Es curioso comprobar que los santos se perpetúan más que los personajes históricos o bien en el ámbito político o el ámbito cultural o el ámbito filosófico… Ahí tenemos a San Francisco de Javier que brilla en la historia por su santidad y menos hubiera brillado y tal vez nada, si hubiera conseguido sus  inquietudes personales de aparentar con una buena “carrera” cultural o política. Supo invertir su vida en la mejor fortuna que es la santidad que no fenece porque es eterna. Las demás fortunas tienen un tiempo muy cortito y hasta se deterioran si han pervivido en el orgullo y vanidad. No cabe duda que ante la vorágine y el stress que estamos padeciendo en nuestra sociedad conviene hacer un alto en el camino para serenar el espíritu ante tal neurótica velocidad. Y esto se muestra en las informaciones que recibimos todos los días, hasta lo que nos muestran las pancartas en nuestras calles, muchas veces, narcotizados por el materialismo y hedonismo. Merece la pena acercarse a los santos en estas circunstancias y de modo especial a San Francisco de Javier que en medio de las propuestas finitas y caducas que le ofrecían oyó la voz del Maestro y cambió su vida. El misionero defiende la vida, en todas sus etapas,  de todas las personas y anuncia la vida espiritual a todo el género humano. Esta defensa y anuncio viene dado por un amor que humaniza y transforma la vida humana en su auténtica identidad.

Todos los que conocieron a San Francisco de Javier notaban en él una persona alegre y gozosa, con gran esperanza, dispuesto a llevar la felicidad a todos y ésta sólo la puede dar una elección. Una elección que tiene su origen en Dios y por él entregar la vida como el grano de trigo. Una entrega gozosa y apasionada a Cristo. A las personas amó y se hizo amar de ellas. Buscó e hizo buenos amigos. Nunca forzó las conversiones. Compartió la experiencia de Dios sabiéndose adaptar a las culturas y llevarlas el regalo más grande que es el evangelio. Tenía un empeño fuerte, como los navarros, y era que donde quiera que fuere, el mensaje evangélico llegara a la gente en su propia lengua, escoge los mejores intérpretes posibles que traduzcan las oraciones, el credo y los mandamientos. Muchos al oírlo se sentían atraídos y se bautizaban, tanto es así que según cuenta la tradición: “Al final de la jornada sus manos estaban muy cansadas de tantos bautismos realizados”.

Cuando San Francisco de Javier perdió todo su prestigio y sus planes egoístas entonces siente la llamada de Dios: «Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? Pues ¿Qué podrá dar al hombre a cambio de su vida?” (Mc 8, 36-37). Bien se puede decir, con esta propuesta de Jesucristo, lo que dice un gran padre de la Iglesia: “Hay que amar al mundo, pero hay que anteponer al mundo a su Creador. El mundo es bello, pero más hermoso es quien hizo el mundo. El mundo es suave y deleitable, pero mucho más deleitable es quien hizo el mundo. Por eso, hermanos amadísimos, trabajemos cuanto podamos para que ese amor al mundo no nos agobie, para que no pretendamos amar más a la criatura que al Creador. Dios nos ha dado las cosas terrenas para que le amemos a Él con todo el corazón, con toda el alma…Lo mismo que nosotros amamos más a aquellos que parecen amarnos más a nosotros mismos que a nuestras cosas, así también hay que reconocer que Dios ama más a aquellos que estiman más la vida eterna que los dones terrenos” (San Cesáreo de Arlés, Sermones 159, 5-6). San Francisco supo invertir su vida por amor a Dios y por amor al género humano.

La experiencia misionera de San Francisco de Javier fue tan hermosa que fue canonizado junto a San Ignacio de Loyola, por el papa Gregorio XV, el 12 de marzo de 1622. ¡Hace ya 400 años!. Más aún su experiencia de entrega por el evangelio fue considerada por la Iglesia de tal forma que el año 1904 San Pío X le nombra “Patrono de las Misiones” católicas, por haber consagrado su vida para extender la Palabra de Dios hasta los confines de la tierra. Un navarro que supo invertir su vida. En este mes de diciembre miremos la figura y santidad de San Francisco y roguémosle para que nos ayude a ser misioneros en los pequeños actos de fe y amor de cada día.

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