Hay una tendencia generalizada donde todo se vende a expensas de lo que los ideales comerciales proponen. Y así sucede en el transporte, en los supermercados, en los comercios… se busca el bajo coste (‘low cost’) para mostrarnos que quienes salimos ganando somos los compradores y que ellos ganan menos. Es una forma de hacer negocio y una manera de atraer al personal para que compre. Y así comparándolo podríamos afirmar también que el sentido moral ha bajado a mínimos en muchos ambientes sociales puesto que se ha perdido el sentido de la decencia y de los valores fundamentales que sustentan a la persona y a la convivencia. Todo se mide por el placer de lo sensacional, es decir, de los sentimientos apoyados en falacias y costumbres de baja calidad. A la postre llega el desánimo, el desaliento y hasta el hastío de vivir. Falta solidez y apoyos seguros.

Pero cuando uno se topa con la verdad y así nos la muestra quien ha dicho: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6), entonces los principios cambian y las nebulosas ensoñaciones se convierten a la más absoluta realidad. Nadie podrá decir que su vida se puede sustentar y sostener en las nubes puesto que se le trataría de iluso e inconsciente. No hay razón para desentenderse de lo más auténtico y veraz. Quien así lo pretendiera sería un engañador y embustero. Y eso es lo que se quiere conseguir con las rebajas y el bajo coste (‘low cost’) de tipo moral y de lo que tanto se presume engañosamente, en la sociedad actual, ante una realidad que es testaruda y realista.

El mismo Señor se lo explica con una metáfora convincente y sin réplica: “Todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca. Pero todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: se precipitaron contra aquella casa, y se derrumbó y fue tremenda la ruina” (Mt 7, 24-27). La afirmación es contundente y clara.

Si por el arte de cierta técnica sofisticada se pudiera entrar en lo más íntimo de las personas, descubriríamos un mundo entre lo ficticio y lo auténtico. La lucha entre los dos requieren discernimiento y al final lo ficticio sería la arena sobre la que se quiere construir en bases movedizas que al final se derrumbará; por el contrario lo auténtico sería la roca que es la única que sustenta todo el peso de la casa. Lo mismo sucede en el ámbito de la moral. Si la moral es floja, engañosa, populista, ideológica y sin consistencia trascendental la vida se derrumba en la falta de esperanza; por el contrario si es fuerte, tiene confianza en las palabras de Cristo y en ellas encuentra su consistencia, entonces la vida adquiere una alegría especial y tiene futuro eterno. No tiene miedo porque sabe de quién uno se fía.

Muchas circunstancias cambiarían si se tomara en serio tal proceder y vivencia en la fundamentación donde como roca se sustentarían los procedimientos y acciones diversas de la vida. No nos lamentaríamos tanto ante la relativización que los actos y contravalores promueven como la conquista de la libertad, cuando es todo lo contrario, puesto que se aplaude una libertad engañosa que esclaviza sutilmente y cuando se quiere percatar se cae en la depresión más profunda y a veces se busca el suicidio como única solución ante el hastío de la vida que no ha tenido freno. Una moral tan rebajada que no es moral, desmorona lo más íntimo de la persona y le deja sin resortes donde apoyarse. No seamos ilusos: la roca sostiene, la arena es movediza y no sostiene. Sin Dios no se humaniza, con él se consigue un mejor y más maduro humanismo.

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