En este inicio del curso 2017-2018 quiero, ante todo, desearos sabiduría y ciencia que nace y tiene su fuente en el Espíritu Santo que habita en nosotros y medio de nosotros. Hoy además quiero recurrir a los Santos arcángeles Miguel (“quién cómo Dios”), Gabriel (“Mensajero de la mejor noticia”) y Rafael (“Salud de los enfermos”). Que ellos nos ayuden a recorrer este curso y nos ayuden en nuestras tareas y nos amparen ante las adversidades que se puedan presentar. Quien pone la mano en el arado y de modo especial en el estudio y trabajo educativo, bien puede estar seguro que el Espíritu actuará.

1.- Escuchando al profeta Joel podemos afirmar que es un texto en el que proclama la efusión del Espíritu Santo. La efusión del Espíritu Santo implica unos dones carismáticos y proféticos antes que morales, que son su consecuencia. Se subraya que los bienes materiales son mucho más inferiores a los dones espirituales. “Realizaré prodigios en los cielos y en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo” (Jl 3, 3). Hoy vivimos momentos de perplejidad y de dificultad a la hora de educar puesto que ciertas ideologías narcotizan y tienen el peligro de deshumanizar. Por ello es urgente humanizar la educación y así nos lo ha referido el último documento de la Congregación para la Educación Católica: “Es necesario, humanizar la educación; es decir, transformarla en un proceso en el cual cada persona pueda desarrollar sus actitudes profundas, su vocación y contribuir así a la vocación de la propia comunidad. Humanizar la educación significa poner a la persona al centro de la educación, en un marco de relaciones que constituyen una comunidad viva, interdependiente, unida a un destino común” (Congregación para la Educación Católica, Educar al humanismo solidario, 8 /16 de abril 2017/).

Estamos aquí profesores y alumnos en una familia educativa especial puesto que tanto en el CSET como en el ISCR se ha de buscar una formación exquisita para que sea el testimonio cristiano y creyente quien mueva el hecho de aprender y viceversa que lo intelectual y científico, en las ciencias propias, favorezcan al ejercicio de mayor entrega a la causa del Reino de Dios. “Se trata de una educación, al mismo tiempo, sólida y abierta, que rompe los muros de la exclusividad, promoviendo la riqueza y la diversidad de los talentos individuales y extendiendo el perímetro de la propia aula en cada sector de la experiencia social, donde la educación pueda generar solidaridad, comunión y preocupación por la fraternidad universal” (Ib., 10). La única finalidad es recrear el Reino de Dios y anunciarlo con toda la integridad de la persona y ser ante la sociedad signos visibles de la salvación. Este es nuestro reto y nuestro deber.

2.- Es impresionante comprobar la experiencia que nos narra la Sagrada Escritura y nos pone como ejemplo a los testigos del Espíritu. “Gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que no ve? Cuando esperamos lo que no vemos, esperamos con perseverancia” (Rom 8, 23-25). “Es necesario, por lo tanto, a través de la esperanza de la salvación, ser desde ya signos vivos de ella. ¿En el mundo globalizado, cómo puede difundirse el mensaje de salvación en Jesucristo? No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. La caridad cristiana propone gramáticas sociales universales e inclusivas. Tal caridad informa las ciencias que, impregnadas con ella, acompañarán al hombre que busca sentido y verdad en la creación. La educación al humanismo solidario, por lo tanto, debe partir de la certeza del mensaje de esperanza contenido en la verdad de Jesucristo. Compete a ella, irradiar dicha esperanza, como mensaje transmitido por la razón y la vida activa, entre los pueblos de todo el mundo” (Ib. 17).

No olvidemos que la razón fundamental de los profesores y estudiantes de nuestros Centros de Estudio solamente tienen una finalidad: Formar testigos creíbles del Evangelio. No venimos para adquirir grandes títulos, ni para ampliar nuestras capacidades intelectuales, aunque esto se deba dar. Venimos para mostrar a la sociedad que hay una esperanza que no defrauda: Jesucristo nuestro Salvador. “Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Act 4,20). A veces nos encontramos con personas que nos dicen, con cierto desparpajo, que son increyentes y sin embargo admiran a su padre o a su madre por el testimonio que les manifiestan. Bien podemos decir que no creen por sí mismos, pero creen en los que creen. El testimonio de aquellos que viven con Cristo son mediación para muchos que formulándose muchas preguntas encuentran respuestas sencillas a la inquietud de su corazón. El discípulo de Cristo nunca es un observador pasivo e indiferente frente a los acontecimientos. Al contrario, se siente responsable de la transformación de la realidad social, política, económica y cultural.

Cristo es la verdadera respuesta, la más completa, a todas las preguntas que se refieren al hombre y a su destino. Sin él, el hombre es un enigma sin solución. “El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad la cultura carece de entrañas, es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. ¿De qué es capaz la humanidad sin la interioridad? Lamentablemente, conocemos muy bien la respuesta. Cuando falta el espíritu contemplativo no se defiende la vida y se degenera todo lo humano. Sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad” (San Juan Pablo II, Quinto Viaje Apostólico a España, Madrid 2-3 mayo 2003).

3.- El ser humano tiene sed de felicidad, de paz, de caridad, de fraternidad. “Si alguno tiene sed, venga a mi; y beba quien cree en mi. Como dice la Escritura, de sus entrañas brotarán ríos de agua viva” (Jn 7, 37). Es Jesucristo quien más sacia la sed del ser humano que busca siempre la felicidad y ansía llenar su corazón. “Tenemos en Jesucristo tres fuentes de gracias. La primera es de misericordia, en la que nos podemos purificar de todas las manchas de nuestros pecados (…). La segunda fuente es de amor: quien medita en los sufrimientos e ignominias de Jesucristo por nuestro amor, desde el nacimiento hasta la muerte, es imposible que no se sienta abrasado en la feliz hoguera, que vino a encender por la tierra en los corazones de todos los hombres (…). La tercera es de paz; quien desee la paz del corazón venga a mí, que soy el Dios de la paz” (San Alfonso María de Ligorio, Meditaciones para el adviento 1,8). Cuando uno pasea por las calles o se acerca a las personas inmediatamente constata que hay sed de plenitud. Ni lo material, ni el hedonismo logra saciar tanta sed y menos el pansexualismo que ha abierto nuevas expectativas, como si de un paraíso se tratara, y que estos modos de vida no satisfacen al final. El hastío y el drama de la falta de sentido vital acosan sin parar. Pero no tengamos miedo puesto que Jesucristo ha prometido que no nos dejará huérfanos y que estará siempre en medio de nosotros (Cfr. Mt 28, 20).

La tarea es inmensa y nos toca remar en esta barca que es el nuevo curso 2017-18. Os deseo que al estilo de los profetas, de los santos y del Maestro, sobre todo, miremos hacia lo alto y busquemos bien afianzados en la tierra la certeza de lo divino. Que María “Sede de la Sabiduría” cuide de nuestros proyectos para que sean realizados según el designio de su Hijo Jesucristo. Y no olvidemos a San Fermín cuyo Año Jubilar celebramos para que nos enseñe a ser coherentes en el camino de nuestra fe. ¡Santo y Feliz Curso 2017-2018!

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