La vida interior se sustenta en la vida espiritual

Christian woman praying in church. Hands crossed and Holy Bible on wooden desk. Background

Tal vez hay muchas razones para depositar los problemas, grandes o pequeños, en el desierto de la arena o en la sequedad de una fuente que no tiene agua. Lo más inverosímil es que se quiera justificar lo injustificable. Las razones que se dan no se sostienen porque les falta el oxígeno como a los pulmones; un pulmón sin oxígeno sabemos que lleva a la muerte rápida y no porque no haya oxígeno sino porque los pulmones están incapacitados para recibirlo. Lo mismo podríamos decir respecto a la ausencia de vida interior o de intimidad interior puesto que cuando se bloquea y se narcotiza no es capaz de aceptar “el oxígeno espiritual”. El materialismo y el exceso de prepotencia de las ideologías adormecen la vida interior y poco a poco la vida interior va perdiendo fuerza, de tal manera que se sofoca y no es capaz de abrir la puerta a la vida espiritual. Sin el sentido de la trascendencia el ser humano pierde su identidad integral.

La frivolidad ha sido y sigue siendo la que corrompe las almas. No se resiste y se hunde quien se deja llevar por lo inmediato y por la “sociedad del bienestar”. Todo es de “puertas para fuera” y así se vive sin recursos y a la intemperie. El bienestar se ha convertido en una palabra casi mágica y lo único que puede provocar es decepción, amargura, inestabilidad, ansiedad y miedo. Es todo lo contrario a lo que ansía nuestro corazón. “La educación de la interioridad no es, en ningún caso, un lujo, ni una cuestión menor, sino que tiene como objetivo final el cuidado de sí, y para ello desarrollar todas las potencias latentes en el ser humano, tales como la memoria, la imaginación, la voluntad, la inteligencia y la emotividad, pero también el fondo último de su ser: la espiritualidad… En el modelo de la interioridad habitada se reconoce… al Maestro interior que habita en los adentros” (Francesc Torralba, La interioridad habitada, pag. 65). Bien nos los dice el evangelio: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23). Este es el motivo fundamental de la auténtica espiritualidad.

La presencia viva de Dios, en lo más íntimo de la persona, construye y constituye el verdadero templo. “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?” (1Co 6, 19); “Porque vosotros sois templo del Dios vivo” (2Co 6, 16-17). Los grandes santos han percibido esta espiritualidad que madura y reconforta la vida con la presencia de Dios en la interioridad y en lo más íntimo de la vida interior: “Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con Dios, pues le tienes tan cerca. Ahí le desea, ahí le adora, y no le vayas a buscar fuera de ti, porque te distraerás y cansarás, y no le hallarás y gozarás más cierto ni más presto, ni más cerca que dentro de ti” (San Juan de la Cruz, Cántico espiritual 1, 8). Por lo tanto, la vida interior no es un fenómeno mágico de los que buscan en su interior un relax de paz y menos aún aquellos que se dejan seducir a favor de un sentimentalismo narcisista. La vida interior es una habitación donde Dios reside y nos da la posibilidad de experimentar, como imagen y creaturas suyas que somos, la fuerza del amor, porque “Dios es Amor” (1Jn 4, 8). Ésta es la base fundamental de la espiritualidad cristiana. No busquemos a Dios fuera sino en lo más profundo de nosotros mismos.

Los grandes pensadores e inteligentes sabios que profundizan en los problemas que acosan al ser humano suelen afirmar que una persona atosigada por los mensajes de la superficialidad no sólo se cansa sino que pierde el sentido de la vida. Y la vida espiritual es lo más grande que tenemos. Sin ella el auténtico humanismo no se puede sostener. Puede sobrevivir en la inmanencia pero se atrofia en la trascendencia. Las circunstancias actuales que machaconamente nos hacen referencia a la pandemia o Covid19 son propicias para adentrarnos en lo que supone la vida y en el sentido profundo de la misma. ¡No dejemos pasar de largo estos “toques” o advertencias que permite Dios!

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