La Iglesia signo de unidad y salvación
Hoy en el mundo que vivimos existen muchas experiencias tan diversas y distintas que pueden desembocar en unión o en litigio. Aún más puede llegarse a situaciones tan absurdas que al afirmarse las posturas con radicalidad e irracionalidad provocan violencia e incluso guerra. No nos confrontamos si no es para marginar o para aparcar al contrario. Y digo esto porque la Iglesia, en estos momentos como en otros, tiene una misión de ser ella misma en bien de la sociedad promoviendo la concordia y la unidad fraterna. Lo tiene como esencia fundamental puesto que Jesucristo la encomendó llevar el perdón y la gracia por doquier. La Iglesia no se ciñe solamente a un territorio concreto sino que es universal aun cuando se concreta en porciones de esta universalidad como son las Diócesis. Muchas son las denominaciones de la Iglesia de las que nos habla la Sagrada Escritura.
La Iglesia es redil cuya puerta única y necesaria es Cristo: “En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es un ladrón y un salteador” (Jn 10, 1). No son los miembros de la Iglesia o quienes gobiernan los que guían o alimentan a las ovejas, es Jesucristo el único que es el Buen Pastor y Cabeza de los pastores. “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11). Esto nos hace mirar la realidad con la seguridad de tener un guía que garantiza la experiencia concreta en la gran familia que es la sociedad y que está convocada a vivir en la fraterna solidaridad con todos sus matices. El mundo está ansiando tener a alguien que conduzca con autoridad y seguridad los destinos de los pueblos y éste es el Buen Pastor.
La Iglesia también se la denomina labranza o campo de Dios (cf. 1Cor 3,9). Es un símil que nos recuerda los campos productivos y frondosos de nuestras tierras navarras donde se cultivan distintos productos alimenticios que serán servidos a las mesas de nuestras familias. Y no olvidemos los buenos caldos que producen las vides y crecen los olivos que darán sabroso aceite. Es hermosa la metáfora de la vid y los sarmientos (cfr. Jn 15, 1-8) donde se afirma que la verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a los sarmientos que somos nosotros si permanecemos unidos a la vid y que sin él no podemos hacer nada.
Otro nombre que recibe la Iglesia es la de ser mediación y medio para construir el designio que Dios tiene sobre la humanidad. “Porque nosotros somos colaboradores de Dios; vosotros sois campo de Dios, edificación de Dios” (1Cor 3, 9). Cristo es el único cimiento y, por tanto, los cristianos debemos estar “no sólo unidos a Jesucristo, sino adheridos, como pegados a él… Él es el fundamento y nosotros el edificio; él es el tallo de la viña y nosotros las ramas; él es el esposo y nosotros la esposa; él es el pastor y nosotros el rebaño” (San Juan Crisóstomo, In 1 Corinthios 8, 4). Somos Casa de Dios en la que habita su familia, abierta como una tienda de Dios a la humanidad (cfr. Ap 21, 3). Tan es así que Dios hace morada en nosotros puesto que la “Personas divinas inhabitan en cuanto que, estando presentes de una manera inescrutable en las almas creadas y dotadas de entendimiento, entran en relación con ellas por el conocimiento y el amor” (San Tomás de Aquino, Summa Theologiae 1, 43, 3). La conciencia es el altavoz donde Dios nos habla.
Y finalmente es nombrada como madre nuestra que cuida de sus hijos procurando dar el mejor alimento que es la Palabra de Dios y la fuerza del Señor por medio de los sacramentos. El lugar de su amor son los pobres de amor. Una madre no tiene otra razón de ser sino la de darse a sus hijos. Su apoyo es Jesucristo que “la amó y se entregó por ella para santificarla” (Ef 5, 25-26). Estamos celebrando la Jornada de la Iglesia Diocesana y nada mejor que sentirnos unidos a ella que cuida y fortalece nuestra vida. Sintámonos miembros vivos y seamos testigos gozosos para seguir siendo miembros agradecidos de ella que nos lleva de su mano para un día ser ciudadanos del Cielo. Y seamos generoso con nuestras aportaciones económicas para adaptar lo mejor posible nuestros templos y la atención pastoral.