EL SEÑOR NOS HA UNGIDO PARA ANUNCIAR SU SALVACIÓN

1.- Es impresionante comprobar la fuerza que tiene el amor de Dios y que sigue, con su paciencia, amparando a esta humanidad que cae siempre en los mismos errores. Por eso el salmo nos conmueve: “Cantaré eternamente tus misericordias, Señor” (Sal 88). Y a esto estamos llamados nosotros, queridos sacerdotes y diáconos. A veces nos sucede que estamos ya cansados de tanto anunciar, de tanto proclamar la Palabra de Dios, de tanto sufrir las inclemencias de una sociedad religiosamente tibia y fría, de tanto penar cuando parecía que todo estaba conseguido y se nos vuelven las tornas, de tanto amar y sin buscar recompensas y no se ven los frutos aparentemente, de tanto ofrecer ayuda y encontrar persecución y marginación… y así podríamos seguir mostrando nuestras inquietudes y perplejidades. ¿Qué es lo que permanece? Nuestra fidelidad probada y atormentada, pero fidelidad. Ya nos lo dice el Señor: “Seréis entregados incluso por padres y hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” (Lc 21, 16-19). No olvidemos que las dificultades, por grandes que sean, no escapan a la providencia divina. Y aún en medio de todo esto -y lo podemos comprobar en los cristianos perseguidos de Medio Oriente y otras Regiones- lo que permanece es que podamos seguir cantando las misericordias del Señor.

Estamos celebrando esta Santa Misa Crismal donde vendrán bendecidos los santos oleos y consagrado el santo crisma. Por ellos somos incorporados mucho mejor a la vida de gracia en Jesucristo. El día que recibimos el Santo Crisma, vosotros como sacerdotes en las manos y nosotros como obispos en nuestras cabezas, ese día inició un tiempo de perfume especial de fiesta porque hemos oído de nuevo: “El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para llevar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos, anunciar la redención a los cautivos y a los prisioneros la libertad” (Is 61, 1-2). Nuestra misión, a semejanza del legado real en tiempos de guerra, trae buenas noticias: anuncia la redención a los cautivos y la libertad a los prisioneros (cfr Jr 34, 8.17). Nuestra misión por lo tanto se reduce a una doble función como mensajeros del amor de Dios y consoladores en el Espíritu.

La sociedad necesita que haya ministros para aliviar tanto dolor y drama que asola a familias, niños, jóvenes y adultos. Estamos sufriendo los embates propios de la secularización y no hemos de encogernos o temer, al contrario, hemos de estar con mayor empeño en nuestra labor y caridad pastoral. Por eso el Plan de Pastoral no se debe sustentar en métodos fríos o formas estereotipadas sino en vivir todos unidos en el nombre del Señor y anunciar que la medicina que sana el corazón humano es Jesucristo que se derrama con su entrega generosa en la Palabra, los Sacramentos y en el amor a los pobres con Cáritas. Somos agentes esenciales –porque el Señor nos ha ungido- para llevar a los fieles la gracia santificante. Nuestra misión es ser portadores de la acción divina en medio de la humanidad y a los fieles que Jesucristo nos ha confiado a través de su Iglesia.

2.- El espíritu que ha de movernos, queridos sacerdotes y diáconos, ha de ser el que nos señala hoy el salmo: “Cantaré eternamente tus misericordias, Señor” (Sal 88). Todos necesitamos la fuerza misericordiosa para que el camino hacia la santidad sea un camino purificador. Yo me admiro de vuestra entrega: ¡Cuántos momentos y horas dedicados a atender personalmente a los fieles! Sí, son muchos momentos y agradezco la disponibilidad que observan vuestros feligreses y están contentos al veros atentos a sus necesidades. Por mucho que nos toque trabajar en la viña diocesana y de modo especial en nuestras parroquias nunca hemos de perder de vista que otras labores -por mucho que las justifiquemos- no han de nublar a aquello a lo que estamos llamados: “Ser rostros y manos misericordiosas de Dios”. Tenemos un ministerio que el Señor nos ha confiado y nos ha ungido para que muchos encuentren el sentido a su vida y hallen la alegría de vivir.

La pasión por amor a Dios y a los demás ha de ser el único motivo de gozo. El papa Francisco nos advierte que: “El problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable. De ahí que las tareas cansen más de lo razonable, y a veces enfermen. No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado. Esta acedia pastoral puede tener diversos orígenes. Algunos caen en ella por sostener proyectos irrealizables y no vivir con ganas lo que buenamente podrían hacer. Otros, por no aceptar la costosa evolución de los procesos y querer que todo caiga del cielo. Otros, por apegarse a algunos proyectos o sueños de éxitos imaginados por su vanidad. Otros, por perder el contacto real con el pueblo, en una despersonalización de la pastoral que lleva más atención a la organización que a las personas, y entonces les entusiasma más la ‘hoja de ruta’ que la ruta misma. Otros caen en la acedia por no saber esperar y querer dominar el ritmo de la vida. El inmediatismo ansioso de estos tiempos hace que los agentes pastorales no toleren fácilmente lo que signifique alguna contradicción, un aparente fracaso, una crítica, una cruz” (EG 82).

Sabiendo estas dificultades hemos de apoyar, cada día más, la espiritualidad apostólica a la que estamos convocados y sin temor alguno rogar a Jesucristo que nos haga testigos fieles que ponen toda la confianza en Él como Él pone toda su confianza en nosotros. El evangelio nos lo ha recordado: “El Espíritu del Señor está sobre mí” (Lc 4, 18). De ahí que hemos de seguir adelante y con la ilusión de saber que confiamos en el Espíritu. Muchas veces me preguntan: “¿Cómo va la Diócesis? Y la respuesta es siempre la misma: Va bien porque el Espíritu Santo nos guía y alimenta. Si fuera por nuestras propias fuerzas, el desastre sería absoluto”.

3.- Os invito para que sigamos dando lo mejor de nosotros mismos al Señor y que esta Semana Santa nos ayude a vivir con mayor intimidad junto a Él. Que nuestro presbiterio camine en comunión de vida y de entrega para que lo único que se refleje sea la Bondad y Belleza del Resucitado: único Protagonista. Que el Plan de Pastoral sea un acicate para que todos pongamos lo mejor de nosotros mismos y trabajemos unidos en la caridad pastoral que Jesucristo, a través de su Iglesia, nos confía. Que en nuestros templos se celebre con sencillez y dignidad la liturgia tal y como viene expuesto en el nuevo misal y en los rituales de los sacramentos. Que busquemos momentos de adoración a Jesucristo Eucaristía -como el Papa Francisco nos invita- a fin de que el silencio y la adoración sirvan de motivo para ahuyentar tantos males que esclavizan en nuestra sociedad. Que miremos las necesidades de los fieles y cuidemos de modo especial a los más pobres, pero con el discernimiento claro y en consonancia con Cáritas. Que promovamos, lo mejor posible y sin restricciones mentales, las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Que sigamos cuidando la religiosidad o piedad popular y peregrinaciones como caldo de cultivo en el desarrollo de la fe. Que cuidemos los encuentros de arciprestazgos y unidades pastorales como momentos importantes en la fraternidad y el discipulado entre nosotros para los demás.

Estos compromisos y muchos más son consecuencia de la misión y el ministerio que hemos recibido y que hoy lo vamos a recordar en la renovación de las promesas que vais a proclamar ante mí, vuestro Obispo. Por eso ruego a Santa María Madre de los sacerdotes y diáconos –que hemos recibido el sacramento del Orden- a fin de que nuestra vida sea diáfana y fiel en correspondencia a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote que nos ha elegido y ungido. ¡¡¡Muchas gracias por vuestra entrega generosa!!!

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