En este año que celebramos de nuevo las “Javieradas” sentimos la importancia de lo que supone el testimonio y el anuncio de Jesucristo que tanto ansía y reclama nuestra sociedad. La evangelización no tiene otro fin sino la de colocar a Jesucristo en el centro de nuestros corazones y en medio de la fraternidad donde él se hace presente como así nos lo prometió: “Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Si caminamos juntos hay uno que vive entre nosotros: Jesucristo. Nos ponemos a caminar con Jesús en medio de su pueblo. No como voluntaristas de la fe, sino como hombres y mujeres que somos continuamente perdonados, hombres y mujeres ungidos en el bautismo para compartir esa unción y el consuelo de Dios con los demás.

Nos ponemos con Jesús en medio de su pueblo porque “sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que, con el Señor, puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación… salir de sí mismo para unirse a otros” (Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 87).

Creo que este modo de vivir nos ayudará, un año más, para profundizar en la peregrinación de las Javieradas. Estoy seguro que todos fomentaremos un ambiente de fraternidad y al mismo tiempo nos acercaremos a Javier para gozar de la fuerza que nos da el Señor y volver con nuestros corazones convertidos gracias al encuentro con su amor misericordioso que se nos regala en el sacramento de la Reconciliación y con su amor generoso y entregado gracias al sacramento de la Eucaristía.

El Concilio Vaticano II asume los dramas de la humanidad e invita a que dejemos traspasar la fuerza del Espíritu Santo y que sea el protagonista en estos momentos cruciales. Estamos llamados a ser testigos pero para ello está ante todo la adhesión a la única fe en la proclamación de la Palabra de Dios que representa la raíz de la comunión eclesial. Con esta disposición viviremos la misión que no es simplemente una de las actividades de la Iglesia, sino que pertenece a su misma naturaleza. La comunión y la misión van tan juntas que la una sin la otra no tendrían ningún sentido, porque la comunión sin la misión se quedaría en el intimismo y la misión sin la comunión se disiparía en el activismo.

Tenemos la gran suerte de poder vivir estas Javieradas poniendo la mirada en el nuevo Plan de Pastoral Diocesano que estamos preparando todos juntos a fin de que sea un impulso de vida en la fe, nos anime en la esperanza y nos fortalezca en el amor fraterno entre todos. Anunciar a Jesucristo con hechos y palabras marcará esta nueva etapa. La sociedad necesita testigos vivos del evangelio y el anuncio de que Dios nos ha entregado a su Hijo Jesucristo. El gran drama de hoy es la falta de perspectiva de futuro y la angustia de falta de felicidad. Por eso más nos debemos entregar para ser transmisores de la fe que se sustenta en la vida de comunión.

Nada ni nadie puede llenar nuestro corazón de felicidad. Solamente la fuerza amorosa de Dios nos hace gozar de una manera especial. Por eso espero que la peregrinación a Javier y siguiendo las huellas de San Francisco nos ayude a revitalizar la experiencia cristiana. Francisco que supo entregar su vida por amor a la misión y caminó gozoso junto con sus amigos y a cuya cabeza estaba San Ignacio de Loyola, él nos enseñe a mirar cara a cara al Cristo de la Sonrisa. Y así encontraremos la fuerza para seguir caminando juntos.

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