San Francisco Javier supo decir sí a la voluntad de Dios

Siempre que el Señor llama es importante reaccionar con disposición de ánimo para poderle decir: “¡Aquí estoy!”. Nos viene bien, para esta jornada que celebramos junto a San Francisco Javier. Y hago referencia para tal disposición una oración que tanto bien ha hecho y que tantas respuestas afirmativas ha dado en tantos misioneros. Es una oración que nos sitúa en el lugar propicio que nos corresponde puesto que quien se adhiere a la voluntad de Dios no va sólo sino que siempre está acompañado del Amor que nace de Dios y nos acompaña si nos adherimos bien a él:

Padre nuestro, Padre de todos, líbrame del orgullo de estar solo/ No vengo a la soledad cuando vengo a la oración, pues sé que, estando contigo, con mis hermanos estoy; y sé que, estando con ellos, tú estás en medio, Señor/ No he venido a refugiarme dentro de tu torreón, como quien huye a un exilio de aristocracia interior. Pues vine  huyendo del ruido, pero de los hombres no/ Allí donde va un cristiano no hay soledad, sino amor, pues lleva toda la Iglesia dentro de su corazón. Y dice siempre ‘nosotros’ incluso si dice ‘yo’ /

Quiero resaltar, en estos momentos aún no fáciles por motivo de la pandemia, que nos puede llevar a sentirnos en algunas ocasiones solos y perplejos ante la mutación del mismo virus que sigue ejerciendo su labor perniciosa. Es un momento para mayor intimidad con Dios y mayor fraternidad. Se nos está invitando a llevar mascarilla, a lavarnos las manos, a guardar distancia… pero también es importante caer en la cuenta que conviene orar a Dios y vivir según su palabra. Por eso es el momento para decirle: “¡Aquí estoy!” y desde lo más profundo de nuestra alma ofrecerle todo lo que nos sucede y ocurre, sea doloroso o gozoso, para sentirnos sus hijos y propagar la fraternidad universal como expresión de lo que significa la misión. La misión no es encerrarnos en nuestro castillo interior es, sobre todo, dejar que hable el corazón con las dones que ha recibido en la oración y entregarse para que otros lo reconozcan y lo amen. Pero esto supondrá que “cada uno ponga al servicio de los demás el don que ha recibido, como buenos administradores de la múltiple y variada gracia de Dios. Si uno toma la palabra. Que sea de verdad palabra de Dios; si uno ejerce un ministerio, hágalo en virtud del poder que Dios le otorga, para que en todas las cosas Dios sea glorificado en Jesucristo” (1P 4, 10-11).

Aquí se comprueba la actitud y disponibilidad del misionero. Ahora bien cuando se ha dado el plácet a la voluntad de Dios, inmediatamente se realiza un viaje hacia lo cotidiano de cada día,  las circunstancias especiales y los trabajos o ambientes de misión. Por eso surge la concreta disposición: “¡Envíame!” El Señor tiene sus seguidores que son sus discípulos y ellos se han dejado conducir por él. Pensemos en los apóstoles y en San Francisco Javier. Ellos no sabían dónde les llevaba el Señor y para que no se sintieran desilusionados les advierte: “Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Mt 8, 20). El misionero no se apega a nada ni a nadie, vive con desprendimiento de todo para ir libre de equipaje. Francisco de Javier sabe que su vida está entregada a Jesucristo y a su Iglesia con la disposición interior de llevar el gran tesoro del evangelio a todos sin distinción de razas, culturas o idiomas. No tuvo ningún rubor en salir de su propia tierra de Navarra para evangelizar por tierras de Asia. Tuvo mucha valentía por que descubrió que al final vence el amor a Dios y a los seres humanos como él hizo. Hoy también agradecemos a nuestros misioneros navarros (SETECIENTOS) que han donado su vida en tierras nada fáciles para la misión.

El misionero, como Francisco Javier, sabía que se iba a encontrar con muchas dificultades, pero el amor que Dios le inyectó en su corazón le hizo fuerte. Recuerdo la experiencia de un misionero que vivía en tierras africanas. Cuando fui a visitar a los misioneros en esas tierras, este misionero me parecía que no se cansaba; yo estaba agotado y él, con una sonrisa, me dijo: “No soy yo es Cristo quien me alivia. No sabría darte una razón. Es una experiencia que sobrepasa mis propios límites”. Me recordé del pasaje que nos recuerda el evangelio: “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28-30). Toda la oración de Jesucristo está en esta adhesión amorosa de su corazón al misterio de la voluntad del Padre. Esta disponibilidad que es la propia del misionero no sólo nos hace felices sino que hacemos felices a los demás. Que en este día que recordamos a este gran misionero y patrono de la Misiones San Francisco de Javier nos ayude a sentir que somos misioneros y a unirnos con los misioneros a través de la oración y con la solidaridad confraternicemos con ellos. Donde quiera que estemos convenzámonos podemos seguir siendo misioneros porque la sociedad necesita la fuerza del amor de Dios manifestado en Jesucristo.

 

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