al vez no hemos caído en la conciencia y en la cuenta que lo que más sana el corazón humano es la misericordia y el perdón. Esto se ha planteado en muchos ambientes y foros y hoy de modo especial los científicos de la psicología humana suelen afirmarlo con mucha fuerza. Una bella leyenda árabe cuenta que: “Cuando una gran amigo nos ofende, debemos escribir la ofensa en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarla y olvidarla. En cambio, cuando un gran amigo nos ayuda, o nos ocurre algo grandioso, es preciso grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde ningún viento de ninguna parte del mundo, podrá borrarlo”. La palabra perdonar o capacidad de perdonar viene de una palabra hebrea (rechem) que etimológicamente significa útero y esto porque en el pensamiento hebreo tal vez querían mostrar que el útero es espacio y mediación para un nueva vida. En el ámbito espiritual se suele decir: “El perdón y la apertura a una nueva vida”. ¡No está mal expresada tal metáfora!

Los mismos científicos del conocimiento de la psicología humana suelen decir que cuando hacemos referencia a la salud humana siempre pensamos en la salud corporal no en la importancia que tiene en el ser humano tanto La salud mental como la espiritual. Ambas se interrelacionan. El perdón llega a mover las vísceras y las calma. Tal es así que según el psicólogo Robert Enright, de la Universidad de Wisconsin-Madison: “Cuando estamos apresados por el rencor, el odio y la venganza entonces la presión sanguínea y el ritmo cardíaco aumentan. En cambio cuando perdonamos, puede haber una disminución de la presión sanguínea”. Otros especialistas afirman que el stress producido por los rencores acumulados agrava problemas como dolores de cabeza y de espalda, úlceras, debilitamiento del sistema inmunológico. “No hay dudas de que aferrarse a resentimientos y pensamientos de venganza puede acelerar el envejecimiento” (Dr. Gerald Jampolski, en California-USA).

Es hermoso constatar a San Pablo cuando hace balance de su vida y afirma que: “Podéis estar seguros y aceptar plenamente esta verdad: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y de ellos el primero soy yo” (1Tim 1, 15). Cuando no se sabe aceptar el perdón o no se perdona se siente una carga especial, un peso interior, que perturba la mente, porque como un molinillo se sigue pensando en tal deficiencia. Al apóstol así le sucedía, hasta que encuentra el perdón de Dios. Se siente sanado cuando comprueba que “ha alcanzado la misericordia en Cristo Jesús” (1Tim 1,16). Decía San Agustín: “Ningún otro fue el motivo de la venida de Cristo el Señor sino la salvación de los pecadores. Si eliminas las enfermedades, las heridas, ya no tiene razón de ser la medicina. Si vino del cielo el gran médico es que un gran enfermo yacía en todo el orbe de la tierra. Ese enfermo es el género humano” (Semones, 175,1). Nada hay comparable a lo que uno vive cuando se siente perdonado y cuando se perdona. Es un acto de humildad, es un ejercicio de amor y es un poner la confianza en el Amor divino que fortalece el alma.

Todos recordamos la experiencia del Papa Juan Pablo II cuando Ali Agca atentó contra él en la Plaza de San Pedro. Fue a visitarlo a la cárcel y allí pudieron hablar, las cosas que conversaron se mantendrán en secreto; le habló como con un hermano al que perdonó y en el que puso su confianza. Después de la reunión, ambos se dieron la mano y el Papa le regaló un rosario plateado y una madre perla. Agca fue deportado a Turquía, donde fue encarcelado de por vida, al final fue liberado diez años después. En el mes de diciembre del año 2014 Ali Agca fue a Roma y dejó dos docenas de rosas blancas en la tumba del Papa Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro. Pedir y dar perdón es algo de lo que cada uno de nosotros merecemos profundamente. Es un gesto que hace más digna la vida de la persona y la eleva a una mayor humanidad.

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