LA SABIDURÍA ESCUCHA Y GOZA CON LA PALABRA DE DIOS

Homilía pronunciada por Mons. Francisco Pérez, el 28 de septiembre, en la capilla del Seminario de Pamplona, con motivo de la apertura de curso del CSET y del ISCR.

 

Los medios de comunicación están tan difundidos que por donde quiera que uno va: oye la radio, ve la T.V., o se informa de la última película de moda. Son tantos los reclamos que bombardean nuestros oídos, nuestra vista y nuestra cabeza que nos quedamos con la noticia-anécdota. Además siempre hay alguna de moda que las editoriales y artículos de periódico inflan e inflan… hasta la saciedad. Tal es la voracidad periodística hoy que se pagan las noticias con tal de favorecer la publicidad. La palabra ha quedado “hueca” porque lo que anuncian está hueco. El contenido es pobre, a veces calumnioso y la mayoría de las veces interesado. Disgrega, juzga sin piedad, fomenta la enemistad,  perturba la unión social o familiar. Ya no cuenta tanto la persona sino lo que materialmente puede reportar económicamente. La dignidad es una moneda que tiene poco o casi nada de valor. Son los intereses económicos y los afanes de querer medrar los que priman en multitud de ocasiones. Sin embargo tenemos una experiencia que sana el corazón y une en auténtica fraternidad. ¡Es la mejor Noticia! Es la palabra de Dios.

Estamos ante el nuevo curso 2020/2021 y hay muchos retos que nos acechan. De ahí que hemos de estar atentos ante el Señor que nos indica: “Si escucháis hoy su voz no endureceréis vuestros corazones” (Sal 94, 7). Desde la eternidad y antes que existieran todas las cosas, la palabra estaba en Dios (Jn 1, 1-18). Él se ha manifestado como palabra plena, pura, llena de contenido, abierta al diálogo, forjadora de vida y esperanza. Nada disgrega, todo lo une, a todos da vida, sin ella nadie puede dar sentido a su existencia. ¡Es la auténtica palabra! Y esto es lo más importante en el recorrido de la formación tanto en los alumnos que se van forjando en ella, como en los profesores que la mantienen como Maestra. “Cuando esta palabra es proclamada, la voz del predicador resuena exteriormente, pero su fuerza es percibida interiormente y hace revivir a los mismos muertos, y su sonido engendra para la fe nuevos hijos de Abrahán. Es, pues, viva esta palabra en el corazón del Padre, viva en los labios del predicador, viva en el corazón del que cree y ama. Y, si de tal manera es viva, es también, sin duda, eficaz” (Balduino de Cantorbery, Tratado 6:PL 204, 451-453).

Momento muy importante en la formación y en el aprendizaje cristiano es el progreso de la vida interior. Tenemos a nuestro alrededor noticias y muestras ideológicas que pueden perturbarnos. No hemos de caer en la trampa. Por eso nos recuerda el apóstol Pablo: “Que la palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente. Enseñaos con la verdadera sabiduría, animaos unos a otros con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando agradecidos en vuestros corazones” (Col 3, 16). Y en el cuidado de la vida interior no olvidar que la oración es el espacio donde se aprende a ser sabios. Si se seca la oración la sabiduría se convierte en palabrería, tal vez muy docta, pero vacía y llena de soberbia. La oración es la fuente donde se sacia y crece el auténtico amor.

El discípulo de Cristo, que ha sido renovado y vive para el Señor, posee un nuevo y más perfecto conocimiento de Dios y de la sociedad, ve las cosas con una perspectiva más alta, con visión sobrenatural que no es sino “dejarse mover y poseer por la poderosa mano del autor de todo bien” (San Ignacio de Loyola, Epístolas 4, 561-562). Nosotros no somos protagonistas puesto que si así lo vivimos caemos en la idolatría egoísta y nociva en la que vemos se mueve el ser humano en estos tiempos. Las consecuencias son catastróficas. Más bien afirmamos que: “Todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3, 17). El Maestro entre nosotros es Cristo y todos los demás, alumnos y profesores, somos sus discípulos. La gran herejía que existe y que  hemos de ahuyentar es la pretensión de querer sustituir a Dios por la creatura. Es decir cuando el ser humano se ve en el derecho de ser el creador de un dios a su medida.

La auténtica sabiduría tiene como base la fuerza de la humildad que disipa y destruye nuestras pretensiones de grandeza “porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11, 25). Parece mentira que el pueblo de Israel que había visto las maravillas de Dios con él, cómo se abrió el mar Rojo, cómo la nube les protegía en el itinerario de peregrinación por el desierto, cómo les libró de Faraón con las siete plagas… este pueblo aún crea que un ídolo de metal fundido con sus manos y con sus joyas sea el que los liberó de Egipto. Ahora nos parece imposible tan grande infamia y tan grande despropósito. Y, sin embargo, sucedió. Pero mirándonos a nosotros mismos ¿no hemos caído también en la idolatría del ser los mejores, del creer que tenemos los mejores medios… aferrándonos a nuestros pequeños dioses? Y de nuevo oímos la auténtica palabra que nos insinúa: “Quien quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestros servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero, que sea esclavo de todos: porque el Hijo de Dios no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos” (Mc 10, 43-45).

De ahí se deduce que se ha de tomar en consideración. Es la mejor medicina para curar la soberbia y elevarla a la humildad. Las primeras comunidades tenían claro que se debía perseverar “asiduamente en la enseñanza de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42). “Mi refugio es el Evangelio, que es para mí como la carne de Jesús” (San Ignacio de Antioquía, Ad Philadephenses, 5). Para conocer a Jesucristo se ha de aprender a vivir su Palabra. Si quiero hablar un idioma o lengua lo normal que es aprenda el alfabeto. Bastan unas cuantas reglas gramaticales y el idioma se aprende. De lo contrario seremos analfabetos para toda la vida. Esto mismo ocurre cuando queremos hablar el lenguaje de Dios. El evangelio se aprende palabra por palabra y es “palabra de doble filo: entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón (Hb 4, 12-13). Esto es descubrir su verdadero significado.

El anuncio de la palabra de Dios sin el testimonio era causa de escándalo para los paganos, como lo es actualmente para los no cristianos o increyentes. “Cuando los paganos escuchan de nuestra boca los dichos de Dios admiran su belleza y su grandeza; pero cuando luego se dan cuenta cómo nuestra obras no corresponden a nuestras palabras, entonces cambian de idea y empiezan a hablar mal, diciendo que el cristianismo es sólo un mito y un engaño (Clemente Romano, II, Cor 13). Hoy el hombre necesita una buena “cura de Evangelio” porque sólo la Buena Nueva puede devolverle la vida que le falta. “Ponedla en práctica y no os contentéis sólo con oírla, que os engañaría (St 1, 22; 2, 14-20). Tenemos una gran responsabilidad ante la sociedad y ante los demás. Los afanes y las prisas provocan la herejía del activismo y en nuestra pastoral no valen tales actitudes para evangelizar. Por eso hemos escuchado:”Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28-30). En el apostolado no hay cansancios si es verdadera la evangelización. No tanto porque podamos sentir cansancio físico que los hay, sino porque el peor cansancio es el espiritual que puede llevar a la falta de esperanza, al “cansancio de la esperanza” (Papa Francisco, Carta a los sacerdotes con motivo de los 160 años de la muerte del Cura de Ars, 4 de agosto 1919). Esa amargura interior que a menudo nace de la distancia entre las expectativas personales y los frutos visibles de apostolado, o la aridez del corazón que con frecuencia conduce a arrastrar las tareas pastorales y la propia oración hacia la costumbre, la resignación e incluso hacia el abandono. Es necesario dejarse siempre despertar por la palabra del Señor.

No nos dejemos llevar por el desánimo que está provocando esta pandemia del Covid19. Más bien seamos signos vivos de alivio y esperanza para nuestros fieles. La pandemia peor es la que conduce al desánimo y a la apatía espiritual.

Roguemos a María, Sede de la Sabiduría, que nos ayude en este nuevo año para que seamos testigos de la Palabra de Dios y que nos dejemos conducir por su Magnificat con gran gozo y fuerte esperanza.

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