El día 21 de octubre tuve la dicha de participar en la beatificación de 109 mártires de la persecución religiosa en España en los años 30 del siglo XX. De ellos CATORCE eran navarros. Fue una ceremonia espléndida en la gran Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona. Pudimos, una vez más, constatar que el amor vence al odio. La experiencia de estos grandes mártires demuestra que el ser humano está hecho a imagen de Dios que es Amor. En la Basílica había más de tres mil fieles. Concelebramos con el Cardenal Amato, que era el enviado del Papa Francisco, 30 obispos y 300 sacerdotes; la mayoría eran de la congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, popularmente conocidos como Claretianos (en latín: Cordis Mariae Filius, en siglas C.M.F).

En la homilía el Cardenal Amato decía: “Frente al diabólico tsunami de la persecución, los 109 religiosos claretianos reaccionaron con la eficaz arma de la caridad y el perdón. Para aquellos que querían aniquilar la presencia cristiana en España, los mártires respondieron perdonando, orando y gritando: ‘No tenemos miedo’… Estaban dispuestos a sacrificar sus vidas para decir al mundo, una vez más, que el bien vence al mal… En el hombre existe un potente antivirus, que es su vocación a la vida y no a la muerte; el amor y no el odio; el gozo y no el miedo. El hombre está hecho para amar, vivir y gozar y nada ni nadie puede separar al hombre de la vida y del amor”. Es un canto de agradecimiento a aquellos que supieron estar a la altura que indica el evangelio y tuvieron la valentía de defender la fe antes que abdicar de ella.

Sabemos que en circunstancias adversas podemos reaccionar de forma distinta: ofreciendo la vida o huyendo cobardemente. Nuestros mártires navarros junto con los demás compañeros claretianos estuvieron dispuestos a “sacrificar sus vidas para decir al mundo, una vez más, que el bien vence al mal… que transforma la tristeza en alegría, el rencor en perdón a los enemigos que también están necesitados de redención. Nos invitan a no tener miedo y permanecer fieles a nuestra identidad cristiana, más aún, a sentirnos orgullosos de ella” (Homilía, Cardenal Amato, Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona, 21 de Octubre 2017). Los mártires nos marcan un modo de vivir que dignifica la experiencia humana. Solamente se puede humanizar si sabemos descubrir y vivir la experiencia del amor que lleva consigo el perdón.

Y celebramos este recuerdo “no por venganza, sino por volver a proponer hoy, ayer y mañana, la eterna ley cristiana de la caridad sin límites porque el cristianismo propone una cultura de paz y fraternidad, y no de guerra” (Ibd. 2). Así lo recordamos permanentemente en la oración del Padrenuestro: “Perdona nuestra ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Tal vez es la prueba de fuego que los cristianos debemos pasar para demostrar si vivimos como tales. Y los mártires nos demuestran que es posible perdonar incluso en el momento más crucial de la muerte. “Nos conforta que todos los religiosos se comportaron con fortaleza y dignidad e incluso con alegría, sin nunca traicionar su fidelidad a Cristo y a la Iglesia, ya que antes de ser asesinados los milicianos les prometían la libertad si abjuraban de su fe, pero ninguno lo hizo” (Ibd. 3).

En este mes de noviembre, a partir del día 1, fiesta de Todos los Santos, tengamos muy presentes a los beatos que acaba de proclamar la Iglesia. Que ellos nos enseñen a vivir la fe en estos momentos tan turbulentos pero tan propicios para mostrar que ‘solo Dios basta’. La alegría de creer nos hace vivir con mayor confianza en Dios y en su providencia. Los problemas, los sufrimientos, las adversidades y las contrariedades serán trampolín para lanzarnos al agua que purifica y regenera la vida del ser humano: el amor de Dios que se manifiesta en Cristo Redentor y Salvador. Roguemos con premura e insistencia durante este tiempo de ‘Todos los Santos’ que seamos fieles a la vocación y vida que Dios nos ha regalado. Los santos “han sido siempre fuente y origen de renovación en los momentos más difíciles de la historia de la Iglesia. Ellos salvan a la Iglesia de la mediocridad, la reforman desde dentro, la apremian a ser lo que debe ser la esposa de Cristo sin mancha ni arruga” (Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes de Lucca-Italia- 23 de noviembre 1989). Y no olvidemos a nuestros difuntos ofreciendo sufragios por ellos para que juntos nos encontremos con la plenitud de amor que es Dios.

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