Queridos diocesanos:

“De María nunca es bastante”, decía San Bernardo. Efectivamente de María nunca hablaremos lo suficiente, ni hablaremos con Ella demasiado tiempo. El acontecimiento del domingo fue muy especial y emocionante: marcó un hito en la piedad de Navarra. Para mí fue un magnífico regalo que no olvidaré fácilmente, uno de los momentos más importantes de mis años como arzobispo de esta querida Iglesia de Pamplona y Tudela.

En el recibimiento de las imágenes que contemplé a la puerta de San Saturnino, iba saludando una a una con la misma oración: “¡Dios te salve, Reina y Madre de misericordia!” y añadiendo la advocación correspondiente, al hilo de la presentación que hacía con esmero y gracejo D. Javier Leoz. Y sentía como si todas las voces de los que la tenéis como Patrona se unieran a la mía. Era un grito que me salía de dentro, erais vosotros, cada uno, los que saludabais a la Señora con el mejor cariño de hijos: ¡Dios te salve, María!

La procesión fue sentida y emotiva. Miraba a un lado y otro en las aceras y estaban llenas de los navarros o foráneos que querían ver las imágenes y que, a la vez, querían dejar sitio en la Catedral para que pudieran entrar los que habían venido de fuera acompañando a su Patrona. Me pareció un gesto hermoso de solidaridad y de misericordia. Cuando entrasteis a la Catedral es como si llevarais en volandas a la Patrona, pero pensé enseguida: ¡No, es Ella la que lleva en volandas a cada devoto, a cada pueblo, a cada comunidad, a cada parroquia…, y a la Diócesis entera! ¡Qué bien sonaban vuestros cantos de los auroros, vuestras bandas, vuestra música!

La ceremonia fue entrañable, solemne y a la vez íntima. No cabía un alfiler, pero todo se desarrolló con decoro y devoción. La Capilla de Música de la Catedral ayudó a ello con sus canciones bien escogidas e interpretadas con primor, como siempre. ¡Qué gran silencio! Ayudaba a rezar, a vivir la celebración, a unirnos en una alabanza grande a Dios nuestro Señor. Y María nos miraba con ojos de ternura y de misericordia ansiando que todos sus hijos un día participemos unidos en el mismo altar, porque como Madre no se cansa de esperar.

Y llegamos a la última parte, la despedida de las imágenes. ¡Cómo me emocionó el beso de San Miguel de Aralar a Santa María la Real que preside la Catedral! Y luego cada una de las imágenes, haciendo una sencilla, pero intensa reverencia. Y ¡qué decir de la Dolorosa, que nos encogía el corazón al girar para salir hacia la Calle Curia! En ese momento me venía a los labios y la repetí muchas veces la canción que ha llenado vuestras romerías y vuestras celebraciones anuales: “¡Tomad, Virgen pura, nuestros corazones!” y ponía a los pies de cada imagen los vuestros, vuestros afanes, vuestros sufrimientos, vuestros niños y vuestros jóvenes y vuestras familias y, sobre todo, vuestros mayores, vuestros enfermos que han mantenido la fe y os la han transmitido. Y repetía: “¡No nos abandones, jamás, jamás!”

Muchas personas me han dado las gracias y la enhorabuena, y lo mismo quiero expresar al Obispo Auxiliar, a los Abades de Leyre y de la Oliva, a los Deanes y Cabildos de Pamplona y Tudela, a los Vicarios Episcopales, a los Delegados Episcopales y de modo especial a D. Javier Leoz Ventura (Delegado de Religiosidad Popular) a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos de la vida contemplativa y activa, a los consagrados y a los seminaristas y a todas las familias, a las autoridades y a todo el pueblo fiel. Pero a quien hay que dárselas es a Nuestra Señora. Ha sido Ella la que os ha traído a Pamplona, la que os acerca cada día a Jesús. Ella es, de verdad, la “Madre de la Misericordia” y que nunca se cansa ni se cansará de esperar. ¡Gracias, María!

Y ahora, ¿qué? Ahora empezamos lo mejor. Hemos comprobado que hay mucha fe en Navarra, que hay mucho amor a la Virgen, que somos muchos, que podemos y tenemos que hacer mucho más en favor de nuestros hermanos, en favor de los más necesitados y pobres. Quiero felicitaros y debo hacerlo, pero, ante todo, quiero y debo animaros a seguir con ilusión y audacia. María es la Mensajera de la Nueva Evangelización que queremos impulsar con el Nuevo Plan de Pastoral para toda la Diócesis. ¡Adelante, que Dios está con nosotros y no nos abandona!

Suelo terminar mis cartas semanales con la misma frase: ¡Con mi bendición, vuestro arzobispo! Hoy debo cambiarla por esta otra: ¡Con la bendición de la Virgen, Madre de nuestro Señor, que seáis muy felices y sigáis siendo muy devotos de vuestra Patrona!

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