Ciertamente que el tiempo corre a velocidades vertiginosas y de nuevo nos vemos involucrados en festejar, un año más, a Santo Tomás de Aquino. La vida es preciosa y los instantes que vivimos en ella, si somos responsables, son como pequeños rayos de luz que la van iluminando. Las primeras comunidades subrayaron esta metáfora: “Pues así nos lo mandó el Señor: Te he puesto como luz de los gentiles” (Act 13, 47). Claro está que ya se lo había dicho a los suyos en muchas ocasiones: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Y eso es lo que deseamos ser y vivir en el Centro Superior de Estudios Teológicos San Miguel Arcángel y en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Francisco Javier: Reflejo de la luz que es Jesucristo. El conocimiento ayuda a saber y el saber nos hace crecer no sólo en conocimientos sino en el gusto por la sabiduría que es un don del Espíritu Santo.

       Jesucristo es la luz que ilumina la inteligencia por ser la plenitud de la Revelación divina y es también luz que ilumina el interior del hombre para que pueda aceptar esa Revelación y hacerla vida suya. De ahí se entiende que Santo Tomás tuviera tan profunda vida de oración. Y esta vida de relación con Dios no limita la capacidad intelectual que razona y da sentido a lo que sucede. “Dios fue siempre la gran pasión de Santo Tomás. Ya desde niño, siendo oblato en la abadía de Montecasino, les preguntaba a los monjes benedictinos: ¿Quién es Dios? Tomás descubrió con el paso del tiempo que esa es una pregunta clave, pero difícil de contestar. Por eso consagró su vida a responderla, siendo consciente de que toda respuesta humana es incompleta, aunque no inútil, pues en ella se juega la salvación” (Fr. Manuel-Ángel Martínez de Juan O.P.). Así se entiende bien –con el pensamiento de los clásicos- que el docto no sólo es por lo que sabe, sino también por lo que experimenta de Dios. A Dios, nos dirá Santo Tomás, no se accede por pasos corporales, porque él está en todas partes, sino por la mente y el corazón. De este mismo modo nos alejamos de él (cfr. Suma Teológica, I, q. 3, a. 1, ad 5).

  Es muy importante que se encuentren y abracen fe y razón. Aquí la aportación de Santo Tomás de Aquino fue muy importante en la Edad Media puesto que se puso el esfuerzo de encontrar las razones que permitan a todos entender los contenidos de la fe. Hay una armonización entre la fe y la razón basada en el principio de que lo que es verdadero, quienquiera lo haya dicho, viene del Espíritu Santo. La fe no teme a la razón sino que la busca y confía en ella. Todos conocemos la carta encíclica del Papa San Juan Pablo II que dice: “El hombre tiene muchos medios para progresar en el conocimiento de la verdad, de modo que puede hacer cada vez más humana la propia existencia. Entre estos destaca la filosofía, que contribuye directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a trazar la respuesta: ésta, en efecto, se configura como una de las tareas más nobles de la humanidad. El término filosofía según la etimología griega significa amor a la sabiduría. De hecho, la filosofía nació y se desarrolló desde el momento en que el hombre empezó a interrogarse sobre el por qué de las cosas y su finalidad. De modos y formas diversas, muestra que el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre” (Fides et Ratio, 3).  Y en ella desarrolla todo un contenido que confluye en un diálogo entre la fe y la razón. Dios nos ha creado para que le conozcamos y amemos. Dadas las limitaciones de nuestro conocimiento, Santo Tomás no dudará en afirmar que a Dios es mejor amarle que conocerle (cfr. Suma Teológica, I,q.82, a.3c). El amor mismo es conocimiento. El famoso adagio que enseña que nada puede ser amado si no es previamente conocido no tiene vigencia real puesto que se puede amar sin conocer, pues algo semejante ocurre cuando se ama a Dios (cfr. I-II, q. 27, a. 2, ad 2).

    El evangelio que hemos escuchado  nos abre nuevos horizontes puesto que la ley del amor nos renueva en una relación mutua que tiene como base una entrega y esta es la máxima verdad. La verdad tiene como pedestal la caridad: “Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor… Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa” (Jn 15, 9-11). El Doctor Angélico lo tiene muy claro: cuando busca la verdad no margina la caridad sino que la pone como base de todo. Y define a  la caridad como una cierta amistad con Dios, como una unión afectiva y recíproca. Creo que su búsqueda por la verdad la encuentra en la fuerza que le dio la oración. Muchas horas dedicaba a la oración y de ahí viene de que una teología auténtica es una teología que parte de arrodillarse ante el Señor: la teología arrodillada. Muchos pueden ser los argumentos y los raciocinios que nos asalten, pero la mente necesita despejarse para mayor concentración. Fray Reginaldo, su secretario y amigo íntimo, nos cuenta que “antes de ponerse a estudiar, sostener una discusión, enseñar, escribir o dictar, recurría a la oración en secreto, con frecuencia deshecho en lágrimas. Si alguna duda se le ofrecía, interrumpía el trabajo mental para acudir nuevamente a sus plegarias”. Toda la obra y la vida de Santo Tomás fue un esfuerzo por buscar a Dios a través del estudio y la contemplación y por comunicar a los demás el resultado de este esfuerzo, convencido como estaba que es más perfecto iluminar que lucir, comunicar lo contemplado que contemplar solamente (cfr. Suma Teológica, II-II, q. 188, a. 6c).

   Es importante que en los Centros de Estudios pongamos empeño en compaginar este modo de vivir. Hay una frase muy clásica: Contemplata aliis tradere (que lo que hemos contemplado lo transmitamos a los demás). Tal vez una de las grandes dificultades que encontramos para evangelizar son las prisas y nerviosismos que nos acechan permanentemente al tratar de querer llegar a todo. Esto provoca un activismo tal que puede hacernos perder lo esencial: ser testigos de un amor y sabiduría que tiene su fuente en Dios. Hablamos de Dios pero nos falta tiempo para estar con él. Pronunciamos hermosos discursos pero nos falta meditar y ahondar en lo que Dios nos pide con su voluntad. Nos preocupamos de los demás pero no los ponemos a los pies del Maestro. Y así podríamos seguir enumerando circunstancias que nos despistan de la labor fundamental de profesor y de alumno.

    Quiero concluir con el himno que hoy hemos recitado en los Laudes: Experiencia de Dios fue vuestra ciencia, su Espíritu veraz os dio a beberla en la revelación, que es su presencia en velos de palabra siempre nueva/ Abriste el camino para hallarla a todo el que Dios hambre tenía, palabra del Señor que, al contemplarla enciende nuestras luces que iluminan / Saber de Dios en vida convertido es la virtud del justo, que, a su tiempo, si Dios le dio la luz, fue lo debido que fuera su verdad, su pensamiento / En nuestro corazón de criaturas, no se encendió la luz para esconderla, que poco puede andar quien anda a oscuras por sendas de verdad sin poder verla / Demos gracias a Dios humildemente y al Hijo, su Verdad que a todos guía,  dejemos que su Luz, faro esplendente, nos guíe por el mar de nuestra vida. Amén.

    Que la Virgen María, Sede de la Sabiduría, nos siga mostrando el camino para llegar con presteza y alegría a los pies del Maestro que nos anima y ayuda para ser discípulos humildes y sabios.

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