H ay una experiencia en la vida humana que refleja la auténtica realidad de lo que supone las relaciones mutuas. Mucho daño se puede hacer cuando el personalismo se convierte en la única forma de relacionarse. Nunca ha sido bien aceptado por quienes miran más a la unidad en la diversidad que rechaza de lleno la confrontación en la pluralidad. Unidad que no quiere decir uniformidad. Cuando nos miramos cara a cara todos somos distintos pero hay algo que nos une: somos de la misma raza humana. La bondad es imprescindible si deseamos construir verdaderas relaciones humanas. La misma Sagrada Escritura nos muestra las pautas a seguir para vivir la bondad puesto que son fruto del Espíritu Santo: “La caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe la mansedumbre, la continencia. Contra estos frutos no hay ley” (Ga 5, 22-23). Son los doce frutos que tradicionalmente se exponían en la catequesis cristiana (se añaden la paciencia, la fidelidad y la modestia, según la Vulgata, para completar los anteriores). Si el bien es difusivo por si, entonces propicia tales frutos que animan y alimentan la experiencia humana puesto que se deja conducir por el mismo Espíritu. Haciendo el bien no se desmayará en pesimismos y desesperanzas porque se espera en Dios.

En los momentos más gloriosos, que se han podido dar, hemos constatado que era verdad: la bondad suaviza y crea más fraternidad. “Que desaparezca de vosotros toda amargura, ira, indignación, griterío o blasfemia y cualquier clase de malicia. Sed, por el contrario, benévolos unos con otros, compasivos, perdonándoos mutuamente como Dios os perdonó en Cristo” (Ef 4, 31-32). Muchos momentos de nuestra vida se han pacificado cuando hemos protocolizado este estilo de vida en sentido positivo. Sin embargo si hacemos un análisis sociológico podemos comprobar que las pequeñas o grandes guerras tienen como origen la malicia, la indignación y el odio. Es el mismo apóstol que pone un rosario de despropósitos que conducen a la falta de armonía humana. “Pues los hombres serán egoístas, codiciosos, arrogantes, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, crueles, implacables, calumniadores, desenfrenados, inhumanos, enemigos del bien, traidores, temerarios, envanecidos, más amantes del placer que de Dios, guardarán ciertos formalismos de la piedad pero habrán renegado de su verdadera esencia” (2Tm 3, 2-5). Este modo de vivir lleva al precipicio de lo más inhumano que pueda darse.

Ser bondadosos nos acerca a Dios puesto que “todo el que ama ha nacido de Dios, y conoce a Dios” (1Jn 4, 7). En la historia siempre se han manifestado personas que han negado la existencia de Dios y sin embargo muchas veces no concuerda con su forma de vivir puesto que en ellos se reflejan destellos de bondad. Y todo es porque a Dios no lo podemos enclaustrar en nuestros esquemas intelectuales como única alternativa. Hay fuerzas interiores que no se pueden someter a los filtros de nuestra única razón o, mejor dicho, a nuestro racionalismo. La fe y la razón se complementan pero no se distancian como si fueran enemigas. Esto, decía el Papa Benedicto XVI, “nos ayuda a superar algunas objeciones del ateísmo contemporáneo, que niega que el lenguaje religioso tenga un sentido objetivo, y argumenta en cambio que sólo tiene un valor subjetivo o emocional…Sin embargo, esto no equivale a una separación, sino que implica más bien la cooperación recíproca. La fe, de hecho, protege a la razón de toda tentación de desconfianza en su capacidad y la estimula a abrirse a horizontes cada vez más amplios” (Audiencia General en el Vaticano, 16 de junio 2010). Las ciencias humanas no son suficientes puesto que hay una armonía interior en el ser humano que tiene como única meta su racionalidad y su capacidad para promover el bien del ser humano. De ahí que se complementen.

Es interesante comprobar en los santos cómo han ido dando sentido a la bondad y lo que esto les suponía: “No devolváis a nadie mal por mal: buscad hacer el bien delante de todos los hombres. Si es posible, en lo que está de vuestra parte, vivid en paz con todos los hombres…Por el contrario, si tu enemigo tuviese hambre, dale de comer; si tuviese sed, dale de beber; al hacer esto, amontonarás ascuas de fuego sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence al mal con el bien” (Rm 12, 17-21). La auténtica sabiduría se muestra en la sencillez del corazón y la auténtica bondad en la lectura cuotidiana de la vida.

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