Del día 26 al 28 de mayo he podido constatar, una vez más, la gran labor pastoral y asistencial que realiza la “Hospitalidad Navarra de Nuestra Señora de Lourdes”. Los peregrinos enfermos y discapacitados han sido OCHENTA y los que les han asistido como médicos, enfermeros, voluntarios y acompañantes han sido CIEN. La experiencia ha sido muy positiva y llena de humana acogida que ha propiciado lo que Jesús afirma: “Como yo os he amado, amaos también unos a otros” (Jn 13, 34). La medida del amor cristiano no está en el corazón del ser humano, sino en el corazón de Cristo. Esto se aprende cuando se va al lado de la Virgen y en este caso al Santuario de Nuestra Señora de Lourdes. La devoción se palpa y los sentimientos se cruzan y de modo especial se puede observar en los más débiles que son los enfermos. Ya desde que llegamos al Hospital de ACOGIDA DE NUESTRA SEÑORA, los rostros iban cambiando al compás de los momentos de oración: La Vigilia de las Antorchas, La Eucaristía en la Gruta de la Virgen, El Viacrucis por la pradera de Lourdes, La participación en la Adoración al Santísimo en la Capilla subterránea de San Pio X y la Misa en la Capilla de Santa Bernardita donde se celebró el sacramento la Unción de Enfermos.

Todo se iba realizando con tanta normalidad que provocaba un entusiasmo especial. No se hacía nada especial pero sí se seguía un recorrido atractivo para profundizar en la espiritualidad del amor a María y de alivio para los que -como enfermos o discapacitados- encuentran una razón para seguir creyendo, amando y esperando. Nadie entiende mejor la espiritualidad de Lourdes como los que se hallan enfermos o faltos de salud síquica. Ellos nos enseñan a mirar a Dios de una forma muy distinta a la que estamos acostumbrados los que nos decimos sanos y normales. ¡Tienen una percepción especial! El mismo Señor nos dice: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3). Los sencillos no tienen doblez y se manifiestan tal como son. Hablando con uno de ellos lloraba porque sentía que Dios le quería mucho. Te lo dicen sin grandes reflexiones, les sale de lo más profundo de su alma sencilla.

De modo especial me han sorprendido los voluntarios y voluntarias que atienden con exquisito cariño a cada uno de los enfermos; se desviven como auténticos hermanos y como vigilantes, en todo momento, con una ayuda concreta y cariñosa. Considero que es un trabajo que implica minuto a minuto su atención, pero se crea tal ambiente que todos nos sentíamos familia de hermanos. No ha habido dificultades especiales aunque las enfermedades en cada uno de los enfermos se presentan con características personales y la medicación requería un cuidado especial por persona. Pero los momentos de mayor intensidad se notaban en las celebraciones. La atención de todos expresaba la hondura del corazón que tiene una única razón para creer: Dios me ama y aquí estoy. El hecho de que miles y miles de enfermos se acerquen al Santuario de Nuestra de Lourdes es un síntoma de una empatía y simpatía especial con la Virgen María. Todos cantan y rezan a esta Madre que llena con su paz y ternura lo más íntimo del corazón. Es el amor de una Madre que a nadie deja indiferente.

Doy gracias por esta labor escondida de los voluntarios y voluntarias de la Hospitalidad Navarra de Nuestra de Lourdes y animo a que en el próximo año aumenten tanto ellos como los enfermos que se encuentren deseosos de asistir y así puedan recibir esta gracia tan importante en su vida. Es un regalo del Cielo que no lo podemos perder. Que esta pastoral de la salud crezca en nuestras comunidades parroquiales y que sean fuente de ánimo y esperanza para los pobres que más ama el Señor: los enfermos físicos y síquicos. Así se lo pedí a Nuestra Señora de Lourdes en la Gruta donde se apareció a Bernardita.

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