Little girl looking up to at sky with hands on chest, summer nature outdoor. Happy smiling kid feels grateful, wishes dream come true

Siempre que ocurre alguna desgracia o alguna situación dolorosa el corazón se resiente y queda un poso de malestar o de amargura. A todos nos ha sucedido en algún momento. El agobio es tan doloroso y tan persistente que obstruye hasta la mente puesto que parece que una mole le cae sobre ella. Quien lo padece, muchas veces, cree que esto no lo soluciona nadie. Se aísla y no hace más que lamentarse como si el lamento persistente lo pudiera llevar a la curación. Pero ocurre todo lo contrario puesto que más vueltas se ofrece a la rueda del agobio, más se hunde en un pozo oscuro y sin fondo. Los que le rodean suelen dar consejos y normas de vida que resbalan en aquel que está deprimido y agobiado. Y nos preguntamos: ¿Tiene sentido dar consejos? ¿Sólo se le puede sostener desde el silencio y desde una cercanía afectiva y humana? No hay soluciones mágicas pero sí hay una afectividad humana donde quien padece estas torturas encuentra un alivio al comprobar que alguien le comprende.

Esto me hace recordar la actitud que tenía Jesucristo cuando se encontraba con los necesitados de afecto fraterno y de amor concreto. “La multitud, marcada por sufrimientos físicos y miserias espirituales, constituye, por así decir, ‘el ambiente vital’ en el que se realiza la misión de Jesús, hecha de palabras y de gestos que sanan y consuelan. Jesús no ha venido a administrar la salvación en un laboratorio; no hace la predicación de laboratorio, separado de la gente: ¡Está en medio de la multitud! ¡En medio del pueblo! Pensemos que la mayor parte de la vida pública de Jesús la ha pasado en la calle, entre la gente, para predicar el evangelio, para sanar las heridas físicas y espirituales. Es una humanidad surcada de sufrimientos, cansancios y problemas: a tal pobre humanidad se dirige la acción poderosa, liberadora y renovadora de Jesús» (Papa Francisco, Audiencia General, 4 del febrero 2018). Es un ejemplo alentador y esperanzador para saber acometer las circunstancias apremiantes, por las que pasa mucha gente, en esta pandemia que acosa con furia a tantas personas.

Dios sana los corazones agobiados y no es una quimera o una apasionada poesía sino una realidad que vemos en personas muy cercanas a nosotros como son los santos. Santa Teresa de Calcuta se decidió a trabajar por los pobres que estaban abandonados. Hay un alivio humano y espiritual que hace posible la recuperación de la propia angustia en aceptación menos pesada. Muchos enfermos morían con una sonrisa de paz que nadie les podrá arrebatar puesto que ni los estupendos consejos, ni los excelentes medicamentos tan necesarios, ni los protocolos sicológicos… lograrán aquello que nos dice Jesucristo: “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28-30). Ante esta invitación de Cristo que nos hace en los momentos de mayor agobio o despiste del corazón, se convierten en alas de esperanza.

Es mucho más aliviador el “Venid a mí todos los fatigados y agobiados” que cualquier terapia sicológica, aunque sea conveniente, o que cualquier ejercicio de yoga que puede desentumecer las articulaciones corporales y musculares en pro de la relajación. El alivio de Cristo llega hasta lo más hondo del alma donde Él se hace presencia viva. Por eso mucho más que un tiempo es una eternidad donde el amor de Jesucristo sana y salva. Basta con que nos asociemos a su Vida. Siempre recordaré los años de enfermedad cuando arreciaban momentos de dolor y de inseguridad. Puedo afirmar, para la gloria de Dios, que el único alivio que calmaba mi incertidumbre era poder recibir al Señor en el sacramento de la Eucaristía. Daré gracias y nunca me cansaré de admirar a los médicos y a los asistentes sanitarios, ahora bien, la fuerza espiritual la encontraba en el “Venid a mí todos los fatigados y agobiados…” Dios llega al corazón y lo transforma levantando el ánimo.

Comparte este texto en las redes sociales
Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad