Hay una cierta tendencia a considerar el pasado como lo mejor que ha podido suceder o al contrario y no es bueno quedarse anclado en el pasado como único refugio de salvación emotiva y afectiva. Es en el momento presente al que nos debemos y podemos situarnos. Las graves enfermedades que acuden con frecuencia, son las enfermedades del otro tiempo fue mejor o aquel tiempo fue horroroso. “Cada tiempo tiene su belleza. Debemos saber descubrir la belleza del presente en que vivimos sin lamentarnos ni afligirnos, pues no sirve de nada. Es necesario mirar al pasado para dar gracias a Dios, para arrepentirse; es necesario mirar al presente para servir con entusiasmo y responsabilidad; es necesario mirar al futuro con esperanza” (Cardenal Van Thuan, La alegría de la fe, pag. 63). Una de las enfermedades síquicas que afectan a lo más íntimo de la personalidad es la de anclarse en el pasado para bien o para mal. Se seleccionan los mejores momentos del pasado y se llega a sumirse en una nostalgia que condiciona la realidad del momento presente. Y ya no digamos cuando se seleccionan los momentos más oscuros o difíciles.

Lo peor que puede ocurrir del pasado es cuando no se ha sabido perdonar las ofensas que han infligido sobre uno. El perdón es una parte muy central de la Sagrada Escritura y es bueno recordar de las promesas sorprendentes que Dios da en estas circunstancias. “¿Qué Dios hay como Tú, que quita la iniquidad, y pasa por alto el delito del resto de tu heredad? Porque no guarda su ira para siempre, y se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse de nosotros, sepultará nuestras iniquidades y lanzará al fondo del mar todos nuestros pecados” (Mi 7, 18-19). El pasado o se vive en el rencor o en la salud de la armonía espiritual que es el amor de misericordia.

El perdón es un signo de amor y así lo expresa el Evangelio ante la mujer pecadora: “Te son perdonados tus muchos pecados, porque has amado mucho. Aquel a quien menos se perdona menos ama” (Lc 7, 47). Y si recurrimos a la sicología o siquiatría nos dan unos datos importantes a la hora de restaurar el pasado con el perdón. Si se perdona se observa que es la mejor medicina para el corazón. De hecho afirman que el alivio del estrés es el factor principal en la relación entre el perdón y el bienestar. Quienes muestran una tendencia alta al perdón y viven con un estrés alto, no se observa mala salud mental. “Las personas con una actitud positiva ante el perdón tienen menos patologías mentales y un umbral de tolerancia más alto del dolor y el sufrimiento” (Dr. Javier Schlatter, Heridas en el corazón. El poder curativo del perdón, Rialp Ediciones). Y es que el perdón lleva una gran carga de amor que cura y sana.

Se puede pasar la vida con la enfermedad de un pasado anclado en el tiempo de las dificultades o de los agravios y sin embargo la curación mejor es la del amor de misericordia. Esta dimensión positiva conlleva transformación personal, auto-curación, creación de un nuevo sentido que genera bienestar y serenidad vital con uno mismo y con los demás. Lo hemos podido constatar en las experiencias de tantos santos que han serenado su alma sabiendo perdonar; no han dejado espacio al odio y al rencor. Y el ejemplo por excelencia lo tenemos en Jesús que hasta disculpa a sus agresores: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Es inimaginable pensar así si no hay un amor que es más grande y supera todo agravio sabiendo perdonar. Con qué hondura lo expresaba el Papa San Juan Pablo II: “El perdón atestigua que en el mundo está presente el amor más fuerte que el pecado. El perdón es además la condición fundamental de la reconciliación, no sólo en la relación de Dios con el hombre, sino también en las recíprocas relaciones entre los seres humanos” (Dives in misericordia, n. 14). Preparemos los caminos que nos acercan a la Navidad para acoger al Niño Dios que es signo de misericordia y salvación. Su amor misericordioso será el referente de la salud tanto mental como espiritual.

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