Es muy importante que se haga una reflexión sobre este tema puesto que la mentalidad excesivamente personalista y bajo la capa de defensa de la opción personal se puede caer y de hecho así ha sido que todo se filtre a través del relativismo imperante. Lo he dicho varias veces: “Un día tuve la gran suerte de participar en una comida al lado del Papa San Juan Pablo II. Hubo un momento que tuve la osadía –así él me dijo- de preguntarle cuál era lo que más le preocupaba y él me dijo que lo que más le preocupaba era el relativismo imperante y autoritario en la sociedad y que se manifestaba en muchas ideologías. A lo que mirándome fijamente a los ojos me dijo que me tocaría sufrir, en el futuro (yo tenía 46 años), a causa del relativismo y aún más me afirmó que él estaba escribiendo una carta encíclica sobre la unión entre Fe y Razón”. Tengo la certeza que es una carta profética y da las claves fundamentales para clarificar el pensamiento contemporáneo que se encuentra muchas veces anclado en lo efímero y en la mentira existencial.

Somos servidores de la fe y no dueños de la fe. Y digo esto porque influenciados, por las corrientes ideológicas que se las dan de progresistas, podemos los creyentes dejarnos llevar por ellas como si fueran la auténtica solución ante los problemas e interrogantes del ser humano de nuestro tiempo. “Han surgido en el hombre contemporáneo, y no sólo entre los filósofos, actitudes de difusa desconfianza respecto de los grandes recursos cognoscitivos del ser humano. Con falsa modestia, se conforman con verdades parciales y provisionales, sin intentar hacer preguntas radicales sobre el sentido y fundamento último de la vida humana, personal y social” (Juan Pablo II, Fides et Ratio, 5). La fe y la razón no se contradicen sino que se complementan. La fe ilumina la razón y la razón da argumentos para creer. Es muy sutil comprobar cómo ha hecho patria el relativismo y que muchos creyentes no comprenden ciertas verdades de fe puesto que “hasta que no lo entienda, no creo” afirman. Es lo que viene en denominarse la “soberbia filosófica” que pretende erigir la propia perspectiva incompleta en lectura universal.

Si hacemos una pequeña indagación sobre lo que significan las verdades de fe -que se contienen en el Símbolo apostólico o en el Credo- entonces se comprueba que muchos, que se profesan creyentes a su modo, ya no solamente no lo entienden sino que lo ponen en tela de juicio. De ahí que la verdad cuando se somete al propio sentir, parecer o al propio sentimiento se convierte en una camuflada mentira o una verdad inventada. Además los argumentos que se emplean caen por tierra porque no tienen consistencia; en cambio cuando la fe ilumina la razón se alimentan mutuamente dando consistencia y respuesta a los interrogantes más sutiles que puedan presentarse. En el supuesto que estuvieran separadas la fe y la razón, se caería por una parte en un fideísmo y por otra en un racionalismo; se denigraría el sentido de la fe y la razón quedaría sin argumentos firmes. El hermanamiento auténtico es la unión de fe y razón.

La fe ilumina la razón y la razón se hace más acorde con la auténtica sabiduría. “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar la plena verdad sobre sí mismo” (Juan Pablo II, Fides et Ratio, 1). Ante las insinuaciones, de las ideologías que pretenden marginar a Dios, lo único que se puede afirmar es que la fe en Dios y la razón que da esplendor hace al ser humano más humano. Un auténtico humanismo se complementa en la fe y la razón.

 

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