SAN FERMÍN VIVIÓ LA VIRTUD DE LA FORTALEZA

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Hoy celebramos la fiesta de un santo que ha entrado en la vida de los navarros y de modo especial de los pamploneses. Si algo debemos aprender de los santos es un justo y sano comportamiento de nuestras vidas que, muchas veces, se ven acosadas por los contravalores del evangelio que son los vicios. En la doctrina cristiana la fortaleza es la tercera virtud cardinal que trata de vencer el temor y eludir la temeridad. No todos poseen esta virtud, pero quienes la tienen demuestran firmeza en las dificultades van haciéndose presente a lo largo de la vida y promueven con constancia el ir a la búsqueda para hacer el bien. Si en algo nos puede ayudar y enseñar San Fermín es cómo vivir la virtud de la fortaleza. Él no la consiguió por puro azar sino porque tuvo la valentía de amar a Dios y se fió de Él más que de los consejos oscuros y torcidos del autoritarismo que predominaba en los dirigentes de su época.

De la fortaleza divina participa el pueblo de Israel y cada uno de sus miembros en la lucha por alcanzar la tierra prometida y cumplir los Diez Mandamientos, de modo que la fortaleza se considera un don de Dios: “El Señor es mi roca, mi alcázar, mi libertador. Mi Dios, la peña en que me amparo; mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte, mi refugio, el salvador que me libra de los violentos” (2Sam 22, 2-3). Una de la grandes tentaciones que nos invade con frecuencia es la de creer que no vamos a tener fuerzas para superar las circunstancias adversas que se presentan en la vida. Sabemos bien que por nosotros mismos no lo vamos a conseguir pero con la fuerza de Dios siempre saldremos adelante.

El racionalismo liberal o el relativismo que trata de luchar para que se pierda la relación de la persona con el Creador, pretende situar al ser humano en el centro del universo. Al ponerlo en el centro se difumina tanto que se pervierte y no tiene capacidad de discernir donde está el bien y donde está el mal. Falta la capacidad para luchar y la fortaleza se convierte en una esclavitud del hombre con respecto a Dios. El hombre por sí mismo no se basta, se anula, porque se apropia de algo que no le pertenece. El hombre sin la referencia a Dios se deshumaniza. Se pierde el sentido de lo más auténtico que hay en su vida. “Si Dios retira su auxilio, podrás pelear; lo que no podrás es vencer” (San Agustín, Comentario sobre el Salmo 106).

Cuando se vive la virtud de la fortaleza y ésta se sustenta en Dios podrán venir momentos difíciles como le ocurrió a San Fermín. Su único ideal era defender la doctrina cristiana y las costumbres con sentido moral. Es el momento para no temer ni acobardarse: “Lo que hay que temer no es el mal que digan contra vosotros, sino la simulación de vuestra parte; entonces sí que perderéis vuestros sabor y seréis pisoteados. Pero si no cejáis en presentar el mensaje con toda su austeridad, si después oís hablar mal de vosotros, alegraos. Porque lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una vida de molicie. Por tanto, estas maledicencias son invertibles y en nada os perjudicarán, antes serán prueba de vuestra firmeza” (San Juan Crisóstomo, Homilía sobre San Mateo, 15). Por eso hemos escuchado en el evangelio: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno” (Mt 10, 28).

Mucho tenemos que aprender de los santos y hoy de modo especial de San Fermín que nos dejó un testimonio de vida cristiana y se reflejó en la virtud de la fortaleza que tan necesaria hoy también se ha de impulsar en la sociedad donde prima, muchas veces, la “cultura del algodón” que se sustenta en vacíos intelectuales y existenciales. Es el mismo apóstol que nos advierte: “Poneos la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo y, tras vencer en todo, permanezcáis firmes. Así pues, estad firmes, ceñidos en la cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia y calzados los pies, prontos para proclamar el Evangelio de la paz; tomando en todo momento el escudo de la fe, con el que podáis apagar los dardos encendidos del Maligno” (Ef 6, 13-15).

Este espíritu se ha pretendido llevar adelante con motivo del Jubileo de San Fermín que hoy clausuramos. Muchas personas han encontrado el sentido a su vida a los pies del Santo. Muchas personas que se han convertido y que sólo Dios sabe han ido jalonando el Jubileo de San Fermín y todo porque San Fermín no nos deja impasibles, nos mueve espiritualmente e interiormente como un faro de luz que supo ser fiel y fuerte ante los que pretendían que se desligara de lo más sagrado. Supo vivir con total disponibilidad a Dios y a su Evangelio. Pero también este Jubileo ha ayudado a mirar la realidad de otra manera y es la de considerar que nuestra vida no tendría sentido si no caminamos por el sendero de la caridad, de la fe y de la esperanza. Se pretende, muchas veces, llevarnos por el camino de la modernidad apoyados en la “mundanización”. “De hecho nosotros los cristianos vivimos en el mundo, insertados en la realidad social y cultural de nuestro tiempo, y es justo que sea así; pero esto trae consigo que corramos el riesgo de convertirnos en ‘mundanos’, que la sal pierda el sabor, que el cristiano se diluya y que pierda la carga de novedad que viene del Señor y del Espíritu Santo” (Papa Francisco, Angelus, Plaza de San Pedro de Roma, 1 de septiembre 2014).

Es necesario que nos renovemos continuamente alimentándonos de la Palabra de Dios, leyendo el Evangelio y aplicándolo a la vida cotidiana. Participando en la Misa dominical donde nos encontramos con la Comunidad Cristiana y el alimento Eucarístico. ¡Cuánto bien hace! Muy importantes son también los momentos de oración en familia. ¡Cuánto nos une! Y para la renovación espiritual nos ayudan los momentos ante el Señor y los Sacramentos. En esta línea se ha ido desarrollando el Jubileo de San Fermín y deseo -con todo mi corazón- que se siga adelante con estas coordenadas. Bien se sabe que una planta que no se riega, se seca. Si lo aplicamos al espíritu, sucede lo mismo. Animo a todos los diocesanos para que sigamos poniendo todo el empeño en vivir con mayor profundidad y gozo el don tan grande que hemos recibido: la fe. El Jubileo de San Fermín ha sido un tiempo que ha logrado caldearnos espiritualmente. Sería un fracaso si no seguimos echando leña al fuego, se apagaría. Ruego a San Fermín que nos ayude a ser cristianos en constante vigilancia y en constante empuje hacia la santidad. Que Santa María, bajo las advocaciones de la Real y del Camino, nos ayude a ser hoy valientes y anunciemos el Evangelio -con nuestro testimonio- sin miedos ni vergüenza.

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