Ya estamos en plena Semana Santa y creo que es muy importante que sepamos mirar a Jesucristo como Dios. Ya el mismo Juan Pablo II afirmó: “Es contrario a la fe cristiana introducir cualquier separación entre el Verbo de Dios y Jesucristo. El apóstol San Juan afirma claramente que el Verbo, que estaba en el principio con Dios, es el mismo que se hizo carne. Jesús es el Verbo encarnado, una sola persona e inseparable: no se puede separar a Jesús de Cristo, ni hablar de un Jesús de la historia, que sería distinto del Cristo de la fe. La Iglesia conoce y confiesa a Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Cristo no es sino Jesús de Nazaret, y este es el Verbo de Dios hecho hombre para la salvación de todos” (Exhortación Apostólica, Redemptoris Missio, n. 6). Esta afirmación viene muy bien para este tiempo de Semana Santa. A lo largo de la historia, han existido herejías, pensemos en los arrianos que afirmaban que Jesucristo no era Dios. En la época moderna hay también algunas corrientes que niegan que Cristo sea Dios.

Hay quienes afirman que hay que distinguir entre el “Jesús histórico” y el “Cristo de la fe”. Según ellos, existió Jesús, que era muy bueno y que era un líder, pero solamente era hombre y que, después de su muerte, sus apóstoles y discípulos mitificaron su figura diciendo que era Dios. Este Jesús mitificado, dicen, es el “Cristo de la fe” distinto al que anuncia la Iglesia el “Jesús histórico”. Es un grave error hacer estas distinciones puesto que no sólo se confunde sino que se precipita una confusión tal que lleva a desistir de creer en el Dios vivo y verdadero que se nos manifestó en Jesucristo. Por eso bien merece la pena vivir la Semana Santa con la profunda convicción que quién ha padecido, muerto y resucitado es Jesucristo verdadero hombre y verdadero Dios. Todos los momentos litúrgicos y devocionales nos deben llevar a decir: “Tú eres Dios y Hombre verdadero”.

Ante tantas confusiones que se pueden dar y donde el racionalismo ha causado muchos males puesto que afirma que sólo es auténtico lo que se ve y lo que se razona; entonces es conveniente y se requiere que se contraste para afirmar que la razón y la fe van juntas. Si se pierde el sentido de la transcendencia se diluye el sentido de la inmanencia. Y sin embargo las dos juntas fundamentan el auténtico sentido de la vida. Muy bien lo expresaba Benedicto XVI: “No es fácil reconocer y encontrar la auténtica felicidad en el mundo en que vivimos, en el que el hombre, a menudo, es rehén de corrientes ideológicas que lo inducen, a pesar de creerse ‘libre’, a perderse en los errores e ilusiones de ideologías aberrantes. Urge ‘liberar la libertad’, e iluminar la oscuridad en la que la humanidad va a ciegas. Jesús ha mostrado cómo puede suceder esto: ‘Si os mantenéis en mi Padre, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn. 8, 31-32)’. El Verbo encarnado, Palabra de verdad, nos hace libres y dirige nuestra libertad hacia el bien” (Mensaje, 9 de mayo de 2006). La Semana Santa es tiempo para poner en armonía la vida espiritual.

No cabe duda que estamos en un momento propicio para poner a tono nuestra vida cristiana. Es tiempo de mostrar que somos creyentes. Es tiempo de reconciliación con Dios y con los hermanos. Los momentos litúrgicos nos adentran en el gran misterio del Amor de Dios que se manifiesta en Jesucristo que ha padecido, muerto y resucitado por todo el género humano. Hagamos todo lo posible para participar en el templo a los acontecimientos que hacen presente la fuerza de un Dios que apostó por nosotros y sigue apostando. Solamente él puede darnos la gracia de la salvación y de la regeneración humana. ¡Feliz Semana Santa!

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