Depressed sad teenager boy lamenting with his head against a wall outdoors

Muchas veces he pensado que ante tantas propuestas que nos ofrecen y, a veces, imponen en la época que vivimos conviene poner bien las bases del auténtico humanismo y cuáles son los pilares donde se debe sostener. Como me decía una amigo arquitecto: “La construcción, sea la que sea, sin los pilares no se sostendrá. Y estos han de estar bien fundamentados en roca firme”. Con esta metáfora podemos afirmar que en la vida humana sucede lo mismo. Mal se puede sostener una sociedad, una familia o una persona si las bases no están firmes. Pues hay una general impresión ideológica que trastoca los principios más elementales. Es muy común constatar la superficialidad con la que muchas proposiciones y afirmaciones están sustentadas en un gran vacío intelectual y racional. Es el vacío existencial en una sociedad que puede perder el horizonte si no está atenta a lo más sagrado que lleva en su interior.

El valor del ser humano -afirma Edgardo Flores- no está sujeto a una corriente ideológica, sino que es inherente a cada persona; no está ligado a una marca, sino a la esencia humana; no está configurada por el status, sino a la vida; no lo determina el tener, sino el ser. El vacío existencial, reflejo de una sociedad posmoderna, o como se dice ahora progresista, es fruto de la carencia del valor más importante: el valor de la existencia humana. A mayor superficialidad, mayor angustia. El ser humano, llamado por la ciencia homo sapiens, es un ser pensante, un ser capaz de ser crítico, de preguntar, de cuestionar. ¿Cuál ha sido el error del posmodernismo? Que ha sido incapaz de aceptar alguna respuesta como cierta, dado que todo depende del cristal con que lo miras. Su incuestionable argumento de que nada es verdad trae consigo un fuerte vendaval de dudas, dudas incapaces de ser satisfechas con cosas materiales, con necesidades e instintos, con ruido y fiestas de fin de semana.

Ante tal panorama creo que es ya hora de plantarse para seguir buscando las raíces del auténtico humanismo. Lo humano requiere sanarse de tanta falacia que mina lo más íntimo de su ser. De ahí que Jesucristo diga: ”Por lo tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca” (Mt 7, 24-25). El ser humano está llamado a construir la dignidad tanto personal como social y comunitaria. De ahí que tenga unos pilares que sustentan el humanismo verdadero. Estos pilares son cuatro: La Verdad, La Justicia, El Amor y La Misericordia.

A) Solamente la libertad que se somete a LA VERDAD conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona consiste en estar en la Verdad y en realizar la Verdad. “Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois en verdad discípulos míos, conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres” (Jn 8, 31).

B) LA JUSTICIA no se basa en ideologías egoístas sino “En esto se distinguen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano” (1 Jn 3,10). La justicia armoniza las relaciones, busca la verdad y no se asocia a la mentira.

C) Lo que caracteriza al ser humano y está en lo más íntimo de su persona es EL AMOR que como fuego ardiente une a los seres humanos en fraternidad y en comunión. Las distancias y los muros psicológicos deshumanizan, sin embargo el respeto, la afabilidad y la entrega generosa como servicio de amor ensalza a las personas y al bien común. “Como yo he amado, amaos también unos a otros” (Jn 13, 34). Un mandamiento que no pasa de moda y siempre nuevo.

D) La medicina del corazón es LA MISERICORDIA. “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y nos seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará…” (Lc 6, 36-38). Saber perdonar o pedir perdón es la expresión más leal del amor cristiano y siempre produce el fruto de la paz a la persona y a las relaciones humanas. Es medicina que sana el corazón.

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