La libertad tiene su base en el amor a Dios y al prójimo

A kid is giving a man a red heart

A kid is giving a man a red heart, setting sun. Love concept

Uno de los temas que más se enarbolan en cualquier diálogo tanto en los ámbitos sociales como políticos y culturales es el sentido de la libertad. Si somos demócratas es porque somos libres; si salen leyes antinaturales es porque somos libres; si se promueven manifestaciones es porque somos libres; si no es necesario creer en un ser superior es porque somos libres; si se promueven ámbitos educacionales insustanciales es porque somos libres; si el libertinaje es divertido es porque somos libres. Y así podríamos ir enumerando situaciones diversas y distintas con la muletilla de que: ¡Somos libres! Como si la libertad no tuviera su propia identidad. Valorar la libertad es valorar las decisiones justas y auténticas. No podemos confundir libertad con apetencias personales que expresan la falta de raciocinio y reflexión a la hora de actuar y decidir.
La libertad tiene como base y cimiento el amor a Dios y a los demás. El apóstol Pablo advierte: “Habéis sido llamados a la libertad. Pero que esta libertad no sea pretexto para la carne, sino servíos unos a otros por amor” (Ga 5, 13). La libertad no es manipulable, es la vocación de todo el género humano y exige la renuncia a cualquier tipo de dependencia, abriéndonos a un horizonte de servicio en el que los demás tienen un lugar preferencial. Si los demás no tienen cabida en nosotros, puede suceder que nos sintamos bien aparentemente y hasta saborear que la “vida nos sonría”, pero no podemos decir que somos libres, pues la libertad no se regodea en el egoísmo sino en la generosidad. La libertad no es “pretexto para la carne” y para buscar los propios intereses. “Se dice que alguien vive según la carne cuando vive para sí mismo. En este caso por carne se entiende todo el ser humano. Ya que todo lo que proviene del desordenado amor a uno mismo se llama obra de la carne” (San Agustín, De civitate Dei 14,2). Y las obras de la carne producen una esclavitud que no tiene límites.
Hagamos un examen sobre lo que –en ámbitos superficiales- se proclama como si fuera libertad cuando es todo lo contrario: “Están claras cuáles son las obras de la carne: La fornicación, la impureza, la lujuria, la idolatría, la hechicería, las enemistades, los pleitos, los celos, las iras, las riñas, las discusiones, las envidias, las embriagueces, las orgías y cosas semejantes. Sobre ellas os prevengo, como ya os he dicho, que los que hacen esas cosas no heredarán el Reino de Dios. En cambio, los frutos del Espíritu son: la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia” (Ga 5, 19-23). A Dios no se le ningunea, y menos no se le deprecia o devalúa a la hora de valorar la libertad humana.
Los vientos de una sociedad desnortada parece que, muchas veces, busca la libertad en las “obras de la carne” y sabemos que esto es muy arriesgado y nocivo; a los hechos me remito. De ahí después que las consecuencias psicológicas y afectivas se disparen en angustia existencial y frustración vital.
La libertad, por tanto, no es para hacer simplemente lo que queramos, cumplir cada uno de nuestros caprichos, de nuestros deseos, de nuestros egoísmos. Eso se llama libertinaje. Bien se puede recordar a San Pedro cuando decía: “Porque ésta es la voluntad de Dios: que haciendo el bien hagáis enmudecer la ignorancia de los insensatos: como hombres libres y no como quienes convierten la libertad en pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios” (1P 2, 15-16). La libertad es un gran regalo que si se sabe usar bien dignifica al ser humano. “Quien considera atentamente la ley perfecta de la libertad y persevera en ella –no como quien la oye y luego se olvida, sino como quien la pone por obra- ése será bienaventurado al llevarla a la práctica” (St 1, 25). ¡Es más feliz quien enarbola la libertad con su sentido fundamental que quien la utiliza para sus propios intereses egoístas! ❏

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