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Hay palabras y nombres que deben ser explicados y al mismo tiempo fundamentados en la experiencia de fe que viene garantizada por la enseñanza de la Iglesia. Es fácil de un plumazo anular ciertas afirmaciones que la Iglesia sigue proclamando, estemos atentos porque las consecuencias pueden ser nefastas. Hay un depósito de la fe que no se debe trastocar y menos pensarse que somos dueños del mismo. “¿Qué es el ‘depósito de la fe’? Es aquello que se ha confiado, no lo que tu has descubierto; lo que recibiste, no lo que tu pensaste; lo que es propio de la doctrina, no del ingenio; lo que procede de la tradición, no de la rapiña privada. Algo que ha llegado hasta ti, pero que tu no has producido; algo de lo que no eras autor, sino custodio; no fundador, sino seguidor; no conductor, sino conducido (…). Conserva inviolado y sin mancha el talento de la fe católica. Lo que has creído, en tu poder permanezca y por ti sea entregado a otro” (San Vicente de Lerins, Commonitorium 22, 4). Y esto es conveniente tenerlo presente puesto que la fe ni se compra ni se vende sino que es una gracia que Dios concede, por medio de su Iglesia, para el bien de los creyentes.

Una de las palabras que, para muchos, está fuera del tiempo y de la mentalidad actual es el purgatorio; y no es así. Al hablar de purgatorio estamos afirmando que para entrar en el cielo es necesario entrar purificados de todo y limpios del ‘lodo’ que deja el pecado. Según la doctrina de la Iglesia, el pecado entraña la “pena eterna” y la “pena temporal”. ¿Qué es la pena eterna? Es la privación de la comunión con Dios. El que peca mortalmente pierde la amistad con Dios, privándose, si no se arrepiente y acude al sacramento de la penitencia, de la unión con Dios para siempre. Al ser perdonado, el pecador, la pena eterna desaparece, pero subsiste la pena temporal que no ha quedado purificada totalmente. ¿Qué es la pena temporal? Son las secuelas que son producto del pecado y de cierto desorden que ha de armonizarse.

Es como cuando uno saca un clavo de la pared, el clavo ya no pende sobre la pared, lo mismo, usando esta metáfora, la pena eterna ya no cuenta porque está saldada, pero siempre deja una marca en la pared que conviene limpiar y ésta es la pena temporal; se limpia cuando se purifica la pared o se pinta. Esta pena ha de purgarse en esta tierra o en el purgatorio a fin de que el fiel cristiano quede libre de los rastros y secuelas que el pecado ha dejado en su vida. Esto es lo que nos hace entender la razón por la que la oración en las Misas funeral sea ofrecer sufragios por las almas del purgatorio y así purificadas pasen a la vida eterna de la gloria del cielo. Muchas veces se piensa que el funeral debe ser como un homenaje al difunto. ¡No es así, ni debe ser así! El funeral tiene como finalidad rezar por el difunto o los difuntos para que, si retienen pena temporal, les ayude a purificar y limpiar el lastre que ha dejado el pecado y puedan participar cuánto antes de la gloria de Dios en el cielo. “Las Lágrimas se secan, las flores se marchitan pero la oración permanece y purifica” (San Agustín de Hipona).

También existe la indulgencia, palabra que viene del verbo latino indulgeo que significa conceder a nuestro favor, tener indulgencia, que se aplica por uno mismo o por las almas del purgatorio para purificarse de la pena temporal. Es como los “vasos comunicantes”, uno de ellos desborda e inmediatamente se pasa a otro que tenga menos líquido. “La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1471). La indulgencia en quien la consigue tiene valor para él y si en su haber ya desborda pasa inmediatamente a los que estén necesitados de ella. Es la comunión de los santos y por ello bien podemos decir que nos ayudamos mutuamente en el camino hacia la santidad y en la vía de la purificación. El purgatorio purifica y embellece para presentarse ante Dios que es la suma Belleza.

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