Es interesante constatar que la experiencia humana va desarrollándose por caminos insospechados y siempre hay un punto central que realiza la auténtica realidad humana: el amor. Decía San Agustín: “Cada hombre es lo que ama”. Estamos preparándonos para celebrar la Navidad y existe el peligro de convertir estos días en algo tan festivo que causa un letargo o nos puede llevar a desvirtuar su sentido más profundo y primigenio, su profundidad, su mensaje inicial. La Navidad, con el espíritu franciscano, es humildad, es paz, es intimidad, es gozo, es dulzura, es esperanza, es benignidad, es suavidad, es aurora, es bondad, es amor, es luz, es ternura, es amanecer y es silencio. La Navidad tiene a un personaje central que muestra todos los aspectos positivos de la vida y elimina, con su esplendor, todos los aspectos negativos: Es el Hijo de Dios que nació en Belén. Lo más hermoso de la Navidad es este Niño que con sólo mirarle nos enamora por su bondad.

Los hombres construimos armas de todo tipo para destruir al contrario, sin embargo la Navidad es el mejor reflejo de la Paz. “Cuando me preguntan sobre algún arma capaz de contrarrestar el poder de la bomba atómica, yo sugerí la mejor de todas: la paz” (Einstein). Y la paz se hace presente cuando hay un amor que es más fuerte que el odio. Este amor potente y arrollador se manifiesta en Jesucristo que nació en Belén, padeció, murió y resucitó. Es un amor que tiene como esencia la bondad, una bondad que nunca acaba y siempre abraza, una bondad que mira de frente y siempre levanta, una bondad que nunca expira y siempre inspira, una bondad que no es pesimista y siempre es esperanzadora, una bondad que elimina el mal porque ella es siempre bien.

Ante esta Navidad creo que hemos de dar un paso mucho más profundo y es el de creer que Dios nunca falla y nunca falta a nuestra cita. “Cuando todos te abandonan, Dios se queda contigo” (Ghandi) y es la verdad puesto que lo hemos comprobado alguna vez en nuestra vida. Recuerdo a una persona que había sido presa de una fuerte depresión. Su mirada estaba fijada en el infinito. Sus manos frías no expresaban apertura sino parálisis. En medio de tanto dolor nos pusimos a rezar, sus ojos se encendieron y bañados en lágrimas un susurro se expresaba en su voz: “¡Señor confío en Ti!”. Las manos se alzaron y la mirada se convirtió en alabanza. Nadie puede consolar tanto como la fe en el amor de Dios que es bondad y paz.
La Navidad mueve el corazón de una forma especial y no sabemos, con cábalas racionalistas, descifrar su causa. Hay un querer interior que supera todos los discursos y todas las manifestaciones por muy poéticas que estas sean. Es un Amor que está pleno de Bondad y Paz. Este Amor se denomina el Niño Dios que nace en nuestro corazón como nació en Belén. Es un gran misterio que ni la ciencia, ni los mejores pensadores, ni los mayores escritores, ni los más audaces investigadores… pueden poseer en su alto saber. ¿Es posible comprender que en un Niño frágil y sin fuerzas se manifieste como Dios, es más, que Él es Dios? ¿Es posible comprender que en este Niño se pueda pensar que estaba presente el Salvador del género humano? ¿Es pensable que un Niño pueda restablecer la reconciliación en el ser humano? La fe me asegura que este Niño siendo Dios restaura todo y llena el universo de la bondad de Dios.

En la experiencia de nuestras vidas podemos situarnos al margen de este misterio o al lado del mismo. “Un cobarde es incapaz de mostrar amor; hacerlo está reservado para los valientes” decía Ghandi. No le faltaba razón, puesto que él mismo lo pudo comprobar a raíz de su entrega en favor de la paz. Fue un activista de la paz y del amor a todos. Creo que hoy la crisis tiene sus raíces en la falta de amor que brilla por su ausencia en muchas circunstancias. En esta Navidad nos podemos situar dentro o fuera de este gran misterio, ahora bien nadie podrá afirmar que el amor es inútil. ¡Con amor se vence! ¡Sin amor se pierde y deprecia el ser humano! Deseo que estas fiestas sean muy felices porque CREMOS EN EL AMOR. ¡Feliz Navidad y Año 2018!

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