Mental health concept. Depressed man getting psychological treatment at office, panorama, empty space

Mucho se habla sobre la salud mental y ¿sobre la salud del corazón, salud espiritual? Es interesante comprobar que los vaivenes sociales y culturales tienen una gran influencia en nuestra sociedad, muchas veces, dirigida y manipulada por ideologías que desean cambiar a la misma ley natural. La consecuencia suele ser muy dañina y ahora lo podemos comprobar cuando lo más sagrado que es la mente y el corazón se resienten de tales propuestas que siguen tozudamente afirmando sus idearios incendiarios. Pero no tengamos miedo puesto que al final siempre impera la verdad puesto que la mentira, como se dice en el argot popular, “tiene las patitas muy cortas”. No hay que tapar la realidad con fantasías irrealizables. Tenemos una mente y unos afectos que laten en la razón y en el corazón.
Hoy se ha puesto en el candelero de los especialistas -sicólogos y siquiatras- la salud mental, pero no hay salud total si no se observa cómo va el corazón que está creado por Dios para amar y fortalecer la vida espiritual. Y el amor es la esencia de la vida humana. Un corazón que no ama, se desgasta a la primera de cambio cuando llegan las dificultades y cuando los afectos se lesionan por las adversidades y sufrimientos que suceden o acontecen en nuestra existencia. No son las expectativas hedonistas que colman nuestra ansia de felicidad; nos frustramos si ponemos sólo y exclusivamente, en el sentimentalismo vacío, el camino para vivir con alegría. El amor, en cambio, si se mantiene vivo, es capaz de superar todas las pruebas porque tiene su base en el amor de Dios que nos ama sin límites y siempre.
Los santos han sabido sostener su vida en el amor inagotable de Dios. Así lo decía San Bernardo: “El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es el único con que la criatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único que con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí…” (Sermones sobre el Cantar de los cantares, Sermón 83, 4-6). En esta sociedad que busca las fuentes de la felicidad no debe pararse en experiencias del deseo, de necesidades superficiales y de utilizar lo más sagrado en fuentes estériles y sin agua.
Cuando la samaritana se encuentra con Jesucristo en el pozo de Jacob, allí mismo se halla consigo misma y comprende que sólo él da respuesta a su vida espiritual: “El que beba del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna” (Jn 4, 14). Eso es lo que ha hecho Jesucristo con la samaritana, enseñarle a vivir su existencia desde lo más íntimo de su interior, a caminar en la verdad y desde lo más profundo de su ser a alabar a Dios, a reconocerlo presente en su vida cambiándola y a anunciarlo sin miedos a los demás. La samaritana encontró no sólo con la salud espiritual, sino también con la salud mental que tenía atrofiada por su vida superficial y sin sentido. Encuentra la libertad y la felicidad que tanto ansiaba pero que nadie se la había concedido. Sólo en Jesucristo encontró la auténtica vida que salta hasta la vida eterna. ¡Ésta es la salud espiritual que transciende y plenifica! ❏

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