La apetencia del ser humano moderno es la de ser dichoso, buscando en la dicha la evitación del dolor y no en la profundización de su existencia. El progreso le hace sentirse responsable ante la historia, pero se niega a sentirse responsable ante Dios; el dialogar con Dios transforma la frustración en humildad y la angustia en gracia, afirmaba una gran siquiatra (Cfr. J.J. López Ibor, De la noche oscura a la angustia, Madrid 1973). De ahí que se advierta que uno de las grandes ausencias que el ser humano sufre hoy, es la falta de conciencia de la trascendencia. Viviendo solamente de lo inmanente no se logra dar respuesta a todas las preguntas y menos aquellas que son las más existenciales. San Francisco Javier en su misión llevaba dos secretos: El Evangelio y la Cruz de Cristo. Él mismo acudía, cuando era niño, a rezar al Cristo crucificado del siglo XIII que está en el Castillo. Es una talla donde Jesús, con los brazos abiertos clavados en la madera, parece abrazar con una leve sonrisa a los peregrinos que le visitan. Se dice que en 1552 parece que la madera empezó a sangrar al mismo tiempo que San Francisco moría en el otro lado del mundo. Fue en Asia donde el patrono de las misiones se dejó sus 46 años de vida por los demás, muriendo en la isla de Sancian, a las puertas de China. En Goa (India) es donde se venera su cuerpo incorrupto.
Todos en la vida nos preguntamos lo mismo cuando llega el dolor y el sufrimiento. Consideramos que tiene que darse alguna explicación. Al final la respuesta la encontramos en Jesucristo que desde la Cruz grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34). Es el momento en el que atrae todos los gritos de la humanidad en su “¿por qué me has abandonado?” Ahora también Jesucristo atrae todos los sufrimientos con lo que está sucediendo en Ucrania o en Mali o en muchos lugares del mundo o en nuestra sociedad o en nuestra familia o en ese dolor que te presiona ahora…Y si Dios ha sufrido, decía Paul Claudel (un gran poeta), todavía quedan algunas nebulosidades e incomprensiones. Pero, al menos, hay algo que jamás podremos decirle a Dios: ¡No conociste el sufrimiento! Y es que Dios no ha venido a suprimir el dolor, ni siquiera a explicarlo. Pero sí ha venido a llenarlo con su presencia. Por eso no digas nunca: ¿El sufrimiento existe? ¡Luego Dios no! Di más bien: si el sufrimiento existe y Dios ha sufrido: ¿Qué sentido le habrá dado al sufrimiento? El sentido profundo de cada dolor o sufrimiento está asumido desde la Cruz por Jesucristo. De ahí que San Pablo dirá: “Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Ga 2, 19-20). No hay nada que sea comparable al amor de Jesucristo y sólo en ese amor podemos sobrellevar con fortaleza los
quehaceres de cada día. Cristo sufriendo y muriendo por nosotros nos amó de tal manera que se une al hombre mediante la Cruz. Por eso San Pablo seguirá afirmando: “En cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Ga 6, 14). San Francisco de Javier lo vivió así y no retuvo o secuestró en su vida y predicación, a veces muy tormentosa, la enseñanza que recibió del Jesucristo de la Sonrisa.