No seamos ilusos y creamos que el ser humano sólo se basta por sí mismo. La palabra de Dios además de ser iluminativa nos muestra unas conductas sanas para sabernos regir en la vida. A Dios se le ama, no se le discute. Y si se le ama, se le obedece, se cumple su voluntad. “Los que viven según la carne sienten las cosas de la carne, en cambio los que viven según el Espíritu sienten las cosas del Espíritu. Porque la tendencia de la carne es la muerte; mientras que la tendencia del Espíritu, la vida y la paz. Puesto que la tendencia de la carne es enemiga de Dios, ya que no se somete    -y ni siquiera puede- a la Ley de Dios. Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Rom 8, 5-27). La terminología actual nos habla de materialismo, hedonismo y pansexualismo. Son tres termitas que van destruyendo lo íntimo de la persona como destruyen, valga la metáfora, la viga por dentro. Para afrontar tal situación se requiere una gran fortaleza que viene dada por la fuerza del Espíritu. Hoy la sociedad necesita una gran cura de sanación y una gran medicina: la espiritualidad evangélica.

Un día, en una visita, pregunté al Papa Francisco: “¿Qué necesita la sociedad actual?, a lo que él me respondió: ¡La espiritualidad de Jesús! ¡La vida en el Espíritu!”. Y esto no es un mero sentimentalismo, ni es un recuerdo bello con ciertos acentos altruistas, ni ejercer un paternalismo insustancial. Es vivir a la luz del Espíritu con arreglo a lo cual se busca en todo a Dios para cumplir su voluntad. Informa la conducta del cristiano: pensamientos, deseos, anhelos y obras, buscando lo justo y lo que agrada a Dios. Por el contrario la vida según la carne, el ser humano, se deja vencer por las pasiones que tienen variados matices: ”La fornicación, la impureza, la lujuria, la idolatría, la hechicería, las enemistades, los pleitos, los celos, las iras, las riñas, las discusiones, las divisiones, las envidias, las embriagueces, las orgías y cosas semejantes” (Gal 5, 19-21). Lo que debilita el razonamiento, deteriora la ternura de la conciencia, lo que oscurece el sentido de Dios o quita su gusto por las cosas espirituales produce la tristeza y destruye el gozo de ser luz en el Espíritu.

Con Dios no se juega y así lo afirma San Pablo: “No os engañéis: de Dios nadie se burla. Porque lo que uno siembre, eso recogerá: el que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción; y el que siembre en el Espíritu, del Espíritu cosechará la vida eterna” (Gal 6, 7-8). A veces, ante el relativismo desbocado, se piensa que vivir fuera de la Ley de Dios hace más libres y no es verdad puesto que “cuando se pregunta si algún hombre es bueno no se averigua qué cree o espera, sino qué es lo que ama. Porque quien ama rectamente sin duda alguna también cree y espera rectamente; pero el que no ama, en vano cree, aunque sea verdad lo que cree… Por tanto, ésta es la fe de Cristo, que encarece el apóstol Pablo, la que ‘actúa por la caridad’” (San Agustín, Enchiridium 117). El ingenuo piensa que todo el campo es orégano; el listillo cree que uno es libre si hace lo que le apetezca y el malvado confunde el mal con el bien.
Por lo cual bien merece la pena plantarse ante tanta farsa y buscar la verdad que viene del Espíritu que produce frutos sabrosos: “En cambio, los frutos del Espíritu son: la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia. Contra estos frutos no hay ley” (Gal 5, 22-23). ¿Te apuntas a esta aventura de amor que proviene de Dios? Dios nunca defrauda puesto que nunca nos miente y siempre nos pone en alerta para decirnos que quien se asocie a él y cumpla su voluntad saldrá ganando.

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