Estamos en un tiempo litúrgico muy importante que es la espera gozosa ante el acontecimiento de la historia más significativo: el nacimiento del Hijo de Dios en Belén. Es el tiempo del Adviento que etimológicamente se traduce por el que tiene una visita, que alguien llega, es decir una presencia (parusía) comenzada. Así lo decía el papa Benedicto XVI: “En la antigüedad era un término técnico que se utilizaba para la presencia de un rey, un gobernante y también del dios al que se rendía culto, que regala su presencia a los fieles por un tiempo. Adviento, entonces significa una presencia comenzada, la presencia siendo la de Dios mismo. El Adviento nos recuerda dos cosas: primera que la presencia de Dios ha comenzado ya, que Él está presente, aunque de una manera oculta; segunda, que su presencia ha solo comenzado y aún no es total y completa. Que está por llegar a ser y progresar hacia su forma completa”. Y esto nos invita a reconocer que la presencia del Señor ha comenzado, y el Señor quiere estar presente en el mundo, a través de la fe, esperanza y caridad de los creyentes. Él quiere que su Luz brille una y otra vez en la noche del mundo. Esta noche es el hoy, siempre y cuando la Palabra otra vez se haga carne ó la auténtica realidad humana. El Niño Jesús viene, en un verdadero sentido, siempre que un ser humano actúa con auténtico amor al Señor.

Quien sabe aceptar el momento presente se sorprende y no hace cálculos inútiles sino que se fía de la Providencia. De ahí que el evangelio afirme: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los sencillos” (Lc 10, 21-22). Únicamente los sencillos pueden reconocer la voz del Espíritu Santo en su interior, sólo ellos son capaces de dejarse guiar por Él. ¡Cuántas veces nuestro modo de enjuiciar las situaciones nos lleva a tener como punta de lanza nuestro juicio idolátrico! No nos fiamos de la auténtica racionalidad y mucho menos de las palabras divinas expuestas en el evangelio. ¡Cuántas veces pretendemos entender todo con la cuadricula de nuestra aparente sabiduría y marginamos la sabiduría que procede de Dios! Por eso bien merece la pena que pongamos todo nuestro ser en este tiempo de Adviento para que con gran apertura interior, permitamos al Espíritu Santo hablar y que admiremos el gran evento que está ya y llega.

La experiencia de los santos va por este camino de perfección en el amor. Así lo vivía Santa Teresa de Calcuta: “Me preocupa que alguno de vosotros todavía no se haya realmente encontrado con Jesús, cara a cara, tú y Jesús a solas. Podemos pasarnos tiempo delante de Él, en el Sagrario, pero ¿Habéis visto con los ojos de vuestra alma cómo Él os mira con amor? ¿Conocéis realmente a Jesús vivo, no a través de los libros, sino por estar con Él en vuestro corazón? ¿Habéis oído las palabras llenas de amor con que Él os habla? Pedidle la gracia, Él está deseando dárosla… Nunca abandonéis este contacto diario e íntimo con Jesús como Persona real y viva, y no simplemente como una idea… Nuestra alma lo necesita tanto como el cuerpo necesita respirar el aíre”. Con este modo de afrontar la vida se hace más asequible el poder vivir en Adviento. No serán los presumibles proyectos a futuro los que imperen sino los objetivos pequeños de cada día donde dejemos que Dios escriba nuestra historia.

El tiempo de Adviento nos puede ayudar a poner en armonía nuestra vida, lo cual exige buscar el bien que Dios nos pide. Él no pretende que tengamos éxitos. Él sólo nos exige que vivamos en perseverancia y fidelidad (Cfr. Lc 21,19). La fiesta de Navidad será muy gozosa y la causa será porque el Adviento se habrá convertido en un tiempo santo. ¡Feliz tiempo de Adviento!

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