Outdoor portrait of beautiful senior woman praying

Hemos iniciado un año nuevo, 2022, y siempre cuando comenzamos solemos hacer muchos planes y los deseos son muy numerosos. No está mal puesto que de ilusión es bueno sembrar nuestra vida. Ahora bien, las ilusiones han de ir pasando a la práctica de cada día o han de ponerse por obra. Estamos ciertamente convencidos de ello. De ahí que propongo tres palabras que pueden ayudarnos para vivir con mayor gozo nuestra vida diaria:
La primera de ellas es LA PAZ. Nuestra sociedad, nuestras familias, nuestra cultura cotidiana, nuestras relaciones en todos sus ámbitos… necesitan mayor experiencia de la paz. Nos ocurre en la vida que cuando existen las represalias, los intereses, las violencias verbales o corporales, los rechazos en la relación… siempre nos hallamos muy mal en nuestro interior y decimos que todo ello va en contra del verdadero sentido de lo más humano. La paz es un bien precioso, al que aspira toda la humanidad. La esperanza es la virtud que nos pone en camino para superar los obstáculos que parecen insuperables.
Esto me hace recordar la experiencia de una misionera que siendo vejada, maltratada y despreciada por los agresores, lo vivió con una entereza impresionante y así durante mucho tiempo sólo encontraba refugio en la esperanza y en las palabras del Dios Vivo y Verdadero que la invitaba a superar dichas humillaciones contemplando la experiencia de Jesucristo que vivió con la paz sustentada en el amor. Hay muchas víctimas inocentes que cargan sobre sí el tormento de la humillación y la exclusión del duelo y de la injusticia. Aquí se hace presente la bienaventuranza: “Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas de antes de vosotros” (Mt 5, 11-12). La paz es fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar.
La segunda y muy importante es LA BONDAD. Se suele decir que la persona buena tiene un atractivo especial y, sobre todo, se la considera como alguien que con su bondad propicia armonía y alegría. Los actos buenos no se andan gritando por doquier como si ellos tuvieran que ser aplaudidos y reconocidos. La bondad no hace ruido porque camina con el corazón libre puesto que ama sin esperar recompensa de ningún tipo. No le interesa recibir parabienes sino hace el bien sin más y siempre en amistad con la verdad y la justicia. Aquellas personas que realizan buenas acciones con los demás no buscan la gloria personal, ofrecen una ayuda a quien la necesita con el único deseo que la otra persona se sienta dichoso. Tienen un corazón puro y de ahí que Jesús dijera: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). Pero se ha de tener en cuenta una cosa y es que la bondad no se puede confundir con el buenismo que es una actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia.
La tercera es la que hace posible la reconciliación y ésta es LA MISERICORDIA. Tal vez es lo más difícil en los momentos que se provocan lesiones producidas por la falta de reconocimiento de la propia ofensa a los demás. Cuando no se reconoce el mal que se ha propiciado al prójimo bien podemos decir que la soberbia anida en el corazón del que no sabe perdonar. Lo mismo sucede cuando el ofendido se cierra al perdón de quien le ha ofendido. Solamente la reconciliación hace posible que las heridas se curen y los conflictos se conviertan en ambiente de concordia y paz. Es el mismo Señor quien afirma: “Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7). ¡Cuánto cuesta perdonar al que nos ha ofendido o cuánto cuesta ofrecerle el perdón al que se ha ofendido! Tenemos la oportunidad de vivir la misericordia con Dios y con los hermanos. Una oportunidad para poder fortalecer la alegría y el gozo que es el fruto de la misericordia. ❏

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