A veces en el ámbito ideológico de ciertas posturas, ausentes del sentimiento más profundo que hay en el ser humano, se dedican a suplantar lo más evidente, con afirmaciones y propuestas tan fuera de la realidad que ponen en primer lugar los adornos sin contenido, con fiestas sin substancia y con festejos llenos de comida y bebida. Pero la naturaleza y la sabiduría humana actúan sin ruidos y sin peleas, manifestando que la esencia de la vida se sostiene en el amor que el Hijo de Dios -que nació en Belén- vino a traernos. Lo demás es una pura imaginación fuera de la realidad que se engulle en sí misma, es decir, no tiene ni presente gozoso y ni siquiera futuro seguro; es pura fantasía que no pasa de ahí.
Desde hace dos mil años se celebra la Navidad y a pesar de aquellos que no quieren ver esta Luz: la Luz luce pero no se luce. Ésta es la maravilla de la sencillez de Dios, que se ha hecho hombre sin buscar aprobación ninguna, sino ofreciéndose en amor oblativo hasta padecer lo más ignominioso y delirante por puro amor a la humanidad. No ha venido a lucirse como hacemos los mortales con nuestro orgullo y soberbia, sino a lucir para disipar las tinieblas del odio, de la violencia, en definitiva, del pecado. Él es la luz que ilumina las noches del corazón y del mundo, que vence las tinieblas de la amargura, de la tristeza, de las depresiones existenciales, de los amoríos frustrantes, de las falsas libertades esclavas de sí mismas y de las apuestas prepotentes del dominio.
Muchas veces me he parado a meditar este acontecimiento que, por mucho que quiera, nadie en la historia de la humanidad podrá superar, puesto que a quien celebramos en la Navidad, que es Jesús, procede de la eternidad por un tiempo para volver a la eternidad que nunca fenece y nunca acaba: es el Niño Dios. “Yo soy la luz que ha venido al mundo para que todo el que cree en mí no permanezca en las tinieblas. Y si alguien escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. Quien me desprecia y no recibe mis palabras tiene quien le juzgue: la palabra que he hablado, ésa le juzgará en el último día” (Jn 12, 46-48). Nada hay más absurdo e irracional que no querer ver la luz. La luz se manifiesta por sí misma y quien la rechace se ausenta de ella y se baña amargamente en las tinieblas.
Estamos ante tantos momentos difíciles que comprobamos cómo las tinieblas existenciales nos acosan y nos llevan a la deriva del precipicio y de la muerte espiritual, pero usando la valentía buscamos con sencillez el camino que nos lleve a la luz. Hace pocos días el Papa Francisco hablaba a los griegos de Nicosia y les decía: “Cada uno de nosotros es ciego de alguna manera debido al pecado, que nos impide ver a Dios como Padre y a los demás como hermanos. Esto provoca el pecado, distorsiona la realidad: nos hace ver a Dios como amo y a los demás como problemas. Es obra del tentador, que falsea las cosas y tiende a mostrárnoslas de forma negativa para arrojarnos a la desesperación y la amargura…Por lo tanto, no puedes enfrentarte a la oscuridad (tinieblas) solo” (GSP Stadium en Nicosia, 3 de diciembre 2021). La luz de Jesucristo que nos ha deslumbrado hace posible que nuestros traumas se conviertan en liberación, nuestros sufrimientos en alivio y nuestras amarguras en dulce gozo.
Vivamos la Navidad con la certeza de que Cristo ha vencido las tinieblas puesto que él es la luz que las ha disipado para siempre. “Envía tu luz y tu verdad; que ellas me guíen y me conduzcan a tu monte santo, a tus moradas; y me acercaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo y te alabaré por siempre” (Sal 42, 3-4). ¡Feliz Navidad y Feliz Año 2022! ❏

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