Boy closed her eyes and praying in a field at sunset. Hands folded in prayer concept for faith, spirituality and religion.

La vida espiritual no se sostiene en facetas, más o menos de un protocolo, según deseo narcisista de la persona, sino que tiene una estructura interior seria y profunda que ayuda para crecer con madurez psicológica y espiritual. Son como notas musicales armónicamente agrupadas. Esto me recuerda lo que decía el apóstol San Juan: “Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos! Por eso el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él” (1Jn 3, 1). He aquí el secreto de la auténtica espiritualidad. Lo primero de todo y ante todo saber que somos hijos de Dios. Sin esta premisa lo demás quedará tan en el aire que no se podrá sostener. Cuántas veces hemos oído decir: “Me convertí a la fe el día que descubrí que Dios me ama”. Los vacíos que, muchas veces, siente el corazón tienen como fondo el “no sentirse uno amado”. Son los vacíos que sólo pueden llenarse de este Amor que es infinito, además viene acompañado de su misericordia, porque la medicina del corazón es el amor misericordioso que en Dios tiene su origen y su fin.
Hay otra faceta importante es reconocer que el prójimo es mi hermano: “En esto hemos conocido el amor: en que Jesucristo dio su vida por nosotros. Por eso también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos… Hijos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con obras y de verdad” (1Jn 3, 16-18). Los santos lo han vivido con plena conciencia y ellos han gozado: “No podemos amarnos unos a otros con rectitud sin la fe en Cristo; ni podemos creer de verdad en el nombre de Jesucristo sin amor fraterno” (San Beda, In 1 Epistolam Sancti Ioannis, ad loc.). En el proceso de madurez espiritual conviene siempre hacer un examen de conciencia y preguntarnos se estamos a bien con el prójimo. Si es afirmativo se puede decir que estamos en el buen camino de la vida espiritual y este estilo de vida se le denomina con la palabra santidad (perfección en la caridad).
De estas dos premisas fundamentales surgen otras facetas no menos importantes que se han de tener en cuenta. Siempre se pretende demostrar que somos personas libres y sin ataduras para poder amar a todos. Muy importante es la libertad que contradice al libertinaje o lo que hoy se denomina “yo hago lo que me da la gana”. La autonomía y la sana dependencia que nos hace sentir que somos libres y responsables hace posible que todo lo vivamos como un proyecto de misión, es decir, “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis” (Mt 10, 8). Cuando se ama y se regala este amor sucede que los proyectos existenciales se conjugan tan armónicamente que de ellos nace una humanidad auténtica. Sin este proyecto de misión, que es la caridad, lo humano se convierte en todo lo contrario, en inhumano. En la misión se demuestra que la libertad apuesta por la entrega de amor.
Aplicando este estilo de vida lleva como consecuencia la bondad de vida que es la aplicación de los ideales y valores, con el ejercicio de la virtud y ésta hace libres y el vicio, esclavos, como aplicaba Aristóteles con el ejemplo de que un alcohólico es incapaz de renunciar al alcohol: el borracho no puede dejar de beber, el virtuoso, puede beber en cualquier momento. Las palabras de San Pablo iluminan y alientan en este camino: “Sed, por el contrario, benévolos unos con otros, compasivos, perdonándoos mutuamente como Dios os perdonó en Cristo” (Ef 4, 32). Quien ama no excluye a nadie y reza por los desviados para que vuelvan al encuentro con Cristo. Aquí radica la bondad: compadecerse, comprenderse y ayudarse. Es la empatía que sabe estar dispuesto siempre a ayudar y confraternizar.
En cada uno debe proyectarse, si somos sinceros, coherencia de vida única para no caer en una doble vida. Esto exige un compromiso que parte de la nobleza y de la sinceridad que no admite los títeres de la euforia o de la ocultación. Es bastante doloroso que cuando hay compromisos por vivir la fidelidad en aquella vocación a la Dios nos ha llamado, sucede que en la infidelidad se sitúa la enfermedad de la incoherencia que tanto daño hace a la persona y a los que le rodean.
Pero no habría una fuerte espiritualidad si no nos asociamos a la Vida en Cristo y esto supone mucha humildad para aplicar con sinceridad lo que somos: pecadores y limitados. Cristo ha venido a salvarnos de nuestras torpezas y sólo con el único interés para que seamos felices y vivamos en el gozo de la paz y del amor. La fortaleza espiritual se sustenta en la ayuda concreta de Dios que se ha hecho hombre en Jesucristo. Sin Él nada tendría sentido. ❏

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