La santidad es una experiencia tan espiritual como humana. Existe en el pensamiento de muchas personas que la santidad es inalcanzable puesto que es para gente especial y muy selectiva. Tal vez en otros momentos históricos así se podría concluir. Con el Concilio Vaticano II se nos muestra otra auténtica perspectiva. De ahí que afirme: “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (LG 40). La semilla de la santidad comienza el día que fuimos bautizados y, si la regamos bien, irá creciendo con el pasar del tiempo. La vida tiene muchos momentos en los que se puede ir desarrollando la experiencia de la santidad, puesto que la fuerza de la misma es la caridad que se muestra en el amor a Dios y al prójimo. Este doble carril se va deslizando durante todas las etapas de la vida hasta llegar al final del mismo que es la eternidad. Un joven, me preguntó, en una ocasión: “¿Yo puedo ser santo?” y le respondí: “Puedes ser santo si amas a Dios y a los demás. La síntesis la encuentras en los Diez Mandamientos. Ellos son quienes nos llevan por el doble carril. Si no los vives descarrilarás y no podrás llegar a la meta del viaje”.

La santidad no se consigue con el voluntarismo o con cerrar los puños como quien deseara conquistarla con la propia fuerza. Es importante que haya una disposición o preparación para acoger la gracia que, para ser santos, se requiere. La gracia divina es necesaria para suscitar y sostener nuestra apertura a la justificación mediante la fe y a la santificación mediante la caridad. “Dios completa en nosotros lo que el mismo comenzó, porque él, por su acción, comienza haciendo que nosotros queramos; y termina cooperando con nuestra voluntad ya convertida” (San Agustín, grat. 17). La santidad se va consiguiendo estando muy cercano a la Palabra de Dios que nos indica cómo se ha de vivir e ir a la fuente de la santidad que son los Sacramentos (el paso de Dios que nos alimenta y purifica en nuestra vida). Sin Dios y sin su Amor no se puede llegar a la santidad.

Hay una gracia especial que se denomina la gracia santificante y esta tiene su fuente en Dios. “Cuando el corazón ama a Dios y al prójimo (cf. Mt, 22-40). Cuando esa es su intención verdadera y no palabras vacías, entonces ese corazón es puro y puede ver a Dios. San Pablo, en medio de su himno a la caridad recuerda que ahora que vemos como en un espejo, confusamente (cf. 1Co 13, 12), pero en la medida que reine de verdad el amor, nos volveremos capaces de ver cara a cara a Dios. Jesús promete que los de corazón puro verán a Dios. Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad” (Papa Francisco, Gaudete et exsultate, n.86). La santidad tiene como cualidad la percepción humilde de ver a Dios en todos los acontecimientos que van sucediéndose en la vida. Esta visión, es tan patente, que se puede reflejar en la cara de un enfermo, en el amor un padre y una madre con sus hijos, en el rostro de un misionero que muestra la sonrisa y ayuda a los más pobres, en un docente que escucha a sus alumnos con paz y alegría, en un político que se preocupa de las necesidades mediatas e inmediatas del pueblo… Sólo quien ama ve a Dios y lo transmite con sus gestos, palabras y acciones.

La santidad es posible, solamente se requiere poner las bases sencillas que a ella lleva. “Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio al prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen, y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos” (LG 40). De esta forma insiste el Concilio Vaticano II y así lo expresa para que nadie se sienta fuera de este camino de santificación. La santidad se alcanza si ponemos los medios. Cualquier realidad humana posible se consigue cuando hay interés y ganas. No se consigue si no se lucha.

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