Estamos viviendo y celebrando el acontecimiento más importante en la historia de la humanidad: La Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Nada hay comparable, en la vida del ser humano, como la experiencia de Dios que se identifica con nuestra vida sin perder la suya y ganando a la humanidad: humanándose. Es el mismo Jesucristo quien nos hace partícipes de la vida que estaba escondida en la Trinidad y él mismo se ha encarnado, por obra del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María. Estábamos solos y abandonados por el pecado y nos ha rescatado. Estábamos aturdidos por la esclavitud de nuestra naturaleza caída y nos ha liberado. Estábamos sin fuerzas para vivir en caridad y ha entregado su vida por amor a toda la humanidad. Estábamos enfermos de nuestro egoísmo y nos ha elevado a ser hijos de Dios. Estábamos doloridos por nuestras enfermedades y nos ha dado la salud espiritual como medicina. Estábamos sin fuerzas para levantarnos y nos ha elevado para que podamos vivir en el Cielo.
Muchas son las razones para estar muy felices y, sobre todo, al saber que Jesucristo nos acompaña siempre eliminando el miedo. Él mismo se lo decía a los suyos: “Tened confianza, soy yo, no tengáis miedo” (Mt 14, 27). Cuando con fe vamos haciendo el camino de la vida, aunque nos encontremos en medio de las dificultades de la misma con sus luchas y problemas, podemos escuchar en lo más hondo de nuestra interioridad que el evangelio nos va iluminando y fortaleciendo en cada momento concreto o en cada situación en la que nos encontremos. Y entonces bien se puede decir: “El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré? El Señor es el refugio de mi vida: ¿de quién tendré miedo?” (Sal 27, 1). Este es el antídoto para los temerosos, decaídos, los deprimidos, los angustiados y los cobardes. El antídoto contra el miedo es la fe. Quien sigue a Jesucristo pierde el miedo y lo podemos constatar en los santos a través de la historia.
En este tiempo de la Semana Santa bien podemos afirmar, como lo hacía Isaías: “No temas, que yo estoy contigo, no desmayes, que yo soy tu Dios. Te daré fuerzas, te socorreré, te sostendré con mi diestra victoriosa” (Is 41, 10). Además de mucho ánimo, debemos tener suma confianza en Dios y en su ayuda y auxilio. Procesionaremos los pasos e imágenes de Cristo y María por nuestras calles, plazas y vías. Acudiremos a los actos litúrgicos pertinentes de estos días. Viviremos con profunda fe los dolores de Cristo y contemplaremos dónde fue crucificado. Cantaremos el aleluya con la Luz de su Resurrección y en todo encontraremos una fuerza especial para seguir anunciando que Jesucristo no nos deja solos sino que nos acompaña siempre en la vida.
El ser humano sufre y en soledad de modo especial. También nosotros muchas veces en la vida podemos sentir esa soledad en medio de las luchas y los problemas que nos acosan. Ante las decisiones que hemos de tomar nos sucede lo mismo. Parece ser que nadie nos entiende; incluso nos sofocamos al observar que los demás nos miran con ojos de desconfianza. Son muchas situaciones, muchos momentos en los que podemos sentir la tentación de la soledad. Es entonces cuando de nuevo nos habla el Maestro: “En el mundo tendréis sufrimientos, pero confiad: yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). Con Cristo a nuestro lado no hemos de temer, la victoria de Dios está de nuestra parte. Celebremos esta Semana Santa contemplando la fuerza que Dios, en Cristo que ha padecido, ha muerto y ha resucitado. Nos sentiremos acompañados siempre puesto que Cristo nos ha prometido que permanecerá con nosotros hasta el final de los tiempos. Hagamos una buena Confesión sacramental y participemos de la Cena del Señor en la Eucaristía del Jueves Santo. ¡Feliz Pascua de Resurrección! ❏

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