Messiah reaching out his hand isolated on illuminated background

En momentos difíciles se suele reflexionar y meditar bastante más en el sentido de la vida. Estoy seguro que muchos jóvenes se hallan ante un interrogante que les apremia: ¿Qué sentido tiene mi vida y cuál ha de ser la vocación que mejor pueda ofrecer y ejercer para ayudar a esta sociedad que sufre? A través de la historia siempre se constata que después de fuertes sufrimientos como las guerras, la pobreza familiar y social, las decepciones sociológicas, las epidemias y los desencantos donde uno había puesto todo su corazón…, son trampolín para reflexionar sobre lo que de verdad vale la pena en la vida o lo que más merece vivir en la entrega por un bien mayor.

En esta época histórica lo que más se nos pide es restaurar el verdadero humanismo y para ello se necesitan personas entregadas al anuncio del evangelio. “Podemos hablar de humanismo solamente a partir de la centralidad de Jesús, descubriendo en Él los rasgos del auténtico rostro del hombre. Es la contemplación del rostro de Jesús muerto y resucitado la que recompone nuestra humanidad” (Papa Francisco, Audiencia General, 10 de noviembre 2015). Tal vez no se tiene conciencia de la gran importancia que existe en el ser humano sobre la experiencia de la vida espiritual. Hemos estado tan involucrados en la falaz magia de la llamada “sociedad del bienestar” que sólo se ha fijado en el ámbito material. Ahora bien no debemos olvidar que el bienestar auténtico tiene como base la fuerza espiritual. Por muy bien rodeado que se esté de lo material y sólo de lo material llega un momento que invade, a lo más íntimo de la persona, el hastío y éste se convierte en un arma arrojadiza que destruye lo psíquico y lo espiritual.

Estamos inmersos en búsquedas superficiales que no logran entrar en las profundidades de lo que el ser humano ansía. Tal vez nos hallamos narcotizados por el afán de prestigio. Nadie pierde ser el centro de atención; lo vemos en los anuncios publicitarios. Lo constatamos en las modas y en los sacrificios que suponen las dietas de todo tipo. Nada de todo esto y muchas más de las superficialidades ofrecidas como libertad, gozo y felicidad lo logran. La razón es muy sencilla y es que el ser humano está llamado a la plena alegría. Y ¿quién lo puede ofrecer? Sólo quien es el autor de la misma: “¿Quién nos mostrará la felicidad, si la luz de tu rostro, Señor, se ha alejado de nosotros? Tú has dado a mí corazón más alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo” (Sal 4,7-8). Se aleja la felicidad del alma cuando se aleja el rostro de Dios de nosotros. Y ¿Cómo se aleja su rostro de nosotros? Cuando anteponemos otros amores al amor de Dios.

Así como en lo corporal se requiere ser atendidos por médicos y en lo psíquico por psicólogos también en lo espiritual por ministros del evangelio. Por eso bien merece la pena invitar a jóvenes para que se planteen la importancia de ser testigos y mensajeros de la Palabra de Dios y de sus Sacramentos. Tanto en la vida sacerdotal, como en la diaconal, como en la vida de consagración (activa o contemplativa) se nos está pidiendo disponibilidad y coraje para no dejarnos diluir o perdamos el sentido de la trascendencia y del más allá que perdurará para siempre y que es lo más grande que hay en el ser humano. Lo terreno pasa, lo material fenece pero la vida que perdura es la que nos ha regalado, con su entrega generosa, Jesucristo Resucitado. Y por esto me dirijo a vosotros jóvenes: ¿No merece ofrecer tu vida a fin de que puedas ayudar a conocer y apreciar al ser humano la grandeza de la Fe, el Amor Gozoso y Misericordioso de Dios? Bien se puede ofrecer la vida por esta causa. Además quien opta por amor a Jesucristo ya no sólo es feliz sino que hace feliz a los demás. ¡Te animas! ¡No seas perezoso! ¡Encontrarás sentido a tu vida!

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