesús les había arrancado del corazón la confianza, los evangeliza mostrando a Jesús como verdadero amigo y cercano a los necesitados: «Haced lo que Él os diga» (ibid. 5).
Durante años parece que había enmudecido. “Excepto en Caná, la presencia de María queda en el transfondo» (Juan Pablo II, Rosarium V.M. n. 21). El ropaje de su humildad ante Dios la ha ocultado. Sus labios se han sellado de tal manera para los humanos que ni al pie de la cruz nos deja una palabra, que guardaríamos como un inapreciable tesoro. Tenemos que dar las gracias al discípulo amado que, atento con solicitud de Hijo amantísimo a todos los gestos de la Madre en el Calvario, queda impresionado por la firmeza y valentía de la que estaba junto a la Cruz y nos ha legado, como herencia el «stabat» que la Iglesia ha recogido en su corazón para cantarla con perdón y amor. Es el bálsamo que mitiga los dolores, sana las heridas y fortalece los corazones de los hijos que quieren participar con María en la salvación del género humano.

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