Homilía con motivo del funeral de Benedicto XVI, el pasado 7 de enero, en la Catedral de Pamplona, pronunciada por Mons. Francisco Pérez, Arzobispo de Pamplona

Quiero comenzar con una frase que me impresionó, cuando el Papa Benedicto XVI se dirigía a los jóvenes alemanes, en el mes de septiembre del año 2011, en la ciudad de Friburg (Alemania). Les decía: “Buscad la osadía de ser santos brillantes, en cuyos ojos y corazones reluzca el Amor de Cristo, llevando así luz al mundo”. Ante tantas tinieblas que se ciernen en nuestra vida y que, tantas veces no dejan ver lo más real y auténtico de nuestra existencia, conviene pasearse por los grandes maestros que nos advierten: “Vigilad para que nadie os seduzca por medio de vanas filosofías y falacias, fundadas en la tradición de los hombres y en los elementos del mundo, pero no en Cristo” (Col 2, 8). La grandeza del misterio es mucho más grande que toda nuestra ciencia. Por eso, el Papa Benedicto XVI escogió dos palabras de la tercera carta de San Juan, “Cooperador de la Verdad”, como lema episcopal y también como el lema de su pontificado. Y es cierto que cuánto más leemos sus escritos, más observamos que tiene una mente muy lúcida y no cesa de defender la Verdad que es Cristo. En él confluye toda una corriente que muestra la profundidad de la razón, siempre asegurada e iluminada por la fe.

Si era muy arriesgado, para Jesucristo, afirmar que Él es la luz, lo es más para aquellos que hoy y siempre le han seguido. Jesucristo es la luz bajo un doble aspecto: Él es la luz que ilumina la inteligencia por ser la plenitud de la Revelación divina; y es también luz que ilumina el interior de la persona para que pueda aceptar su Revelación y hacerla vida suya. La luz siempre es la misma, como la verdad auténtica no cambia por mucho que se intente. En Cristo y por Cristo, Dios se ha revelado plenamente a la humanidad y se ha acercado definitivamente a ella. Al mismo tiempo, en Cristo y por Cristo, el ser humano ha conseguido plena conciencia de su dignidad, de su elevación, del valor trascendental de la propia humanidad, del sentido de su existencia. La sociedad necesita profundizar en el sentido de la trascendencia porque la inmanencia, por sí sola, atrofia lo más sagrado que existe en el ser humano. Dice Benedicto XVI: “El ser humano sólo se conoce a sí mismo cuando aprende a conocerse a partir de Dios, y sólo conoce al otro cuando ve en él el misterio de Dios”.

Cuando el ser humano se apoya en sí mismo y solo en sí mismo, tiene el gran peligro de perder lo más humano que hay en él: la luz de Cristo, la luz de la vida. Leemos en el evangelio: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). No podemos olvidar que se ha de conservar la llama que Dios ha encendido en nuestros corazones el día de nuestro bautismo. A ello nos animaba el Papa Benedicto cuando nos decía: “Procurad que no se apague, alimentadla cada día, compartidla con vuestros coetáneos que viven en la oscuridad y buscan una luz para el camino…que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia para que gracias a vuestra fe siga resonando el nombre de Cristo en toda la tierra…en el fondo, lo que nuestro corazón desea es lo bueno y bello de la vida. No permitáis que vuestros deseos y anhelos caigan en el vacío, antes bien haced que cobren fuerza en Cristo. Él es el cimiento firme, el punto de referencia seguro para una vida plena” (Benedicto XVI).

Vivimos un tiempo de grave crisis. Un tiempo en el que se devalúa la verdad y se convierte en mentira existencial. Ante ello, Jesús nos anima: “Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois en verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32). Son muchos los escritos de Benedicto XVI que expresan el gran reto que hoy tiene la sociedad respecto a la verdad. Él mismo nos advertía, “cuando el relativismo moral se absolutiza en nombre de la tolerancia, los derechos básicos se relativizan y se abre la puerta al totalitarismo”. El relativismo es la crisis de la verdad porque se considera que el ser humano no es capaz de conocer la verdad. Es una actitud general ante el gran desafío de la verdad.

Se olvida que Jesucristo dijo “la verdad os hará libres” y se percibe la verdad como un techo que limita nuestras posibilidades y nuestro despliegue personal, cultural y social. Sin embargo, la verdad es una base firme sobre la que se desarrolla la creatividad social y personal. Cuanto mayor sea nuestro apoyo sobre la verdad más firme y más alta será la construcción positiva de proyectos y de propuestas. El relativismo empequeñece al hombre, la verdad lo engrandece. “El relativismo deja sólo como medida última al propio yo y sus apetencias” (Benedicto XVI).

En Benedicto XVI hemos tenido un Papa humilde que ha sabido posponer su propio yo y se ha dejado llevar por el pensamiento y vida del mejor Maestro. Todos sus escritos rezuman la intimidad profunda que tenía con Jesucristo. Sin rubor y sin miedos los va desgranando como una experiencia mística y en comunión con la doctrina de la Iglesia. Con su ayuda, quienes tengan dudas o estén ausentes de la Vida en Cristo, pueden resolver sus inquietudes y encuentran el camino de la conversión a Dios. “Sí, queridos amigos –dice Benedicto XVI- Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios”.

Ofrecemos esta Eucaristía por su eterno descanso. Que el Dios al que amó y predicó le tenga en su Gloria y que la Virgen María le haya acogido a las Puertas de la Eternidad.

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