El primer grado de humildad es una obediencia sin demora
Homilía del 11 de julio, en el Monasterio de San Salvador de Leyre, con motivo de la fiesta de San Benito
Hoy celebramos la fiesta de San Benito que nació el año 480 en la ciudad de Nursia (Italia). De joven fue enviado a estudiar a Roma donde se formó y posteriormente, sin embargo, las invasiones bárbaras le hicieron retirarse a las montañas de la Umbria italiana, en Subiaco. Allí se aisló en una cueva, dedicándose a la oración y al encuentro con la Palabra de Dios. Un monje le daba de comer a través de una cesta erguida hasta la entrada de la cueva. Muchos, al ver la forma de vida se San Benito, quisieron seguir sus pasos. Al ver tal afluencia de vocaciones salió de la cueva y quiso fundar la Orden de los Benedictinos.
Fundó más de 12 Monasterios, se destaca el Monasterio de Monte Cassino, cuna de la Orden Benedictina y un gran Monasterio que albergó a tantos. Su lema: “Ora et Labora”. De esta experiencia –según los anales históricos- surgieron 3.000 santos, 5.000 obispos y 23 Papas.
San Benito murió en el año 543. El Papa Honorio III canonizó a San Benito y recibió el título de Patrón de Europa.
Hoy la Palabra de Dios nos habla con firmeza del gran regalo que Dios concede a los que le siguen: “Recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna. Porque muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros” (Mt 19, 29-30). La falta de valor a la llamada del Señor con la entrega personal, le sigue la tristeza. “La tristeza es un vicio causado por el amor a sí mismo, que no es un vicio especial, sino la raíz general de todos ellos” (Sto. Tomás de Aquino, Summa theologiae 2-2,28,4 ad l). Por tanto la tristeza es fruto de orgullo herido. Cuando uno se afianza en sí mismo y no se abre a la voluntad de Dios se cae en un pesimismo existencial que provoca la angustia y la falta de sentido vital.
San Benito decía con frecuencia: “Cuando queráis realizar algo bueno, pedid a Dios con oración muy insistente que sea realizado por Él”. Esto tiene una hondura especial y tal vez es la clave de la nueva evangelización. La sociedad necesita testigos de este amor y entrega para sanar las heridas que el secularismo está provocando y de manera agresiva. Si algo necesitamos en este tiempo que tanto se habla de “salud mental” es la “salud espiritual” que nos haga gustar ya lo que un día viviremos en plenitud: El gozo del Cielo. Los expertos en cuestión psicológica afirman que uno de los grandes males o enfermedades de hoy es que se ha perdido el “sentido de la trascendencia”. Decía el Santo que hoy celebramos: “Temed el día del Juicio: tened miedo del infierno. Desead la vida eterna con profundo anhelo espiritual. Mantén la muerte diariamente ante vuestros ojos”. No seamos ilusos creyendo, como nos invitan ciertas ideologías actuales, pensando que todo depende de nosotros. La niñez, la juventud, las familias, los mayores… todos estamos hambrientos de testimonios como el vuestro, queridos benedictinos, donde encontremos la razón fundamental de nuestra existencia. ¡Sois viva expresión de la Luz de Cristo! ¡No os sintáis fuera del mundo sino en medio del mundo portando la Luz de Cristo!¡La sociedad os necesita! Y para ello basta mirar –y cada día más- los peregrinos que se acercan a vuestro Monasterio donde encuentran paz y armonía espiritual, en sus vidas.
También San Benito os dice: “Hasta la manera de saludarles deben mostrar la mayor humildad a los huéspedes que acogen y a los que despidan; con la cabeza inclinada, postrado el cuerpo en tierra, adorarán en ellos a Cristo, a quien reciben y despiden”. En la vida de la Iglesia comprobamos que la vocación monástica tiene hoy un significado especial y en estos momentos históricos –de modo especial- donde la prisa, el activismo, la inteligencia artificial, los medios digitales… necesitan una pausa y es la de realizar un itinerario interior de la persona que está apresada, muchas veces, por la superficialidad de lo exterior. De ahí que se necesite, por salud integral en la persona, encontrarse con el Dios vivo que habita en nuestro interior.
No por menos se necesitan tiempos de adoración. “El tiempo pasado frente al Sagrario es el mejor tiempo de mi vida”, afirmará San Benito. Es significativo observar que los jóvenes cuando les pones, en el silencio, ante el Tabernáculo se motivan y lo viven con intensa felicidad. El hecho que vayan tantos a la JMJ de Lisboa, de nuestra Diócesis, es porque Cristo Eucaristía y el sacramento de la Confesión les ha atraído de tal forma que se han enamorado del mejor Amigo que nunca falla: Jesucristo. “Confiesa a Dios cada día en la oración, con lágrimas y gemidos, las faltas pasadas y en adelante enmiéndate de ellas”, afirmaba San Benito. Y “que nadie tarde en convertirse al Señor, que nadie deje de pasar los días”, seguía diciendo el santo.
Concluyo con esta oración:
Glorioso San Benito, que dedicaste toda tu vida a Cristo y a los hermanos, cuidando de la vida espiritual y tendiendo puentes de amor entre el Corazón de Dios y el alma del ser humano, protégeme de los ataques del mal, líbrame de las acechanzas del enemigo, concédeme paz interior y fortaleza ante las tormentas de la vida.
¡Oh poderoso San Benito! Defiéndeme de los ojos envidiosos y enséñame a compartir la caridad con todos. Que la Cruz del señor me guíe por los caminos de la luz y que el feroz dragón que ronda nuestra alma sea ahuyentado por el poder de Cristo Salvador.
¡Aleja de mi vida y de mi familia toda fuerza del mal, y que, por tu intercesión, anuncie las misericordias de Cristo Salvador! Amén.