Homilía pronunciada por don Francisco Pérez González, el pasado 15 de septiembre, con motivo de la apertura de curso 2023-2024 de la Universidad de Navarra, en la capilla del edificio Amigo.

 

Si hiciéramos un experimento ahora y apagáramos las luces, lo primero que observaríamos, además de la oscuridad, el hecho de cerciorarnos que la luz lucía pero no se lucía. Era tal su servicio oculto que no nos habíamos dado cuenta y todo para que pudiéramos ver nosotros y no nos percatábamos de su servicio luciente. Es así que hoy -como hemos escuchado en la Palabra de Dios- ella nos habla de la Luz que es Jesucristo y que ha venido para llenarnos de su Luz. Para lucir y no para lucirnos. Nos hemos preparado bien y con hermosos trajes o vestidos que nos favorecen para festejar el inicio del curso. Y esto es hermoso. Ahora bien la luz de la que habla Jesucristo y a la que se refería es aquella que no simplemente comunica iluminación externa, sino que se convierte en un fulgor interno que ilumina nuestra vida interior y espíritu.

El apóstol San Pablo no tiene rubor en llamar a las cosas como son y nos dice: “En otro tiempo erais tinieblas, ahora en cambio sois luz en el Señor: caminad como hijos de la luz, porque el fruto de la luz se manifiesta en toda bondad, justicia y verdad” (Ef 5, 8-9). Esto me hace recordar el ambiente que vivimos en la sociedad y donde se quiere poner como “progreso progresista” las tinieblas del relativismo. Recuerdo siempre lo que me decía, en una ocasión, el Papa San Juan Pablo II: “Ahora comienza su episcopado. No olvide, le va a tocar sufrir mucho, a causa del relativismo”. Y seguía: “Cuando le venga la cruz abrácela, no vacía, sino llena de Cristo”. Es la Luz que forja toda experiencia espiritual y cristiana. Las tinieblas conducen al abismo existencial. De ahí que el apóstol nos invita a saber discernir lo que es agradable al Señor, sin participar en las obras estériles de las tinieblas, antes bien hemos de  combatirlas. Las cruces de nuestra vida si están iluminadas de la Cruz de Cristo adquieren un fulgor que ninguna tiniebla puede abatir.

No debemos quedarnos parados y narcotizados por lo que impulsan las ideologías falaces e irritables del momento puesto que pasarán como nubes acolchonadas en la nada. Al revés hemos de sentir lo que nos dice el Señor: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Ya auguraba San José María Escrivá que “llenar de luz el mundo, ser sal y luz: así ha descrito el Señor la misión de sus discípulos. Llevar hasta los últimos confines de la tierra la buena nueva del amor de Dios. A eso hemos de dedicar nuestras vidas, de una manera o de otra, todos los cristianos. Diré más. Hemos de sentir la ilusión de no permanecer solos, debemos animar a otros a que contribuyan a esa misión divina de llevar el gozo y la paz a los corazones de todo el género humano” (Es Cristo que pasa, nº 147). Así se muestra la sabiduría que da sentido a la vida.

La luz se muestra con el testimonio de amor y comunión en Cristo: “Mi testimonio es verdadero porque sé de dónde vengo y adónde voy… Yo soy el que da testimonio de sí mismo, y el Padre, que me ha enviado, también da testimonio de mí” (Jn 8, 18). La sociedad de hoy necesita personas que saben abrir los ojos de los ciegos que no ven y para ello no temer en anunciar la verdad. “Jesucristo sale al encuentro del ser humano de toda época, también de nuestra época, con las mismas palabras: Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Jn 8, 32). Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como una condición de auténtica libertad; y la advertencia, además, de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. Cristo aparece a nosotros como Aquel que trae al ser humano la libertad basada sobre la verdad, como Aquel que libera al hombre de lo que limita, disminuye y destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma del ser humano, en su corazón, en su conciencia. ¡Qué confirmación tan estupenda la que han dado y no cesan de dar aquellos que, gracias a Cristo y en Cristo, han alcanzado la verdadera libertad y la han manifestado hasta en condiciones de gran aprieto exterior” (Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 12).

De ahí que nos hemos de preguntar muchas veces si somos mediación de esta luz que Jesucristo nos regala para ponerla encima y no situarla debajo oculta. “Hay un caso que nos debe doler sobre manera: el de aquellos cristianos que podrían dar más y no se deciden; que podrían entregarse del todo, viviendo todas las consecuencias de su vocación de hijos de Dios, pero se resisten a ser generosos. Nos debe doler porque la gracia de la fe no se nos ha dado para que esté oculta, sino para que brille ante el género humano; porque, además, está en juego la felicidad temporal y la eterna de quienes así obran. La vida cristiana es una maravilla divina, con promesas inmediatas de satisfacción y de serenidad, pero a condición de que sepamos apreciar el don de Dios, siendo generosos sin tasa” (Es Cristo que pasa, nº 147). No actuamos por nosotros mismos sino en nombre del Señor. Aquí se nos invita a dejarnos llevar no por la corriente efímera de la vergüenza sino por la gracia de Dios que nos impulsa a ser testigos valientes.

Todos vosotros como actores fundamentales de la Universidad de Navarra estáis iniciando el nuevo curso 2023-2024. No olvidéis que el Señor está al acecho de vuestras experiencias de vida para que no os falte la valentía de seguir mostrando la belleza de la fe. “Es necesario, pues despertar a quienes hayan podido caer en ese mal sueño: recordarles que la vida no es cosa de juego, sino tesoro divino, que hay que hacer fructificar. Es necesario también enseñar el camino, a quienes tienen buena voluntad y buenos deseos, pero no saben cómo llevarlos a la práctica. Cristo nos urge. Cada uno de vosotros ha de ser no sólo apóstol, sino apóstol de apóstoles, que arrastre a otros, que mueva a los demás para que también ellos den a conocer a Jesucristo” (Es Cristo que pasa, nº 147). Esta Luz nunca se apagará puesto que tiene su fuente en Cristo y permanece eternamente en la Eternidad de Dios que nos abrazará, si hemos sido coherentes y responsables, en el Amor Infinito.

Ánimo queridos profesores, alumnos, personal que trabajáis en esta hermosa Universidad. Años y muchos que lleváis haciendo tantísimo bien a aquellos que se forman en las diversas ciencias y, sobre todo, que los dais claves fundamentales para que sean ejemplo del auténtico humanismo que se fundamenta en Dios. Bien lo decía el Papa Benedicto XVI: “Un humanismo sin Dios, es un humanismo inhumano”. Os recuerdo en mi plegaria todos los días y ruego a Santa María la Virgen que cubra con su manto a todos y que Ella os fortalezca en los momentos de fragilidad para que sigáis siendo vivo carisma de aquel que fundó esta Universidad –San José María Escrivá- que fue su sueño y propició la Universidad para dignificar al ser humano y hacerle sentir la alegría que nace de un Amor que es pasado, presente y futuro: la santidad en el trabajo de cada día y la vida eterna. ¡Esta es la Luz que luce pero no se luce!

 

 

 

 

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