Hace un tiempo recuerdo que hablando con una persona y reflexionando sobre las circunstancias sociales que nos rodean y haciendo una crítica a la falta de fe en los cristianos, vi que los caminos de crítica negativa se iban subiendo de tono. Estábamos cayendo en una crítica tan negativa que parecía no dábamos ningún atisbo de esperanza en medio de lo que considerábamos una debacle. Me vino a la memoria otro encuentro con otro compañero, hace años, con el que llegó un momento en el que le dije: “No me hables mal del hermano que me impida amarlo como Dios le ama y le mira”. Si hay un pecado que más nos reprocha el Señor es el de la falta de misericordia. ¡Qué fácil es hablar mal del hermano! ¡Qué impertinente se convierte nuestra mente y cómo juzga sin compasión al hermano! Me viene a le mente la palabra del Evangelio que sana la memoria y el corazón: ”No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y se os perdonará” (Lc 6, 37). En el camino de la vida espiritual es, tal vez, lo que más impide crecer cuando no se toma en consideración tal consejo evangélico.

Cuando escuchamos y meditamos estos consejos y propuestas de Jesucristo, inmediatamente uno se siente muy frágil, pero no hemos de desistir en ir poniendo por obra lo que decía Santa Teresa de Jesús, pues “no está el negocio en tener hábito de religión o no, sino en procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo y que el concierto de nuestra vida sea lo que su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad, sino la suya” (Moradas 3,2,6). Muchas veces por desgracia ponemos la propia voluntad a la de Dios y, lo peor de todo, lo justificamos con un barniz religioso.

Los grandes maestros del espíritu ahondan en este tema y recuerdo lo que decía San Ambrosio “porque el que escucha pero no pone por obra niega a Cristo; aunque lo confiese de palabra, lo niega con sus obras. (…) El verdadero testigo es el que con sus obras sale fiador de los preceptos del Señor Jesús” (Expositio psalmi, CX-VIII 20-48). Estos son los síntomas auténticos del camino que lleva a la santidad. Recuerdo que los momentos más difíciles de superar han sido las circunstancias en las que he sido criticado o incluso malinterpretado. La reacción suele ser siempre la misma y es la de atacar con las mismas armas; pero aún es más grave cuando se alberga en el corazón un rencor de odio.

Siempre me ha impresionado la actitud de Jesucristo cuando en medio de todo dolor en la Cruz llega a pronunciar con convicción y amor: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Es imposible comprender esta actitud de Jesucristo si nuestro modo de actuar se convierte en justicialista e inmisericorde. Es admirable oír el relato de una persona que asistiendo al estreno de la película de Mel Gibson “La Pasión de Cristo” y que más allá de las polémicas levantadas por ella en todo el mundo, se quedó admirada de algo excepcional: LA MIRADA DE CRISTO. Contemplando las heridas y los maltratos que se muestran en el cuerpo de Cristo y si nos fijamos en su mirada, se comprobará los gestos y cómo nos transmite amor, comprensión, fidelidad, ternura y aceptación para ponerse en nuestro lugar e invitarnos a la salvación. La gente malvada no podía resistir esta mirada porque para ellos era desafiante, inquietante y provocadora, a pesar que estaba llena de amor y de perdón.

Mirar con la misma mirada de Cristo es de una profundidad espiritual muy atrevida porque, lo mismo que a él, nos tacharán de descrédito y pasividad cuando por el contrario se convierte en lo más justo. Jesucristo con su mirada corrige sin estridencias, alienta sin falsas promesas, provoca sin altercados, anima sin falsos perdones, orienta sin lleva por caminos erróneos y apoya sin paternalismos. Es una mirada sincera y auténtica. Es la mirada que bien merece seguirse a la hora de relacionarnos entre nosotros.

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