La medicina que sana el corazón es el perdón
El corazón es muy sensible puesto que Dios lo ha creado, según su designio de amor, para amar. Esto me hace recordar tantas experiencias que he visto y oído de personas que ante una tragedia personal, familiar o social han sido tan coherentes que no han utilizado la violencia como respuesta sino el perdón como medicina de sanación. Ahora bien quien nos enseña a vivir con la fuerza del perdón es Jesucristo cuando maltratado y crucificado llega a pronunciar: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). No hay auténtico amor si no hay un corazón que pide perdón y sabe perdonar. Nadie puede arrogarse que es puro y limpio de corazón. ¡Todos somos pecadores! De ahí que Jesús ante los que condenaban a la mujer pecadora les dice: “El que de vosotros esté sin pecado que tire la piedra el primero” (Jn 8, 7). Mírese cada uno a sí mismo, entre en su interior y póngase en presencia del tribunal de su corazón y de su conciencia, y se verá obligado a confesarse pecador. A pesar de esta claridad para muchos, este modo de proceder, es un escándalo; no se entiende puesto que se piensa que pedir perdón o perdonar es de cobardes.
Nada hay más digno que vivir el amor con humildad de corazón. El perdón no sólo humaniza sino que es la mejor medicina para el corazón roto y destrozado puesto que pasa a ser un corazón renovado y salvado. Al constatar las circunstancias tan crueles que siguen pasando en nuestra sociedad, me hace recordar la experiencia de un sacerdote que afirmaba: “Jesús pide el perdón para quienes están siendo sus verdugos. Ésta será siempre una tarea difícil, lo sabemos bien en nuestro país cuando nos hemos dejado llevar por venganzas y por odios que nos han destruido por mucho tiempo. Para muchos, el verdadero perdón se expresa cuando estamos frente a nuestros verdugos y con la posibilidad de actuar en su contra y aún, así, no lo hacemos. Por supuesto, siempre buscamos que se nos haga justicia, pero si somos capaces de perdonar, somos capaces de iniciar nuevas lógicas y nuevos caminos. La vida de Jesucristo siempre fue una invitación a perdonar e incluso a ir más lejos… la de amar a nuestros enemigos. Tal cosa es posible cuando renunciamos al odio, cuando dejamos que la venganza dé paso al perdón y cuando en lugar de quedarnos atados al daño que se nos ha hecho, somos capaces de mirar adelante con esperanza y misericordia”. Lo contrario se convertiría en una tortura permanente y frustración existencial
Ciertamente que saber perdonar lleva consigo dejarnos perdonar por Dios. Me admira y siempre es un recuerdo maravilloso cuando he participado y participo en el sacramento de la Penitencia tanto como penitente como ministro de tan excelso sacramento. “Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia a favor de todos los miembros pecadores de su Iglesia, ante todo para los que, después del Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia bautismal y lesionado la comunión eclesial. El sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una nueva posibilidad de convertirse y de recuperar la gracia de la justificación” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1446). Y es que Jesucristo pagó el castigo por los pecados que cometimos en nuestra ignorancia e incluso por los pecados que cometimos deliberadamente.
No hace mucho me decía un psiquiatra que los sacerdotes cuando confiesan a los fieles se convierten en un excelente signo de la mejor medicina que sana y fortalece al ser humano: sentirse perdonados por Dios. Las “manos abiertas de Dios siempre están disponibles para acogernos” si identificamos la ofensa, el pecado, el abuso, el fracaso, la infidelidad… Y todo quedará sanado si se reconoce que sólo Jesucristo nos puede curar. De ahí se deduce que cuando nos sentimos perdonados es mucho más fácil, en los momentos duros y difíciles, saber perdonar al que nos ha ofendido. Si algo está necesitando nuestra sociedad es la reconciliación que se convertiría en la mejor medicina para el corazón angustiado en resuelto, miedoso en confiado y traumatizado en liberado. ❏