Hay momentos en la vida en los que conviene reflexionar de forma más honda y profunda que en otros momentos. Hoy podemos afirmar que hay un gran déficit del sentido común y todo viene dado por la superficialidad y esto porque no se forma la capacidad de la mente con sus argumentos racionales; como consecuencia se deja la mente a expensas del todo vale si es de mi gusto y apetencia. Las técnicas modernas con sus mensajes, muchas veces, acosan a la razón sin posibilidad de defenderse. Esto es muy grave porque el pensamiento cuando viene manipulado o al albor de la moda se convierte en un maniquí a expensas de la mejor oferta. Si a esto añadimos que lo ético y moral es manipulable según las ideologías de turno, se llega a la despersonalización o a la cuota más baja de la antropología humana. Y al final quien pierde es la humanidad que tiene como vocación: ser la expresión de lo más sagrado que existe en la creación.

Tenemos en nuestras manos el futuro de la humanidad. Es muy común escuchar: “El ser humano se regenera o degenera”. Ahora bien nos podemos preguntar ¿cuál es la piedra filosofal de la regeneración? La respuesta es muy fácil: “El propio ser humano, en la autoconciencia de sí mismo, se identifica como amor”. Es lo que está inscrito en su propio ser. El Papa Benedicto XVI decía que los aparentes ‘derechos humanos’ que se orientan hacia la destrucción del hombre tienen un único común denominador que consiste en una única gran negación: la negación de la dependencia del amor, la negación de que el hombre es criatura de Dios, hecho amorosamente por Él a su imagen y a quien el hombre anhela. Cuando se niega esta dependencia entre criatura y creador, esta relación de amor, se renuncia en el fondo a la verdadera grandeza del hombre, al bastión de su libertad y de su dignidad.

Ahora bien todo lo que va a expensas de las nuevas ideologías como la de género u otras variantes se focalizan tanto en sí mismas que se posicionan en la tiranía más radical. La defensa del ser humano y de lo humano va en contra de las reducciones ideológicas del poder que pasa en la actualidad de la obediencia del hombre a Dios a la obediencia del Estado. Se entiende lo que dice San Pablo: “Porque ésta es nuestra gloria: el testimonio de nuestra conciencia, de que nos hemos comportado en el mundo, y especialmente entre vosotros, con la santidad y sinceridad que vienen de Dios, no con sabiduría carnal sino con la gracia de Dios” (2Cor 1, 12). Tan graves consecuencias acarrea la ideología de género que -inducida a sus últimas consecuencias- lleva al ser humano ya no sólo a perder su propia identidad sino que se deshace como la nieve en tiempo de sequía.
Aquella que más sufre, a causa de la colonización de las conciencias, es la familia. No hace falta más que mirar a nuestro alrededor y se observa una gran desorientación. El provenir de la sociedad es la familia y es decisiva para la sociedad. El peligro de tal colonización de las conciencias -como dice el Papa Francisco- está influyendo de tal forma que niega la certeza profunda según la cual el ser humano existe como varón y hembra, a quienes ha sido asignada la transmisión de la vida. Ante tal panorama nos va a tocar combatir, como dice San Pablo: “Milita en este noble combate, mantén la fe y la buena conciencia. Algunos por haberla desechado, naufragaron en la fe” (1Tim 1, 20). La fe es un don gratuito que Dios concede al ser humano y se puede esfumar como el humo si no se sustenta en bases firmes. Hace falta luchar para conservarla, y para eso se requiere una buena conciencia, rectamente formada, pues cuando la conciencia se corrompe busca justificar las propias acciones morales desviándose de la fe. “Porque el que dice adiós a la vida cristiana se forma una creencia semejante a sus costumbres” (San Juan Crisóstomo, In 1 Timotheum, ad loc.) ¡Buena tarea nos queda para la nueva evangelización!

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