Handsome young man praying in a church

En estos tiempos propicios para una evangelización de anuncio implícito y explícito se requieren cristianos con ilusión y entrega gozosa. De modo especial los que se preparan para ser sacerdotes han de tomar muy en serio que la misión se realiza en el servicio gratuito y sin expectativas de plausibilidad social. El testimonio y el amor concreto personal hacen posible que la luz del Evangelio se muestre mucho más en esto que en grandes discursos o en grandes aglomeraciones de masas. Ha pasado la época de las grandes masas y ahora se nos pide ser menos, pero más fermento. Hoy se consigue más por el testimonio de atracción que por el discurso de protección. Bien lo decía el Papa San Pablo VI: “En muchos lugares escasean las vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada. Frecuentemente esto se debe a la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, lo cual no entusiasma ni suscita atractivo. Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas” (Evangelii Nuntiandi, nº 107). Muchas vocaciones nacen al calor de una familia que vive unida y sustentada en la fe o en comunidades cristianas que acogen las alegrías y sufrimientos de los que se acercan. Si se vive de Cristo, Cristo atrae.

Muchas veces me pregunto si se puede seguir a Cristo sin tener intimidad con él. No se puede seguir a Alguien que no se le conoce o no se dialoga con él. De ahí que la misión tiene como base lo que, muchas veces, hemos oído decir: “Contemplata aliis tradere” /Entregar a los demás lo contemplado/ (Sto. Tomás de Aquino, 2, 2, q.188,a.6). De la contemplación debe derivar la acción, la doctrina, la predicación. La nueva evangelización, el dinamismo ad gentes derivan de la contemplación. “El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios” (San Juan Pablo II, Redemptoris Missio, nº 91). Por eso los que van preparándose y formándose para el sacerdocio han de tener muy presente que ser seminarista comporta ser contemplativo para ser misionero.

Aún recuerdo los años que pasé en el Seminario y siempre me impresionaban las experiencias de los misioneros. Tal vez su testimonio infundió en mi vida el gran deseo de ser misionero ad gentes. No pudo ser por las enfermedades y dificultades que me sobrevinieron. Por un tiempo pensé que ya había perdido en mi vida el hecho de “ser misionero”. No obstante, con el tiempo, comprendí que la vocación misionera se adquiere de modo especial en el Bautismo y que suceda lo suceda la vida da oportunidades diarias para ser misionero. No importa el dónde, sino el amor que se ponga en el lugar que a uno le toque vivir. El tiempo pasó y el día que el Papa San Juan Pablo me nombró obispo (hace 24 años) comprendí que el lugar no es importante, sino el hacer la voluntad de Dios, quiera él donde quiera. No somos ni protagonistas ni propietarios de nuestro destino sino que “cuando hayáis hecho todo lo que os he mandado, decid: ‘Somos unos siervos inútiles; no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer’” (Lc 17, 10). La jactancia y el engreimiento no son buenos compañeros del misionero.

Es muy importante que desde el Seminario se forme en la gratuidad y en una conquista por empatía evangélica. El Papa Francisco nos recuerda que la oración se nutre en el corazón del Pueblo de Dios. Lleva las marcas de las heridas y alegrías de su gente a la que presenta desde el silencio al Señor para que las unja con el don del Espíritu Santo. Es la esperanza del pastor que confía y lucha para que el Señor cure nuestra fragilidad, la personal y la de nuestros pueblos. De ahí que se ha de cuidar con mucho mimo y cuidado los pequeños gestos que son como rayos de luz que iluminan y sorprenden al interlocutor.“Resplandecer solamente, es vano; arder solamente, es poco; arder y resplandecer es lo perfecto” (San Bernardo, Sermón en la Natividad de San Juan Bautista). Por eso la misión es un fiarse que Dios nos ama a todos y en él encontramos las respuestas a todos los interrogantes e inquietudes.

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