SAN SATURNINO ESPERÓ, VIGILÓ Y AMÓ AL SEÑOR

Homilía con motivo de la fiesta de San Saturnino. 29 de noviembre de 2020

 

La Solemnidad de San Saturnino coincide este año con el primer domingo de Adviento, que es el tiempo en que los cristianos nos disponemos para acoger al Señor que vino una vez, naciendo en Belén, que viene a nuestro encuentro para habitar en medio de nosotros y que vendrá a juzgar a vivos y muertos, como confesamos en el Credo. Es el tiempo de esperanza en el que nos sentimos interpelados a permanecer en una espera vigilante y activa. La realidad gozosa de que Dios viene a nuestro encuentro es el mensaje central del Adviento. La liturgia nos lo repite y nos lo asegura una y otra vez, como para ayudarnos a vencer nuestra natural apatía. Dios viene, viene a estar con nosotros, a habitar en medio de nosotros, en el corazón de cada uno para deshacer las distancias que nos dividen entre nosotros y, muy especialmente las que nos separan de Dios.

Hay una cierta confianza en creer que la vida está en nuestras manos y que depende de nosotros el tiempo que nos toca vivir. ¡Es muy falso y muy poco objetivo! La vida depende de Dios y no sabemos el momento que nos llamará. Ahora bien, es de sabios, dejarse enseñar y ser humildes para reconocer que no somos dueños de la vida. “Estad atentos, velad: porque no sabéis cuándo será el momento” (Mc 13, 33). Los momentos que nos toca vivir son momentos de frenesí y de prisas. Son momentos de seguridades ficticias pues cuando menos se piensa nos llegan circunstancias inesperadas como ha ocurrido con la pandemia. El discípulo debe velar: “Quiso ocultarnos esto para que permanezcamos en vela y para que cada uno de nosotros pueda pensar que este acontecimiento se producirá durante su vida (…). Ha dicho muy claramente que vendrá, pero sin precisar en qué momento. Así todas las generaciones y siglos lo esperan ardientemente” (San Efrén, Commentarii in Diatessaron 18,15-17). Es una espera para nada traumática sino ilusionante ante el Señor que nos acompaña en todo momento puesto que nos ha prometido recorrer el mismo camino con nosotros.

Velar y vigilar es propio del caminante que recorre las sendas de la vida y va paso a paso acercándose a la meta. “Estar atentos y vigilantes son las premisas para no seguir deambulando fuera de los caminos del Señor, perdidos en nuestros pecados y nuestras infidelidades; estar atentos y alerta, son las condiciones para permitir a Dios irrumpir en nuestras vidas, para restituirle significado y valor con su presencia llena de bondad y de ternura” (Papa Francisco, Ángelus, 3 de diciembre 2017). Velar es no dejarse vencer por el sueño, debe velar, es decir, estar en guardia y con los ojos abiertos para recibir al Señor. Estar en alerta y por ello el desapego a los placeres y a los bienes terrestres como si fueran el fin fundamental de la vida. Para ello conviene  que nos “revistamos de la coraza de la fe y de la caridad con el yelmo de la esperanza de salvación” (1Ts 5, 8). Nadie podrá velar si no se pertrecha bien y adquiere como el buen atleta la fuerza para seguir adelante sin traumas y sin miedos.

Otra característica de la vigilancia es la de estar en guardia contra las tentaciones cotidianas que son muchas y que acuden de forma muy ladina para convencer que no es necesario ocuparse en las tareas del propio estado. “Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar” (1P 5, 8). Por lo tanto se ha de estar vigilantes y solamente podemos llevar a término lo que nos espera si somos humildes. “La humildad es la fuente y el fundamento de toda clase de virtudes, es la puerta por la cual pasan las gracias que Dios nos otorga; ella es la que sazona todos nuestros actos, comunicándoles tanto valor, y haciendo que resulten tan agradables a Dios. Finalmente, ella nos constituye dueños del corazón de Dios, hasta hacer de Él, por decirlo así, nuestro servidor; pues nunca ha podido  Dios resistir a un corazón humilde” (San Juan Bautista María Vianney, Sermón en el décimo domingo después de Pentecostés). La lucha contra el Maligno para resistir las tentaciones de toda índole tiene su apoyo en la confianza en Dios.

Ahora bien no tendríamos la fuerza suficiente para velar y vigilar si no basamos nuestros actos en la oración. “Simón, ¿duermes? ¿No has sido capaz de velar una hora? Velad y orad para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mc 14, 37-38). Nos ocurre como a Pedro que tal vez ocupados en otras cosas, nos dormimos y la tentación más frecuente, la más oculta, es la falta de fe. Conviene huir de la tentación del activismo. “Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: ‘Sin mí, no podéis hacer nada’ (Jn 15, 5)” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2732). No cabe duda que la iniciativa nace de Dios, pero la respuesta es la de aquel que tiene el corazón humilde

 

El Adviento es tiempo de conversión y de potenciar la fraternidad y la solidaridad. Como dice el Apóstol Pablo en la bendición de la carta a los Tesalonicenses  “que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos” (Tes 3,12). En el tiempo de Adviento no miramos únicamente al pasado, al nacimiento histórico de Jesús en Belén de Judá; miramos principalmente al futuro y nos llenamos de esperanza, sabiendo que el Señor vendrá de nuevo en el momento final de la Parusía. Pidamos a San Saturnino que nos impulse en el camino de fe, esperanza y caridad y nos fortalezca en estos momentos de dificultad.

 

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