Street Sign to Truth

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Estamos pasando por momentos de perplejidad al constatar que el pensamiento viene amenazado por lo que ha venido en llamarse: Lo que dicte la mayoría o lo que vote la mayoría. Y la razón de la verdad no es cuestión de mayorías sino que la razón ya se vale por sí misma y es la que debe predominar a la hora de valorar la salud de la mente personal y de la comunidad humana. Una democracia que halaga los instintos más viles y degradantes del pueblo, hasta convertirles en mayoría manipulada y que se envanece, llegará un momento -donde los derechos humanos- nada tendrán que ver ni con la ley natural y mucho menos con la ley de Dios. Los profetas falsos, bajo capa de futurólogos progresistas, se convertirán en demagogos interesados para mover las masas narcotizadas por engañosas expectativas. La razón sin razón es la sinrazón. Por eso la verdad no se puede someter a la mayoría sino a la validez de la misma verdad.
La razón se fundamenta en la persuasión de que hay verdades absolutas. Cuando esta falla entonces la verdad se convierte en algo contingente y revisable e incluso se afirma que toda certeza es síntoma de inmadurez y dogmatismo. “De esta persuasión fácilmente puede deducirse que tampoco hay valores que merezcan adhesión incondicional y permanente. La tolerancia se toma, en este contexto, no como el obligado a la conciencia y a las convicciones ajenas, sino como la indiferencia relativista que cotiza a la baja todo asomo de convicción personal o colectiva. Es la crisis del sentido de la verdad” (LIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Instrucción Pastoral sobre la conciencia cristiana ante la situación moral de nuestra sociedad, nº 22 -20 noviembre 1990-). Es la degradación de un modo de pensar que lleva a la mayor de las banalidades y que al final desfigura gravemente el sentido de la vida humana. Un humanismo afeado y no auténtico.
Ante tal situación conviene escuchar al Maestro que nos invita: “Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois en verdad discípulos míos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31). Esta afirmación es contundente ante la falsa educación cultural y social que se quiere llevar a cabo en este modo de luchar para que la mayoría, por ser mayoría, quiera imponerse; sólo el ser humano, o la cultura que él fabrica, pueden determinar lo que está bien y lo que está mal. La quiebra del mismo ser humano se hace patente. “Se desarraiga la persona humana de su naturaleza e incluso se contrapone a ambas, como si la persona y sus exigencias pudiesen entrar en pugna con la naturaleza humana y con los valores y leyes insertas en ella por el Creador. De esta manera, el ser humano se concibe a sí mismo como artífice y dueño absoluto de sí, libre de las leyes de la naturaleza y, por consiguiente, de las del Creador y trata de determinar su realidad entera sólo desde sí mismo. Pero al intentar escapar del alcance de estas leyes y normas, es decir, de la verdad que en ellas se encierra, el sujeto viene a ser presa de su propia arbitrariedad y acaba por verse aprisionado por graves servidumbres” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instruc. Libertatis conscientia [LC] nº 19). Arrinconada, en fin, la idea de naturaleza y de creación, el ser humano pierde, al mismo tiempo, la perspectiva del fin y sentido último de su vida.
No seamos ilusos pensando que estamos progresando para bien de la humanidad puesto que la quiebra moral de nuestro tiempo no es sino expresión de una quiebra más profunda: la quiebra del mismo ser humano. Y donde la humanidad brilla por su ausencia se funda la deshumanización. Pensemos en las leyes que emanan de los Parlamentos bajo capa de progresismo y ¿a dónde llevan?: A la desilusión, a la amargura y al sinsentido de la misma vida. La falta del conocimiento de la verdad y del conocimiento de Dios -fuente de vida, fin último, aquel que llama a participar de su vida, de su amor y de su felicidad- constituye una profunda alienación y es causa de muchas perversiones. “Y como demostraron no tener un verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a un perverso sentir que les lleva a realizar acciones indignas” (Rm 1, 28). Así es y así se manifiesta puesto que la verdad es tozuda y nadie la puede cambiar por mucha mayoría de votos que existan en contra de ella. ❏

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