Hacer endecasílabos de la prosa de cada día

Homilía pronunciada en la Misa de la apertura del curso 2021/2022 de la Universidad de Navarra, el pasado 6 de septiembre

 

Este es un día muy significativo para la Universidad de Navarra puesto que el comienzo del Curso 2021-2022 se hace, una vez más, un tiempo de expectativas y de proyectos para forjar la formación universitaria que engloba tanto lo humano, lo espiritual, lo intelectual, lo técnico y lo relacional entre personas que quieren y desean animar y alentar el progreso en todos sus ámbitos… tenemos la impresión que bien merece la pena poner a tono nuestras facultades de memoria, entendimiento y voluntad. Estamos aquí para hacer todo lo posible y mucho más a fin de que el humanismo no pierda su esencia fundamental que es la de saber que tenemos el servicio de analizar y descubrir la grandeza de lo creado porque hay un Creador que da sentido a todo lo que podamos realizar en nuestra vida.

Con atención hemos escuchado la Sagrada Escritura y ella nos va mostrando el estilo propio de una vida armoniosa. Por otra parte nos sitúa en la realidad cotidiana donde nacen las motivaciones que surgen de nuestro interior y juzga cuando nos hemos dejado llevar por la compulsión egoísta que es el pecado. San Pablo con firmeza afirma: “Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia…Sobre todo, revestíos con la caridad, que es el vínculo de la perfección” (Col 3, 12-14). Si la caridad, no va por delante, nuestra vida se convierte en algo insulso y banal. Este es el gran drama del ser humano: la falta del sentido de lo trascendente.

El gran logro se da cuando “descubriéndose amado de Dios, el hombre comprende la propia dignidad trascendente, aprende a no contentarse consigo mismo y a salir al encuentro del otro en una red de relaciones cada vez más auténticamente humanas. Los seres humanos renovados por el amor de Dios son capaces de cambiar las reglas, la calidad de las relaciones y las estructuras sociales: son personas capaces de llevar paz donde hay conflictos, de construir y cultivar relaciones fraternas donde hay odio, de buscar la justicia donde domina la explotación del hombre por el hombre. Sólo el amor es capaz de transformar de modo radical las relaciones que los seres humanos tienen entre sí. Desde esta perspectiva, todo ser humano de buena voluntad puede entrever los vastos horizontes de la justicia y del desarrollo humano en la verdad y el bien” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 4).

Nuestra cultura, nuestra sociedad, nuestra vida tienen necesidad de fortalecerse en este sentido y con el fin de no caer en la autofagia (comerse a uno mismo), puro narcisismo, que lleva como consecuencia hundirse en el vacio del sinsentido de la vida. De ahí que decía San Josemaría: “Os aseguro (…) que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios. Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día. En la línea del horizonte (…) parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria” (Conversaciones, n. 116). Hermosos consejos que nacen de un corazón auténticamente enamorado. No son los sentimentalismos que adornan y adoran el egoísmo como un ídolo de “usar y tirar” según la conveniencia ambiental o la situación vital impregnada de ideología insustancial; son los resortes del alma que ama y sustancian el corazón quienes realizan un auténtico humanismo.

Este estilo de vida cristiana requiere un discipulado que se educa en la justicia, la verdad, el amor y la misericordia. Nadie mejor que Jesucristo cuando de una forma tan sencilla nos indica cómo hemos de realizarlo. Es la parábola de los talentos: “A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno sólo: a cada uno según su capacidad; y se marchó” (Mt 25, 15). Sabemos que invertir es lo más sabio, pero el que había recibido sólo un talento no lo invirtió sino que lo enterró bajo tierra y así se lo entregaba a su señor cuando volviera. Los que invirtieron fueron no sólo elogiados sino agraciados. El que había soterrado y depreciado la inversión, el señor a su vuelta, le quitó el talento y se lo entregó al que tenía cinco. “El que ama a Dios, no sólo entrega lo que tiene, lo que es, al servicio de Cristo: se da él mismo. (…) ¿Tu vida para ti? Tu vida para Dios, para el bien de todos los hombres, por amor al Señor. ¡Desentierra ese talento! Hazlo productivo y saborearás la alegría de que, en este negocio sobrenatural, no importa que el resultado no sea en la tierra una maravilla que los hombres puedan admirar. Lo esencial es entregar todo lo que somos y poseemos, procurar que el talento rinda, y empeñarnos continuamente en producir buen fruto” (San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, nn. 45-47). Os animo a hacer un profundo examen y constatar los talentos que Dios nos ha regalado y, como consecuencia, ver si los tenemos bien invertidos “porque a todo el que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará” (Mt 25, 29).

Me uno a esta hermosa Universidad de Navarra que trabaja con esmero y entrega. ¡Seguid siendo buen reflejo del espíritu que San Josemaría os indicó y por la que trabajó! Que forméis integralmente y sabiendo que los jóvenes y estudiantes que acuden sólo buscan una cosa: ser felices con su vocación y estudios realizados para hacer felices a los demás. Ruego a la Virgen María que, con su manto de Madre, os cobije y os envíe a ser testigos del amor y paz que nos legó su Hijo Jesucristo.

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