Por más que se quiera explicar y observar la realidad “bajo las alas” como el avestruz, nadie niega que estamos pasando de una época que se oscurece y se avecina una nueva. La humanidad, por mucho que se quiera ocultar, está al borde del cataclismo de época y se abre hacia una nueva que se presagia como una tierra movediza o una casa que se quiere construir sobre arena. Las consecuencias pueden ser fatales porque se había prometido que rompiendo con el centro espiritual de la vida el ser humano iba a ser más libre, más progresista y más auténtico. Que el ser humano teniendo todos los derechos para decidir y legislar, al antojo de sus engañosos sentimientos, iba a ser más feliz. Pero cada vez hay más traumas, desasosiegos, depresiones y falta de sentido vital. Falta profundidad bajo sus pies, se vive en un modo de forma bidimensional, es decir se cuenta con lo ancho y lo largo pero falta la profundidad.  Ya nos lo advierten las Palabras de Jesucristo: “Todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: se precipitaron contra aquella casa, y se derrumbó y fue tremenda su ruina” (Mt 7, 26). Por, el contrario, cuando se construye sobre roca nada ni nadie derrumbará la casa.

Ya decía G.K. Chestertón: “Quitad lo sobrenatural y no os quedará lo natural, sino lo antinatural… Donde hay adoración animal, hay sacrificio humano”. Hay un texto anónimo, que me ha hecho pensar, y afirma que se está muriendo la generación del hierro, para dar paso a la generación del cristal. Aquella generación que sin estudios educó a sus hijos. La que, a pesar de la falta de todo, nunca permitió que faltara lo indispensable en casa. La que enseñó valores; empezando por el Amor y el Respeto. Se está muriendo la gente que enseñaba al ser humano el valor y la valía de una mujer y a las mujeres, el respeto por los hombres. Se están muriendo los que podían vivir con pocos lujos, sin sentirse frustrados por ello. Los que trabajaron desde temprana edad y enseñaron el valor de las cosas, no el precio. Mueren los que pasaron por mil dificultades y sin rendirse nos enseñaron cómo vivir con dignidad, los que después de una vida de sacrificio y penurias, se van con las manos arrugadas y la frente en alto. Se está muriendo la generación que enseñó a vivir sin miedos. ¡Se está muriendo la generación que nos dio la vida!

Es curioso constatar que, en la actual “generación del cristal”, se ha inoculado un relativismo donde todo vale según lo que a uno le apetezca. Y cuando se recurre a los valores y virtudes que son preciosas en toda época y en todo tiempo, el estilo de defenderse el relativismo, es apelando que esto es de épocas pasadas y, por lo tanto, son reaccionarios los que defienden tales valores. Pero el tiempo dirá con claridad que cuando se ha apelado a una cristalización de los errores como si fueran la única verdad consagrada, se comprobará que los frutos no han sido más que agrazones y aquello que prometeicamente se afirmaba se convertirá en un desengaño brutal. Se romperá el cristal y hablará la luz de la verdad.

Tal es así que se pretende que la nueva era de cristal sea la solución a todos los problemas que sufre la sociedad. Para ello se ha inventado un discurso intimidatorio y es que quien se salga del círculo que la ideología prometeica afirma, socialmente se le considera hereje social. Y más aún se considera delictivo al que defienda la vida del nonato y la vida del que sufre la enfermedad. Se promueve la afirmación aberrante, por ejemplo, que es inhumano “no admitir el aborto” cuando el mismo sentido común y una mínima inteligencia se entiende que el aborto, la eutanasia… y demás “aberraciones progresistas” van contra lo más sagrado que la naturaleza nos regala y se opone -con una flagrante soberbia- a la ley del Creador. ¡Vaya era que nos espera y vaya forma de vida que se protocoliza con estas leyes que se imponen con altanería!

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