silhouette of woman pray with sunlight

En el proceso de la vida humana existe la curiosidad de saber muchas cosas que aún no se conocen. Desde pequeños curioseamos permanentemente y las preguntas que se formulan a los padres llegan a ser tan minuto a minuto que se convierten en una noria que parece nunca acaba. Somos, por naturaleza, buscadores de saberes. Ahora bien llega un momento que nos encontramos tan limitados que nos percatamos del “sólo sé que no sé nada”. Todos deseamos conocer y descubrir nuevos saberes que se convierten en buenos sabores. Y la sabiduría es no sólo saber sino saborear lo que conocemos y descubrimos.

Muchas veces nos encontramos con personas que saben mucho y son como grandes archivos pero, a la hora de hacernos gozar de sus capacidades de memoria, no logran hacernos gustar con sabor sus conocimientos y decimos: ¡Qué listo es pero no me ha llegado a convencer. Me ha parecido una gran conocedor pero no un gran sabio! El sabio es humilde y no se granjea, toma nota como quien aún debe aprender mucho más. Se pone en la cola y aprende de los demás. Aún recuerdo aquel profesor que siempre decía: “Cada día que pasa veo que soy más ignorante. Vosotros alumnos hoy me habéis enseñado mucho más que, tal vez yo, con mi clase de filosofía. No olvidéis que cuánto más sepáis más humildes habréis de ser”. Es la técnica metodológica de la verdadera sabiduría.

La pura sabiduría es aquella que tiene la capacidad de penetrar en el sentido profundo del ser. La auténtica sabiduría es un don de Dios que permite ver lo verdaderamente importante desde su perspectiva. El ser humano anhela ver a lo más grande que hay en la existencia universal: ¡Quiero ver a Dios! La sed de Dios es saciada por el agua de la vida eterna. “El que bebe del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna” (Jn 4, 13). Si no se bebe de esta fuente todo lo demás se convertirá en un sinsabor dramático y amargo.

Por eso: “es fácil intuir que esta sabiduría no es la simple inteligencia o la habilidad práctica, sino más bien la participación en la mente misma de Dios… Es, por tanto, la capacidad de penetrar en el sentido profundo del ser, de la vida y de la historia, yendo más allá de la superficie de las cosas y de los acontecimientos para descubrir el significado último, querido por el Señor” (Juan Pablo II, Audiencia General, 29 de enero 2003). Con esta capacidad de discernimiento y con la capacidad de la razón que ahonda en el sentido profundo del ser, se va haciendo camino la sabiduría. Está inscrito en la hondura de la conciencia que es hogar de Dios, basta tenerla abierta a su gracia y a su presencia. “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23). La conciencia de esta inhabitación de la Trinidad en el alma ha hecho que los santos encuentren la fuente de la gozosa sabiduría que nadie puede apagar o destruir.

Para los santos ha sido un bello sueño que, como una luz brillante, ha iluminado cada paso que han dado en su vida, como si ya estuvieran gozando de un paraíso anticipado. Esta expectativa se convierte en presencia concreta en el devenir de la misma historia de los santos. No se dejan deslumbrar por las luces de colores que los saberes humanos parecen conquistar, aunque bien saben que las razones y las ideas que están en la mente y conciencia de toda persona no finalizan ahí sino que contienen una apertura mucho mayor, cuando se abren a lo infinito. La sabiduría tiene muy presente que nada de lo que ocurre es inútil puesto que “sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio” (Rm 8, 28). Si hubiera que elegir una compañía segura para esta vida, no cabe duda que ésta es la sabiduría. n

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