LA CASTIDAD CONSTRUYE LO HUMANO Y SAGRADO DE LA PERSONA

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Estamos llevando hasta los últimos extremos vivencias que tienen sus raíces en la famosa proclamación de la liberación sexual. Se ha considerado que esta corriente iba a ser un impulso hacia la libertad y hacia una humanización más madura. Y ha resultado ser todo lo contrario: una esclavitud que nada tiene de libertaria. El ser humano, por varias razones, siempre se tropieza sobre la misma piedra. En toda la historia de la humanidad se ha luchado para reaccionar contra los vicios que impiden mirar a la persona como un don sagrado. De ahí se deduce lo que nos indica la Sagrada Escritura: “Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre. Porque del interior del corazón de los hombres proceden los malos pensamientos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, los deseos avariciosos, las maldades, el fraude, la deshonestidad, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la insensatez. Todas estas cosas malas proceden del interior y hacen impuro al hombre” (Mc 7, 20-23). Lo que contamina la interioridad del ser humano es la soberbia y es uno de los pecados que llevan en su fardo todos los vicios y ellos conducen al pecado mortal que rompe la relación con Dios. Si algo grande hay en la persona es que está creada a imagen de Dios que es amor.

La lujuria, la fornicación y el adulterio son manifestaciones que destruyen lo más bello que hay en el ser humano. Conviene recuperar la pureza de costumbres y la pureza del corazón. No se puede destruir la hermosura que Dios ha puesto en la creación y de modo especial en la persona humana. Las consecuencias son muy elocuentes y según se busque una u otra, los frutos son distintos. Si se parte de vivir con egoísmo se consigue amargura, malestar y vicio. “La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2338). Si se parte del respeto a la persona y se orienta la sexualidad con la dignidad y pureza de vida y costumbres, se llegará a la castidad que significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual.

La educación sobre el respeto al propio cuerpo parte desde que somos pequeños. La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. “El dominio de sí es una obra que dura toda la vida. Nunca se la considerará adquirida de una vez para siempre. Supone un esfuerzo en todas las edades de la vida. El esfuerzo requerido puede ser más intenso en ciertas épocas, como cuando se forma la personalidad, durante la infancia y la adolescencia” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2342). Si no hay esta lucha de atleta después no nos escandalicemos. La sexualidad es un lenguaje que conviene aprender bien puesto que el amor armoniza al matrimonio que tiene como finalidad la unión y la procreación, al consagrado en su fortaleza para vivir la virginidad como signo del futuro eterno, al célibe como entrega generosa para anunciar el Reino de Dios a todos los que sirve.

La castidad tiene como unas leyes de crecimiento y aunque se den circunstancias de imperfección, esto no debe ser obstáculo para crecer y madurar. Quien lucha al amparo de la gracia de Dios “irá realizando el bien moral según las diversas etapas de crecimiento” (Juan Pablo II, Familiaris Consortio, nº 34). Lo peor que puede suceder es la banalización de la sexualidad como si de un juego se tratara y que en cada edad se utilice de una forma distinta. Es muy fácil dejarse llevar por los impulsos y la cultura imperante que promueve, de una forma depredadora, no vivir con madurez la sexualidad. Como consecuencia se hace presente la promiscuidad que poco a poco deteriora a la persona. Todo esto ha llevado a un aumento de conflictividad en la convivencia, por no decir, que se ha convertido en una de las primeras causas de divorcio y rupturas según afirman los abogados matrimonialistas. Al final la fidelidad se desvanece y desaparece.

Es el momento para proclamar sin ambigüedades y sin tapujos que la castidad “representa una tarea eminentemente personal; implica también un esfuerzo cultural, pues el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la sociedad misma están mutuamente condicionados. La castidad supone el respeto de los derechos de la persona, en particular, el recibir una información y una educación que respeten las dimensiones morales y espirituales de la vida humana” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2344). La castidad al ser una virtud moral se ha de cuidar con mucho esmero y es un don que Dios, con su gracia, nos ayuda a vivirla. Recemos a la Virgen María para que nos ayude en este proyecto maravilloso que dignifica a la persona y a la sociedad.

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