Dios nos consuela y acompaña en la tribulación

Homilía pronunciada en el Castillo de Javier, el pasado 6 de marzo, con motivo de la primera Javierada 2022

 

Os doy la bienvenida a esta Javierada ansiada y deseada por todos puesto que hemos pasado unos años donde el Covid19 nos ha llevado a sentir y a vivir la ausencia de las Javieradas puesto que la pandemia ha afectado a todos de una manera o de otra. Nos sentimos felices de poder peregrinar a Javier y honrar a San Francisco en esta primera Javierada. Su experiencia de entrega a Jesucristo nos ayuda a mirar la vida desde otra perspectiva y nos hace sentir ya -desde la fuerza que ella misma tiene- cuando ponemos en el centro de nuestro quehacer y vivir la disposición y confianza en Dios. Hoy así le hemos cantado en el salmo: “Quédate conmigo, Señor, en la tribulación” (Sal 90, 1-2). Las enfermedades, los dolores, los sufrimientos, las desolaciones, las tristezas, las amarguras, las penalidades… nunca vencerán  puesto que tenemos a Dios con nosotros y apostando por nosotros. Siempre está de nuestra parte. Por eso “clamamos al Señor, Dios de nuestros padres,  y el Señor escuchó nuestros gritos, miró nuestra indefensión, nuestra angustia y nuestra opresión” (Dt 26, 7). Es conveniente recordar que la vida  es un don y un regalo de Dios y él quiere hacernos partícipes de su misma vida. Dios nunca se desentiende de nosotros.

La tribulación y el sufrimiento nos lleva a formular: “¿Por qué existe el  dolor?”. Dentro de cada sufrimiento experimentado por el ser humano, y también en lo profundo del mundo del sufrimiento, aparece inevitablemente la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué el mal en el mundo? ¿Por qué las guerras? Es una pregunta a la que no sabemos dar una respuesta según piden nuestras categorías racionales. ¡No se entiende! Muchas personas aturdidos y confusos, decía San Juan Pablo II, que “en la línea de esas preguntas se llega  no sólo a múltiples frustraciones y conflictos en la relación del hombre con Dios, sino que sucede incluso que se llega a la negación misma de Dios. En efecto, si la existencia del mundo abre casi la mirada del alma humana a la existencia de Dios, a su sabiduría, poder y magnificencia, el mal y el sufrimiento parecen ofuscar esta imagen, a veces de modo radical, tanto más en el drama diario de tantos sufrimientos sin culpa y de tantas culpas sin una adecuada pena” (Salvifici Doloris, 9). De ahí que no sólo nos hemos de preguntar el por qué sobre las circunstancias adversas y dolorosas sino, en estos momentos de nuestra vida, saber formularnos otra pregunta importante: Si el sufrimiento existe ¿qué sentido se le da al dolor? Y aquí la respuesta nos la regala Dios mismo cuando acudimos a él: “Quédate conmigo, Señor, en la tribulación” (Sal 90, 12). ¡Nunca nos deja solos!
La apetencia del ser humano moderno es la de ser dichoso, buscando en la  dicha la evitación del dolor y no en la profundización de su existencia. El progreso le hace sentirse responsable ante la historia, pero se niega a sentirse responsable ante Dios; el dialogar con Dios transforma la frustración en humildad y la angustia en gracia, afirmaba una gran siquiatra (Cfr. J.J. López Ibor, De la noche oscura a la angustia, Madrid 1973). De ahí que se advierta  que uno de las grandes ausencias que el ser humano sufre hoy, es la falta de conciencia de la trascendencia. Viviendo solamente de lo inmanente no se logra dar respuesta a todas las preguntas y menos aquellas que son las más existenciales. San Francisco Javier en su misión llevaba dos secretos: El Evangelio y la Cruz de Cristo. Él mismo acudía, cuando era niño, a rezar al Cristo crucificado del siglo XIII que está en el Castillo. Es una talla donde Jesús, con los brazos abiertos clavados en la madera, parece abrazar con una leve sonrisa a los peregrinos que le visitan. Se dice que en 1552 parece que la madera empezó a sangrar al mismo tiempo que San Francisco moría en el otro lado del mundo. Fue en Asia donde el patrono de las misiones se dejó sus 46 años de vida por los demás, muriendo en la isla de Sancian, a las puertas de China. En Goa (India) es donde se venera su cuerpo incorrupto.
Todos en la vida nos preguntamos lo mismo cuando llega el dolor y el sufrimiento. Consideramos que tiene que darse alguna explicación. Al final la respuesta la encontramos en Jesucristo que desde la Cruz grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34). Es el momento en el que atrae todos los gritos de la humanidad en su “¿por qué me has abandonado?” Ahora también Jesucristo atrae todos los sufrimientos con lo  que está sucediendo en Ucrania o en Mali o en muchos lugares del mundo o en nuestra sociedad o en nuestra familia o en ese dolor que te presiona ahora…Y si Dios ha sufrido, decía Paul Claudel (un gran poeta), todavíquedan algunas nebulosidades e incomprensiones. Pero, al menos, hay algo que jamás podremos decirle a Dios: ¡No conociste el sufrimiento! Y es que Dios no ha venido a suprimir el dolor, ni siquiera a explicarlo. Pero sí ha venido a llenarlo con su presencia. Por eso no digas nunca: ¿El sufrimiento existe? ¡Luego Dios no! Di más bien: si el sufrimiento existe y Dios ha sufrido: ¿Qué sentido le habrá dado al sufrimiento? El sentido profundo de cada dolor o sufrimiento está asumido desde la Cruz por Jesucristo. De ahí que San Pablo dirá: “Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí.  Y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que mamó y se entregó por mí” (Ga 2, 19-20). No hay nada que sea comparable al  amor de Jesucristo y sólo en ese amor podemos sobrellevar con fortaleza los
quehaceres de cada día. Cristo sufriendo y muriendo por nosotros nos amó de tal manera que se une al hombre mediante la Cruz. Por eso San Pablo seguirá afirmando: “En cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Ga 6, 14). San Francisco de Javier lo vivió así y no retuvo o secuestró en su vida y predicación, a veces muy tormentosa, la enseñanza que recibió del Jesucristo de la Sonrisa.
Concluyo recordando lo que nos dice el evangelio que hemos escuchado cuando Jesucristo se vio acosado y tentado por el Maligno. Nos previene para no caer o ceder al instigador puesto que la tentación siempre aparece como buena y libre. Es muy sutil y enreda; busca los momentos de soledad, de abatimiento, de desesperanza. Cuando estamos más débiles y nuestras fuerzas están a la baja. La tentación se vence con la oración que nos da fuerza y nos proporciona la luz para saber discernir donde está el bien y donde está el mal. En esta Cuaresma conviene profundizar en la vida de oración, en la cercanía a los sacramentos de la confesión y de la Eucaristía, para vencer la prepotencia, el egoísmo, el encanto de los vicios y el vestido de la soberbia. En esta Cuaresma detengámonos para saber si amamos y perdonamos a los hermanos y si nos solidarizamos con ellos. En esta Cuaresma dejemos lo que nos ata y busquemos la libertad de los hijos de Dios.
El año Jubilar -que hemos iniciado- nos ayudará para poner más a tono nuestra vida según el designio de Dios. Así se lo pedimos a María Madre y Maestra de nuestra fe, esperanza y caridad. También a San Francisco de Javier que supo en todo momento entregar su vida para la Gloria de Dios.
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