El mes de junio tradicionalmente tiene como punto de mira la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Es un mes donde se muestra la cercanía a la imagen que solemos tener en nuestras casas, en el ambiente parroquial y en nuestras plazas y puertas de nuestras casas. Las razones del corazón son mucho más extensivas que la de la misma razón y el motivo fundamental es porque el Hijo de Dios nos mostró hasta donde llegaba el Amor del Padre. La Sagrada Escritura tiene una denominación muy propia de Dios: “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es Amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 16). A veces buscamos, por caminos equivocados, la presencia o la visibilidad de Dios y lo tenemos en el corazón que ama. Ahora bien no debemos confundir el amor verdadero con los amores interesados y egoístas. Tal vez las circunstancias que nos rodean pudieran llevarnos a confundir el amor auténtico con el amor falso.

Durante este mes tenemos la oportunidad de mirar con alegría y orgullo al Sagrado Corazón de Jesús y decirle que nos enseñe a amar y a dar razón de nuestros actos para que se realicen en el amor verdadero. Y su carta de identidad nos lo expresa el Señor: “Nosotros amamos, porque Él nos amó primero. Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4, 20). No se entiende el amor a Dios si no lleva consigo el amor al prójimo. “Es como si yo soñase que estaba caminando. Sería sólo un sueño: no caminaría. Quien no ama al prójimo no ama a Dios” (San Juan Clímaco, Scala paradisi 33). Esta es la única razón del corazón y sólo por ella se entrega la vida si es necesario. Lo vemos en los mártires que han entregado su vida al lado de aquellos que han servido por amor y sólo por amor. Ante los misioneros nadie pone objeciones y su razón fundamental es el amor de entrega y nunca huyen, a pesar de las dificultades y las guerras, del lugar donde se encuentran.

Me conmueve ver personas de toda índole y vocación cómo encaran la vida y se ponen en una actitud de amor puramente gratuito. He visto hijos que han estado al lado de sus padres enfermos y han ofrecido su vida por ellos. He visto sacerdotes que, sin pretensiones de ningún tipo, y sobrepasando su edad han seguido o siguen atendiendo a sus fieles. He visto matrimonios que, en medio de grandes dificultades, han sabido ser fieles simplemente porque lo único que les unía era un amor oblativo y gozoso. He visto enfermos que desde pequeños están en la cama y sus padres siguen cuidándoles con mimo y entrega. He visto empresarios, políticos, gestores públicos… que emplean todo su tiempo por amor a sus trabajadores y a sus ciudadanos. He visto auténticos milagros de personas que se gastan y desgastan por los demás. Generalmente no salen en los medios de comunicación. El amor verdadero no hace ruido porque “es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso, ni jactancioso, ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor” (1Cor 13, 4-5). Este es el himno a la caridad que vale mucho más que todos los himnos que pudiéramos inventar.

Los santos son como pequeños guías que nos ayudan a mirar con los ojos más limpios. Ellos tienen muy claro que si está dentro de uno la raíz del auténtico amor, ninguna otra cosa sino el bien podrá salir de tal raíz. Y por eso cuando el amor crece dentro de uno mismo, la belleza crece. Porque el amor es la belleza del alma. Cuántas veces recordamos personas que no tienen encantos exteriores, pero son tan limpias de espíritu que muestran una belleza especial y todo lo contrario, puede suceder, que personas al tener encantos exteriores no fascinan porque les falta la belleza interior. Se comprende bien que el amor nada tiene que ver con la soberbia puesto que en ella no cabe Dios porque el que está lleno de amor está lleno de Dios mismo. Esta es la única razón del corazón.

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