Hoy celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, ella que fue agraciada por Dios y le llenó de su gracia y la hizo la más bendita entre todas las mujeres en vistas al nacimiento del Hijo de Dios que iba a ser concebido, por obra del Espíritu Santo, en su seno. Fue preservada, la Virgen María, desde el primer instante de su concepción –en el seno de Santa Ana- de toda culpa original, porque así Dios lo quiso. En este mismo día, del año 1854, fue definido el dogma de la Inmaculada por el Papa Pío IX. Por lo cual hoy queremos honrar con gozo y alegría este evento tan singular.  Las virtudes del gozo y la alegría son, desde los comienzos, contempladas en el ajuar espiritual de la Mujer que iba a “aplastar la cabeza de la serpiente” (Gen 3,15). La tradición de la Iglesia nos recuerda: “El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe” (San Irineo, Adversus haereses 3, 22,4). De ahí que a María se la considere Madre de los vivientes y los que viven así están revestidos de la gracia que da felicidad y alegría.

La alegría, que en la historia de la humanidad se refleja como el regalo más grande en la experiencia de cada persona,  hace posible que se recree el ambiente de ilusión y esperanza; de este modo las relaciones sociales se viven con más gozo y sostenibilidad. La alegría ha sido siempre la experiencia más apreciada puesto que las circunstancias dolorosas y circunstancias adversas siempre llevan por el camino de la tristeza que orada y destruye lo más profundo del corazón. Hoy celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción de María y ella nos muestra el camino de la alegría, aún más, es Maestra y Modelo de gozo y alegría. “María, trayendo a Jesús, nos trae también una nueva alegría, llena de significado; que trae una nueva capacidad de superar con fe los momentos más dolorosos y difíciles; esto nos trae la capacidad de misericordia, de perdonarnos, de comprendernos, de sostenernos unos a otros” (Papa Francisco, Audiencia General, 16 de agosto 2017).

2.- Hay una alegría profunda en el corazón limpio y puro: porque comprende mejor las cosas, lo que ha sucedido y lo que comportan las personas; porque ve más allá y más a fondo; porque es más fuerte para el amor, que siempre tiene su lado de cruz; porque es más audaz y valiente; porque es más grande; porque es capaz de ver a Dios detrás de cada acontecimiento o circunstancia; porque no tiene miedo. Y así nos lo recuerda el apóstol San Pablo aludiendo al ejemplo que hemos de tomar en Cristo:”Que el Dios de la paciencia y de la consolación os dé un mismo sentir entre vosotros según Cristo Jesús, para que unánimemente, con una sola voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Rm 15, 5-6). A Dios sólo se le puede glorificar con la voz y el sentir de la alegría.

La alegría es y debe ser la identidad de todo cristiano. De una forma muy sabia lo decía Santa Teresa de Jesús: “Un santo triste, es un triste santo…Tristeza y melancolía no las quiero en casa mía…Dios nos libre de los santos encapotados”. A ella le gustaba el buen humor, la sencillez y la naturalidad hasta el punto de afirmar que “cuánto más santos, han de ser más conversables”. En una ocasión se encontraba en el monasterio de Soria. La comunidad eligió como priora a la Madre Catalina de Cristo. Una monja preguntó a una novicia qué le parecía la Madre Fundadora Teresa de Jesús. La novicia respondió con espontaneidad que no le parecía tan santa como ella esperaba, porque se reía mucho. Que le parecía más santa la priora de la casa, porque era más seria.

Es cierto que la vida nos aporta, muchas veces, dolores y sufrimientos de todo tipo. Y la gran tentación, ante estos momentos es caer en la tristeza. La tristeza y la desesperanza continua son el origen, entre otras cosas, de la depresión, la gran enfermedad de nuestro tiempo. Y sin negar la realidad patológica de la depresión si hemos de tener en cuenta que tener esperanza, incluso contra todo pronóstico, es buena terapia o alivia en estos momentos difíciles. La falta de vida interior es causa de tristeza y amargura. “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una gran tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en ser personas resentidas, quejosas y sin vida. Esa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo” (Evangelii Gaudium, 2).

Ante tal panorama que se no presenta ciertamente que en María encontramos una respuesta auténtica como Maestra y Modelo de la alegría. Fue el ángel quién le dice: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28). Sólo puede colmar el alma de alegría la gracia de Dios. Su presencia hace posible que el corazón humano encuentre el reposo ante la fatiga y el descanso ante el cansancio. No nos dejemos robar la alegría puesto que grandes tentaciones se ciernen y nos acosan para que así se lleve a término. Un alma enamorada de Dios, como María, nunca pierde la alegría y tal es su fuerza que arrastra tras de sí a muchos que estando tristes, encuentran el gozo y la alegría como liberación. Hoy le pido a María Inmaculada que nos haga gozar la alegría y la esperanza en el Señor que nos ha salvado y nos acompaña siempre. Que este tiempo de Adviento nos prepare a vivir con intensa esperanza la Venida del Salvador.

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